• viernes, 19 de abril de 2024
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Dan Flavin y sus homenajes a artistas

Por Miguel López-Remiro

Dan Flavin (1933-1996), uno de los referentes del arte minimal y uno de los renovadores del lenguaje escultórico de los años 60, protagoniza una interesante exposición en la galería Cayón de Madrid.

Sin título (para Barnett Newman),1971, 244 x 122 cm. Luz fluorescente amarilla, azul y roja. Vista de exposición en galería Cayón Madrid.
Sin título (para Barnett Newman),1971, 244 x 122 cm. Luz fluorescente amarilla, azul y roja. Vista de exposición en galería Cayón Madrid.

Cayón amplió su espacio de galería en el año 2015 con la incorporación a su programa de un local situado en la calle Blanca de Navarra, aprovechando un antiguo salón de actos del convento situado en esa misma calle.  En este nuevo espacio, de grandes dimensiones, hemos podido ver obras inéditas en España, como las que mostraron del artista Yves Klein, y propuestas de exposición de los históricos artistas Lucio Fontana o Carlos Cruz-Díez.

Ahora, coincidiendo con la feria Arco, nos presentan una brillante muestra sobre Dan Flavin, un artista raro de ver en España. La exposición parte de un montaje limpio y se centra en los homenajes de color que Flavin hizo a otros artistas, desde Mondrian a Barnett Newman o a Add Reinhardt. La muestra recorre 25 años de carrera de Flavin, a través de 16 ejercicios de mirar a otros artistas y sacar su esencia en color.

La obra de Flavin se compone solamente de tubos de fluorescencia. Los soportes de estos tubos se presentan ordenados y formando conjuntos, y, de parecer simples peanas para las barras de color, se convierten en el inicio de una escultura que se basa en la luz y el color. Este clima de luz, junto al leve zumbido de los aparatos en funcionamiento y los reflejos en las paredes que estas obras generan, establecen un campo estético.

De hecho, Flavin no hablaba de instalaciones, hablaba de situaciones, lo cual nos traslada a ese momento en el que pasó mucho en el arte de la escultura en los años 60. Y es que el proyecto de los artistas minimal supuso una introspección y un frenesí por encontrar la esencia del arte, despojarlo de todo lo otro que no tuviera que ver con esa reflexión: de forma directa se produjo un giro con fuerza centrípeta, hacia el núcleo y teoría de cada disciplina.

Si los pintores proponían pintura y nada más, lejos de narrativas, gestos, o el drama de la generación anterior de pollocks; en escultura los artistas empezaron a proponer sus obras como un lugar, por un estudio para crear un sitio en el que se media entre el espectador y la relación espacial con todo lo que nos rodea.

Escultura era experiencia. Ese giro reflexivo sobre qué significaba hacer escultura lo ejemplifican de forma magistral dos artistas, desde mi punto de vista, Flavin y Serra. Serra habla de crear un espacio en el que retrata nuestra experiencia y lo hace a través de trucos empáticos que enfatizan el tiempo que empleamos en discurrir por sus obras; en Flavin sucede algo similar y se enfatiza con esa luz que sus obras generan, y en esa abstracción que nos sumerge en un campo cromático, donde se teatraliza el espacio que nos rodea y todo se convierte en escultura, o en una situación que vivimos y ahí se queda. 

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