Teatro

Ojeando en casa un libro de Julio Llamazares me he encontrado entre sus páginas con la entrada de una obra de teatro. Aquella representación de hace ya muchas hojas del calendario no la olvidaré con facilidad pese a mi memoria de pez. ‘El verdugo’. De Rafael Azcona y el gran Berlanga. ¡Casi nada! Y, por cierto, bien llevada por quienes actuaron en Tafalla a las órdenes de Ramón Vidal.

Aquella tarde de verano, en un momento dado, se escuchó un grito entre el público. Creo que procedía de una fila cercana a la mía. Me extrañó, me dio pereza pensar que habían adaptado esa brillante comedia negra, pues esperaba que la trama se desarrollase tan solo en el escenario, y presté atención al insistente “¡un médico, que alguien llame a un médico!”. Una exclamación que se alejaba del guion original…

El público estaba en silencio, pero me dio la impresión de que enmudeció. José Luis y Carmen, los personajes principales, se quedaron clavados como si el director hubiera pulsado el botón de la pausa de un mando a distancia. Y aquellos gritos fueron aún a más: “¡¡¡Por favor, por favor, que alguien llame a un médico!!!”.

Tras la confusión inicial vi cómo dos espectadores se llevaban en volandas por una de las salidas de emergencia a una mujer desmadejada, pálida, muy mareada.

Al poco tiempo de aquel alboroto, real como la vida misma y ajeno a la representación, ‘El verdugo’ recuperó su pulso y siguió de la mano de Pello Flamarique, Estíbaliz Guardado y demás artistas. Siguió hasta la ovación de despedida en una tarde en la que me di cuenta (una vez más) de que la realidad supera a la ficción.

Ideación de ‘Teatro’

Me he encontrado la entrada de ‘El verdugo’, la obra teatral que no olvidaré por lo que le sucedió a una espectadora.

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