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El espíritu de la pintura en el Museo del Prado 

Por Miguel López-Remiro

Siendo joven pregunté a Dore Ashton, biógrafa de Mark Rothko, si la pintura corría el riesgo de terminar desapareciendo de la escena artística contemporánea ante el ímpetu de otros medios y soportes.

Cai Guo-Qiang contemplando su obra Day and Night in Toledo, Madrid, 2017.© Museo Nacional del Prado
Cai Guo-Qiang contemplando su obra Day and Night in Toledo, Madrid. FOTO: MUSEO NACIONAL DEL PRADO.

Me respondió citando a Tiziano, quien describió la pintura así: algo “infinito como un océano”. La pintura según Ashton nunca desaparecería. Ni como referente ni como soporte; esa era la visión de alguien que había conocido a todos los abstractos americanos de los años 50 que reinventaron la pintura en un momento trascendental para la historia del arte.

Cai Guo-Qiang, el artista chino más internacional junto a Ai Wei Wei y uno de los mayores representantes del arte de este cambio de siglo, expone desde hoy sus “pinturas” en el Museo del Prado en una exposición que lleva por título “El espíritu de la pintura”, un gesto del artista hacia sus referencias y, precisamente, hacia la importancia de la pintura como referencia de la cultura universal de nuestra cultura.

Tras la espectacular exposición retrospectiva de Cai Guo-Qiang en el año 2009 en el Museo Guggenheim Bilbao, en la que pudimos ver el despliegue de sus esculturas, instalaciones, registros de acciones, proyectos didácticos y de sus pinturas de pólvora, presenta ahora en el Prado, considerado como la mejor pinacoteca del mundo, una muestra con la que mira a la pintura (infinita), de Tiziano, de El Greco, de Velázquez o de Goya.

Cai Guo-Qiang “revisita” las pinturas de la Colección y realiza un retrato mediante una acción en la que el ingrediente protagonista es la pólvora, una de las constantes artísticas de Cai Guo-Qiang, material que nos remonta además a una de los símbolos de su país de origen, y que es metafórico de la referencia constante de una cultura milenaria que mira al mundo siempre teniendo en cuenta energías vitales, lo que llaman chi, y la fuerza de los cambios.

Estas pinturas-acción acaban de ser terminadas y se exponen en la sala C del Museo. Todo el espacio huele a pólvora, asistimos a una exposición en la que la materialización de la obra es reciente y este olor nos remonta a su producción. Y es que a veces nos olvidamos de que toda obra de arte ha sido antes una materia informe, si las pinturas de Tiziano fueron antes de presentarse como objetos estáticos fueron un material líquido, aquí la pólvora sin prender antes y ahora ya quemada trazando un “registro” sobre el lienzo. 

Pocas veces el Museo del Prado abre sus puertas a autores vivos, como es sabido la línea temporal que separa su colección de la del Museo Reina Sofía es el año de nacimiento de Picasso. Pero el Museo realiza un programa en el que a veces cabe una entrada de lo contemporáneo. Ya lo hizo en la celebración de la ampliación del Museo del Prado, ejecutada por Rafael Moneo y terminada en el año 2007, cuando el Museo llevó a las salas una muestra del proyecto fotográfico, en forma de elipsis, de Thomas Struth quien presentaba en sus fotos a espectadores viendo arte, realizando así un guiño a Las Meninas de Velázquez, que atienden en una pose, ya universal, nuestra presencia. Velázquez y Struth retratándonos.

Ahora, a punto de dar comienzo una segunda ampliación del Museo que firmará en este caso Norman Foster, y que supondrá que el Museo del Prado añada el antiguo Museo del Ejército situado delante del Casón del Buen Retiro, el Museo ha invitado a otro artista contemporáneo a mirar al Museo.

Cai Guo-Qiang no sólo se ha sumergido en la pintura del Museo, ha vivido en él y ha establecido su taller en el Museo del Ejército que ya es Prado, y allí ha hecho saltar los límites de la pintura como soporte, para defender el espíritu del arte como un espacio desde el que mirar.

Y es que Cai Guo-Qiang afirma que el arte es una claraboya a la realidad, la pintura es un océano que va y viene. Puro espíritu de la pintura, infinito como me dijo Dore. Ahora lo descubrimos gracias a la pólvora.

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