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Blog / La cometa de Miel

Cartas de un caballero del siglo XV

Por Pablo Sabalza

Tanto las cartas como las localizaciones y personajes que en esta historia se dan cita pudieran ser veraces. Las encontré por puro azar. Tras su lectura me tomé la libertad de adaptar su lenguaje al castellano contemporáneo.

BARCO
Un barco similar al del capitán Alonso de Sanza.

No creo que nada de lo que ahora lean sea inventado y menos aún el amor de su protagonista, el capitán Alonso de Sanza hacia la aborigen, Nisamar.

Martes 6 de junio de 1479

Le escribo tal y como le prometí en mi despedida.

Hace  dos días que izamos velas desde su ínsula y nos hicimos a la mar. Apenas he dormido cuatro horas desde entonces. Se quedó mi corazón en aquella tierra, ya mía, y poco o nada late en mi interior que no sea el recuerdo a su persona. Mi tripulación está preocupada por mi ánimo. Me conceden palabras de aliento y tocan canciones alegres. Yo les miro y sonrío, mas triste.

Su capitán que le ama,

Miércoles 7 de junio de 1479

Cambió el viento desde el alba y el navío es como un delfín de madera. Mi segundo, el oficial D. Carlos Arausa, empeora por momentos. Le doy, tal y como acordamos, ese brebaje que con tanto mimo nos preparó. Le alivia por momentos mas está muy débil. Anhelo llegar a Cádiz antes de que su salud se agrave.

Es la noche. Subí a la eslora y una explosión de estrellas me invadió. ¿Recuerda esos paseos de luna que enamorados vivimos? Veo estrellas voladoras atravesar el cielo en esta noche solitaria. Pienso que vuelan hacia vos. ¿Las ve, Nisamar? ¿También las ve? Soñaré que duermen en sus luminosos ojos.

Su capitán que le sueña,

Lunes 12 de junio de 1479

El oficial D. Carlos Arausa murió ayer con rostro de niño dormido. La muerte se lo llevó antes del almuerzo. Tenía su faz paz inmensa. El padre José le dio la extrema unción y ya se sienta en la cubierta del cielo.

Dejé mi pena y distancia, princesa isleña, en estas letras e intenté alentar a la tripulación tras la pérdida de nuestro respetado y admirado oficial. Es la muerte una reflexión importante, ¿verdad, amada mía?

A veces también yo pienso en ella y más desde que partí de su lado. ¿El vacío de amor, que esta vida de mar y espadas me ha dejado, será suplido en la otra con mejor trato? ¿Los sentimientos que por su dulzura me tienen atormentando estarán en el más allá calmados o, por el contrario, serán más tenebrosos y se cubrirán de marismas y tormentas y laberintos?

¡Oh, esta mano marinera que anhela la suya de trigo! ¡Oh, anhelar un despertar de este sueño de caracolas interminables!¡Oh, al amor distante, a la palabra mustia, al beso infinito!

Con la misma facilidad que el viento, así cambia todo para mí. A veces creo que las flores de las brisas me acercan a sus pétalos rojos y ruego a Dios por besar su mano de cristal.

                                                              (…)

Cuando desde mi ventana avisto la mar temprana y contemplo como el sol mañanero traspasa la niebla azul, oh, cuando ese magnífico alba se me presenta tan infinito y todo este amor eterno como la plata que oteo, siento, así la felicidad de mi corazón bate espumas y vuela de sed por su aliento, y un ondulado silencio me salpica y tambalea.

¿Se puede morir de amor? Yo creo que no es que se pueda, es que me estoy muriendo.

Su capitán que le reclama,

Sábado 17 de junio de 1479

Arribamos al puerto de Cádiz esta luminosa mañana. Multitud de gentes nos aclamaron. Los niños se agolpaban para tocarnos. La tripulación se abrazaba con sus mujeres que se desplazaron a recibirnos desde Sevilla y Cartagena y hasta de Burgos vinieron.

Lloraban de emoción y aún más reían. Varias se me acercaron y me besaron la mano.

Es hoy un día más triste que el resto al ver ante este escenario gaditano mi soledad inmensamente acentuada por su ausencia.

En dos días estaré con mi almirante y como le dije, le rogaré me permita volver con vos.

Su capitán que le requiere,

Lunes 19 de junio de 1479

Tras numerosas jornadas de navegación comiendo dátiles y pescado y bebiendo agua con colores que se alejaban del cristalino he podido disfrutar, por fin, de una suculenta comida. Nos sirvieron fruta y otros platos de temporada. Luego llegaron con las bandejas fuertes. ¡Cuánto añoraba la carne en todos sus conjuntos! Degusté  perdices y jabalí. También nos trajeron capones y ocas y gallinas. Los platos estaban todos sazonados con salsas hechas de especias como el jengibre blanco o el comino o el azafrán o la pimienta y de zumos de frutas ácidas. Bebimos vino, cerveza e hidromiel.

Todo a mi paladar era exquisito. No hablé mucho durante el sabroso manjar. Escuchaba a mis oficiales cómo recordaban la estancia en la ínsula y del calor hospitalario que todo su pueblo, Nisamar, nos brindó.

También mencionaron su gastronomía. Recordaban el gofio o ahorén, las ovejas gordas y tan bien asadas y los dulces higos y los hongos y las moras de zarza y los dátiles y los mocanes mencionaron.

Aunque yo, debo apuntarle, que tan enamorado me quedé de su bella figura y su sonrisa perenne como prendado de aquel queso de almendras. Aquel dulce postre que ambos compartimos en la mañana de las olas enfadadas, tal y como vos las describió.

¡Fue ayer el amor!¡Y es hoy el hastío!

Su capitán que le memora,

Martes 20 de junio de 1479

Mi ánimo está como el día con el que me he despertado. Llueve dentro y fuera de mi vida.

Ayer tarde, tras la suculenta comida, me reuní con mi almirante, D. Juan del Castillo y Lara. Es un hombre al que tengo gran estima y al que considero recto pero justo y aún más, bueno. Le advertí de mi anhelo por regresar de nuevo a la ínsula. En un primer momento no quise desvelar los sentimientos hacia vos y que a mi corazón tienen atenazado, pero ante la negativa del almirante, aducidas a motivos estrictamente militares, tuve que sucumbir a mi secreto y manifestarle la pesadumbre tan grande y las jornadas tan inmensamente melancólicas que estoy padeciendo.

El almirante me habló más como un padre que como un oficial. Calmó mi desesperanza con palabras serenas y me apuntó posibles viajes en un futuro hacia la ínsula mas no detalló fechas. Comentarios animosos con un tono de sosiego que me infundieron un nimio halo de confianza.

Me indicó que en unos meses partiré hacia Italia a una nueva expedición. Señaló que esta nueva aventura me distraerá y oxigenará mi corazón.

¿Se puede cultivar una flor que carece de aroma?¿Se puede ser creyente sin fe alguna?

¡Oh, es mi sino alabar a la tristeza!¡Oh, es mi fin adorar a mi infortunio!

Su capitán que le aclama,

Martes 27 de junio de 1479

En la tarde de ayer llegué a Toledo. Misteriosa ciudad ésta que a mis sentidos tiene hechizados. Un buen número de mercaderes se daban cita en la plaza próxima a la iglesia del Salvador. Los herreros trabajaban los hierros, los artesanos horneaban el barro y unas hilanderas tejían junto a unas mujeres que lavaban en la fuente. Todo era a mis ojos más bello que un sueño.

Dos niños jugaban con espadas de madera a ser caballeros. ¡Ay, infancia, paraíso del que jamás podremos ser expulsados! Se daban en duelo por su amada. Uno de ellos gritaba: ’Por Leonor, que a mí me ama’. Y el otro, respondía: ‘Por Leonor, que quien muera, ella rechaza’. Y así batían sus espadas y corrían de lado a lado aclamando su bien más preciado.

Yo he caído enfermo. Mi mente desespera por momentos y no hallo ningún aliento a mi alrededor que devuelva a mi corazón un suspiro de ilusión.

En la triste noche de ayer, la de la vela en mi escritorio, la de la sombra de mi alcoba, la de la penumbra de la vida, advertí que se apagaba la luz.

Su capitán que le suplica,

Miércoles 27 de junio de 1479

El almirante, D. Juan del Castillo y Lara, me ha visitado esta mañana. No le ha gustado nada mi estado y me lo ha recriminado. He percibido en sus ojos una cierta preocupación. Me ha ordenado presentarme mañana a primera hora en el cuartel instalado en el palacio de recreo. Allí me indicará cuándo debo incorporarme a mi nuevo destino. Advierto que desea sacarme de esta alcoba cuanto antes y que abandone estos pensamientos que me atormentan.

                                                                    (…)

Si alguien que no fuese vos, Nisamar, leyera esta triste historia mía le solicito que no me tuviere por loco, ni por osado. Que me imaginare con barba parda, con ojos pequeños y negros, de sonrisa instalada aunque por estas letras pareciere lo contrario. Que mi nariz aguileña no le provocare risas y que mi tono de voz, rudo y tosco en ocasiones, no le infundiere temor sino respeto. Que me tuviere, únicamente, por un joven enamorado. ¿No puedo yo, pobre capitán de este siglo que habito, estar tristemente enamorado?

Te llevo, Nisamar, en mis paseos de luna, en las estrellas voladoras, en las olas azules y enfadadas, en mi paladar de queso, en sus pétalos rojos y en sus manos de cristal.

Su capitán que le venera ,

Sábado 30 de junio de 1479

No quisiera tener que escribir estas letras, ya que lo único que voy a conseguir con esta misiva es romperle el corazón. Son muchos y laboriosos los caminos que esta vida nos presenta y anhelo, con todo mi ser, que sepa escoger poco tiempo el del llanto y el duelo.

Le hago saber, oficialmente, como almirante de la corona de Aragón que el capitán Alonso de Sanza, capitán de nuestro noble y leal soberano, fue hallado muerto por su propia mano el pasado jueves 29 de junio.

En su mano izquierda escondía un papel en el cual rezaban las siguientes palabras.

‘Nisamar, era ayer con usted el amor,

Su capitán que le espera,’

                                                                                      

                                                                               Almirante, D. Juan del Castillo y Lara

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Cartas de un caballero del siglo XV