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Blog / La cometa de Miel

Carta a Oberena

Por Pablo Sabalza

A veces la infancia es más larga que la vida.

Edificio de la entrada principal de la sociedad Oberena.

Despertaba hace unas semanas con la triste noticia de la pérdida de Francisco Lasheras, consiliario (clérigo que representa a una asociación laica) de la entidad deportiva, recreativa y social Oberena, que eres tú.

Y te diré que todo aquello que te provoca una lágrima y un pesar, inmediatamente, lo genera en mí, ya que mi infancia, adolescencia y madurez primera está vinculada por entero a ti.

Pues tengo que regresar tras mis párpados para encontrarme, a principios de los ochenta, en la piscina de niños donde chapoteaba sujeto al ancla de mis padres.

Crecí contigo con la indumentaria del equipo de futbito en cuya plantilla se encontraba aquél que se convertiría, años más tarde, en uno de los guardametas internacionales más reconocidos, Manuel Almunia.

Así que siempre podré decir que le metí un gol a un portero internacional, aunque la diana fuese con diez años y en un entrenamiento.

En tu cálido abrigo sentí por vez primera el amor adolescente del que hablaba Joan Manuel Serrat en la canción, Palabras de amor.

Y te debo, y nunca podré agradecértelo enteramente, las amistades que a día de hoy cuido y riego pese a encontrarme a más de tres mil kilómetros de distancia de la mayoría de ellas.

Cuando en Sanfermines, porque aunque no lo creas un día los hubo, advertía por las calles de mi añorada Pamplona cantar a la peña tu himno:

Oberena, es la Peña de más alegría.

Oberena, la que no tiene rival.

Pamplona 6 de julio,

Bullicio y alegría,

Ya están los pamplonicas

Ansiosos de gozar.

Con faja, pañuelico,

La bota y el clarete,

Con el primer cohete,

La fiesta va a empezar…

Cuando este himno oía, mi pecho se engrandecía, algo en mi interior ardía y se me estremecía el corazón.

Los años pasaron y, sin embargo, no me alejé de ti del todo, ya que estuve dos veranos, al menos, al cuidado de los bañistas más pequeños como socorrista.

Hace muchos años que no te visito. Demasiados. Sin embargo, te diré que no te he olvidado.

Pues en tu regazo aprendí a nadar, forjé la palabra amistad y lancé al vuelo el amor por primera vez.

¡Ay, Oberena, cuántos recuerdos y cuántas personas en mi interior hospedas!

Me despido de ti, aunque nunca lo haga.

Como cuando llegaba el final del verano. En aquellas verbenas de la fiesta de los socios.

Con sus bailes de vestidos níveos y pieles tostadas de un fragante estío.

Donde todos éramos más jóvenes y me quedaban aún por abrir tantos sueños.

¡Oberena! Siempre serás para mí lo que tu nombre reclama. La mejor.

Hasta pronto.

Besos y abrazos.

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Carta a Oberena