• jueves, 28 de marzo de 2024
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¡No doy crédito!

Por Juan Iribas

Un cliente firma un contrato. ARCHIVO
Un cliente firma un contrato en un banco para soliciar un préstamo económico. ARCHIVO

El otro día me acerqué al banco a pedir un crédito para comprarme un apartamento en Torrevieja (Alicante). Curiosamente me tocó el número 13 e iban por el 6, así que una señora  (que tenía el número 11) se dedicó a entretenerme con los detalles de su plan de pensiones y a pormenorizar cómo pasa las tardes de lunes a viernes con una tal Paz Padilla y demás familiares. Afortunadamente, fueron avanzando los números y acercándose los clientes a una ventanilla que, en realidad, no era una ventanilla, sino una mesa que delimita el pedir del dar.

Me atendió un tipo con cara de soldado del ejército romano; le faltaban el casco y la lanza; fuerte, muy alto y, por cierto, monosilábico, al que facilité mi declaración de la Renta, la copia del DNI, mi última nómina…, el carné de los jóvenes castores y mi grupo sanguíneo.

Después de firmar más documentos que un contratista y de ofrecerme un televisor para pagarlo en (in) cómodos plazos, aquel muchacho que también podría haber sido figurante en la última de Ben-Hur pegó un alarido que resultó ser una mezcla de irrintzi y del grito de Tarzán. Tras aquel chillido, comentó mientras se subía a la silla:

-¡Un ratón! ¡No doy crédito!

Con cara de póquer, observé a aquel director de sucursal, quien permaneció en lo alto de su asiento mullido toda la eternidad, así que me marché de aquel banco y, como bien me dijo, “no doy crédito”, por lo que me quedé sin préstamo…, y sin apartamento en Torrevieja (Alicante).

Ideación de ‘¡No doy crédito!’

Hace poco fui a un banco y un ratón provocó que un par de empleados se pusieran bastante nerviosos y perdieran las formas.

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