• viernes, 29 de marzo de 2024
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Blog / Caracteres con espacios

El primer libro de mi vida

Por Juan Iribas

“Aprendí a leer a los cinco años, en la clase del hermano Justiniano, en el Colegio de la Salle, en Cochabamba (Bolivia). Es la cosa más importante que me ha pasado en la vida”.

La imaginción brotando de un libro ARCHIVO
La imaginción brotando de un libro. ARCHIVO

No, he de confesar que jamás he conocido a un Justiniano; tampoco aprendí las vocales, las consonantes, el vocabulario y la gramática en ese país del centro-oeste de América del Sur, lo hice en la ilustre ciudad de Tafalla.

Estas palabras entrecomilladas las pronunció el premio Nobel de Literatura Mario Vargas Llosa en 2010, el día que recibió el prestigioso galardón en Estocolmo. Unas palabras que emocionan y suscribo. Sin duda, coincido con Vargas Llosa: el aprendizaje de la lectura es lo más importante que me ha sucedido en la vida.

Yo no me remonto al colegio ni a la señorita del Colegio de Escolapios; le doy el mérito a mi abuelo Carlos, al que conocí hasta los cuatro años. Recuerdo perfectamente que me compraba cuentos y jamás olvidaré uno de ellos pequeño, delgado, rectangular, de tapas duras, color azul marino, lomo estropeado y en el que aparecían dibujos de una ballena, un esquimal, varias olas y un iglú, todo acompañado de breves frases en la parte inferior de sus pocas páginas.

Lo leía en un pasillo estrecho y con mucha luz, de suelo de mosaico azul mate; un suelo por el que pasaban los tubos de la calefacción que calentaban mis pantorrillas mientras leía boca abajo zarandeando las piernas.

Cambié de casa y a aquel cuento se lo tragó el traslado. Una pena que intenté solucionar gracias a librerías de segunda mano, eBay, mercadillos de libro usado… Nada.

Una vez le comenté este asunto a un bibliotecario y me dijo que mi búsqueda era la de la aguja en el pajar, y que los mejores recuerdos no son los materiales, así que me convenció (a medias) y mi memoria mantenía frescos los momentos con mi abuelo y aquel esquimal de flequillo negro azabache y ojos rasgados.

Así que uno se conformaba con lo intangible hasta que tuve la suerte de que, casi por arte de magia, localicé –sin buscarlo- el cuento. Recuerdo que lo acaricié como si fuera un tesoro, totalmente admirado, sorprendido y perplejo de haber encontrado algo que ya daba por perdido.

Llevé el cuento a que lo restaurase un encuadernador, pues casi cuarenta años no pasaban en balde. Aquel tipo habilidoso lo dejó impecable y tuve la suerte de poder guardarlo a buen recaudo para el resto de mi vida.

Y a veces la fortuna es doble y la suerte para mí resultó aún mayor. Iba con mi cuento bajo el brazo por el casco viejo de Pamplona contento, tranquilo, convencido de que haber recuperado aquel regalo de mi abuelo me hacía sentir pleno. Entonces, a la vuelta de cualquier esquina en una calle adoquinada por la que pasan media docena de toros de cuando en cuando tuve la bendita suerte de tropezarme con Mario Vargas Llosa, que se encontraba de visita en Pamplona; le robé dos minutos de turismo para contarle que, para mí, además de aprender a leer, lo más importante que me había pasado en la vida era haber recibido el regalo de ese cuento y, por supuesto, recuperarlo. El premio Nobel me escuchó, me habló del hermano Justiniano y de sus técnicas de enseñanza e improvisó un microrrelato en una de las hojas de cortesía de aquel cuento, del primer libro de los muchos que espero leer en mi vida.

Ideación de ‘La importancia de la lectura’

Este relato tiene una ‘segunda vida’ en mi blog Caracteres con espacios, pues se publicó en febrero en la revista ‘Tilín-Tilón’.

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