Mortadela y suavizante

Me confesó que no sabía planchar y que le hablaba de usted a la fregona. Sin embargo, hacía la compra como nadie. Sabía cuándo era el momento para elegir la merluza más fresca y en el que la leche tenía su mejor precio.

No era un pulpo en un garaje, sino un pez en el agua en el hábitat de las estanterías, carros de la compra y demás familiares. “A los dos años hice mi primer recado: fue una barra de pan ‘ancha y blanca’ en una tienda de barrio que hoy es un triste McDonald's”.

Sin embargo, lo que le sucedió la semana pasada lo recordará como aquel encargo de su niñez: toda la vida. El lunes, mientras paseaba buscando queso fresco y algo de embutido, observó a una persona de menos de cuarenta tacos que, con bastante naturalidad, se metía en el bolso un sobre de mortadela; era un bolso más bien grande y con papel de aluminio en su interior. Aquello le recordó a los llamados robagallinas. “Sí, roba para comer”, dijo para sí tratando de convencerse.

Dos días después volvió a hacer la compra y se ‘disfrazo’ de agente de seguridad como si fuera el actor Vincent Lindon en la tediosa película ‘La ley del mercado’. En esa ocasión sus ojos se tropezaron de nuevo con aquella persona y aquel bolso… Las intenciones y los hechos, idénticos. Vio cómo introdujo en aquel bolso suavizante. “Esto ya no es de primera necesidad”, pensó, y se lo dijo a la encargada del supermercado con aires de ministro de Justicia en una comparecencia tras una redada.

Mimetizado entre las latas de conservas, se fijó cómo acompañaban a aquella persona a una zona que, según se enteró, la llamaban la sala de la vergüenza.

Desde entonces anda dándole vueltas si hizo lo correcto al advertir de aquel incidente. Incluso ha dejado de ir a la compra. Ya solo la hace a través de Internet.

Ideación de ‘Mortadela y suavizante’

El otro día comentaron en no sé qué programa de radio que lo más robado en el súper son alcohol, cuchillas de afeitar y perfumes.

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