• jueves, 18 de abril de 2024
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Blog / La cometa de Miel

Apodos, ¿en qué se basan para crearlos?

Por Pablo Sabalza

Poesía es uno de los más bellos apodos que damos a la vida.

Desde mi más tierna infancia me he visto atraído por el mundo de los apodos. ¿Qué tipo de persona los designa? ¿En qué se basa para crearlos?

Recuerdo a mi padre contarme siempre la misma historia de un señor que se vanagloriaba de que a él no le iban a encontrar mote alguno. De hecho, apuntaba: ‘De mí, poca leche han de sacar’. Y claro, quedó reconocido por siempre por ’El Pocaleche’. A esto me refiero. 

Hace muchos años los niños conocían o, mejor dicho, reconocían a sus profesores en la escuela por el alias o el apelativo. Seguro que les está viniendo alguno a la memoria, ¿verdad?

Así hallabas a ‘El Zapatones’, por sus enormes pies; ‘El Cuervo’, por su nariz aguileña o ‘El Anfibio’, simplemente así llamado por llamarse Antidio.

Los amigos de la cuadrilla tampoco se escapan de su, cómo lo diría, particular bautismo. Estoy convencido de que en todo grupo de amigos que se precie al menos un apodo existe. ‘El Pequeño’, por su estatura; ‘El Pecas’, por sus numerosos lunares; ‘El Chino’, por sus ojos rasgados o ‘El Calatrava’, por hacer muecas que asemejan su rostro a uno de los hermanos humoristas que en los años ochenta disfrutábamos en el programa televisivo, Un, dos, tres.

¿Y en los pueblos? Los pueblos es el lugar del mundo donde más apodos puedes encontrar por metro cuadrado. Bien sea por el apellido de tu familia, aunque éste provenga del siglo XIV; por la zona donde vivían tus antepasados, por ejemplo, el de los ‘Cutos’ o, si me apuran, por la profesión de algún familiar como, pongo por caso, ‘El Aguacil’.

Yo conozco a uno que le llaman ‘El Gnomo’, exclusivamente, por llamarse David. Poco basta para que te pongan un nuevo ‘apellido’.

Pero no se crean que los reyes navarros se libraron de sus correspondientes remoquetes y, si no, que se lo pregunten a García Sánchez II ‘El Temblón’; Sancho Garcés III ‘El Mayor’; García Sánchez III ‘El de Nájera; Sancho IV Garcés ‘El de Peñalén’; Alfonso I ‘El Batallador’; García Ramírez ‘El Restaurador’; Sancho VI ‘El Sabio’; Sancho VII ‘El Fuerte’; Teobaldo I ‘El trovador’; Enrique I ‘El Gordo’. Y así, muchos: ‘El Obstinado’, ‘El Póstumo’ (este apodo es bueno)…

Los jefes también se llevan los suyos, qué se creen. ¿Acaso miento si digo que sus sobrenombres pronto se gestan? ‘Él calamidades’; ‘Tiranosaurio rex’; ‘Abdul el Gandul’ o, ‘El bombero’, por estar siempre encendido.

Pienso en mí. Quizá nunca sea digno de tener un apodo o, por el contrario, me reconozcan como ‘El Bueno’; ‘El Triste’o ‘El Ausente’.

Si alguna vez me bautizan que sea como ‘El Navarro’, puesto que, aunque desde la distancia no padezca el frío que hoy os azota, de igual modo me destemplo por no tenerlo; y el verde que admiráis y viste los campos y sus hojas, en mi pupila se hospeda, perenne; y los románicos y góticos que engalanan nuestros pueblos y ciudades son las columnas que mi interior sustentan.

Navarro, sin duda, es un digno apodo.

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