• jueves, 25 de abril de 2024
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Blog / Aún aprendo

Jaume Pitarch y el juego del arte

Por Miguel López-Remiro

Hace unos años pregunté al artista Julian Schnabel qué era el arte para él. Me respondió diciendo que era la única excusa para estar vivo.

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Obra de Jaume Pitarch. Work in progress, 2017. Mixed media. Judo belts.

Esa seriedad con respecto a la práctica artística personal, no deja de ser una forma de hablar del reflejo de los artistas por perseguir la necesidad de crear que comentaba el otro día a propósito de Elena Asins. Pero en todo proceso creativo esta cuestión convive, aunque sea en distintos grados, con una sujeción con el concepto de juego. La referencia al ser humano como Homo Ludens del filósofo Huizinga, que proclamaba como nuestra distinción la capacidad de jugar, es interesante para acercarnos a los distintos relatos o acciones, aunque sean juegos serios como es el arte.

Jaume Pitarch (Barcelona, 1963), uno de los artistas más interesantes del panorama catalán de los últimos años, alberga una característica central de hacerse valer de una formalización que visualiza de forma directa el juego en sus obras. Transcurro por la exposición que se presenta hasta final de año en la Sala Tecla de Hospitalet de Llobregat, la segunda ciudad en población más grande de Cataluña, literalmente pegada a Barcelona, y donde ahora surge una especie de hub cultural que incluye galerías, estudios de artistas. Descubro que esta galería ha tenido singulares exposiciones durante los últimas años como la dedicada a fotografías de Sol Lewitt en el año 1999 o a la artista de Francesca Woodman en 2003.

Pitarch despliega en esta exposición de grandes dimensiones un repertorio de obras que recorren su producción de los últimos años. Cada sala es un suma y sigue, una colección de obras en las cuales se atisba una sensibilidad especial desde y hacia la realidad, y siempre con el juego con el espectador y sus percepciones para hablarnos de relatos. Hay obras sutiles, como Calderilla, una reinterpretación de los móviles de Calder con monedas del propio artista. Pero también aparecen juegos poéticos de raíz compleja, como en su obra Jabón de Alepo que habla del drama de Siria a través de una performance registrada en vídeo en la que vemos una pastilla de jabón proveniente de Alepo -parece que el jabón hunde sus raíces históricas en esta parte del mundo- que va desapareciendo con el lavado de manos de cientos de personas.

Pero me quedo impactado con su obra, Work in progress, 2017, en la que vemos unos cinturones de judo, unidos  como díptico; la imagen es bella y potente y de nuevo un juego. Colocados en forma espiral, haciendo una referencia con otro grande de la escultura norteamericana Robert Smithson y su Spiral Getty. Pitarch escribe en el catálogo de la exposición que en esta obra nos habla de un elemento autobiográfico: no sólo es el seguimiento a la evolución de los niveles de judo de su hijo, es en realidad una referencia metafórica al proceso de aprendizaje de blanco a negro en la vida de este niño, y su propio proceso como padre de pasar de negro a blanco, como una alegoría a trasvase educativo y vital entre generaciones".

Casi como de casualidad caigo en la filosofía del judo, y donde se te enseña a apoyarse en el otro y donde lo importante no es la fuerza, es la habilidad. Pitarch se apoya en sus obras en la fuerza de la realidad y a través de un juego poético nos hace a todos aprender, y al final ganar: de nuevo homo ludens. 

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