Hay palabras que uno, antes de entender su significado, las vive en sus propias carnes. Al menos eso me sucedió cuando aún tenía dientes de leche y nadaba con flotador o manguitos.
- sábado, 20 de abril de 2024
- Actualizado 10:00
Hay palabras que uno, antes de entender su significado, las vive en sus propias carnes. Al menos eso me sucedió cuando aún tenía dientes de leche y nadaba con flotador o manguitos.
Contradicción. Esa es la palabra. Una palabra que envuelve lo que me sucedió una tarde cualquiera del siglo pasado en un huerto con piscina. Un recuerdo en blanco y negro.
Con el bañador mojado y los dedos húmedos que sujetaban un bocadillo de pan con chocolate viví aquella contradicción. Masticaba aquel manjar ya extinto mientras observaba atento al dueño de ese terreno con piscina, caseta y varias hileras de árboles frutales y hortalizas.
Él llevaba una escopeta de perdigones en una mano y un cubo pequeño con cemento y una paleta en la otra. Recuerdo que dejó el material para hacer unas chapuzas en el bordillo de la piscina, se puso en posición de tiro, apuntó a un gorrión que pasaba por allí y el pájaro tardó en caer lo mismo que yo en dar con el último bocado de mi merienda. Me sonrió satisfecho, cómplice, pero yo estaba tan asombrado con la escena, que no gesticulé.
Al poco rato, mientras estaba reparando un bordillo, me dijo: “Vamos a salvar a esta rana”. Y la sacó con sus dedos largos de un pequeño orificio que cubrió de cemento. La rana se perdió entre unos matorrales mientras mi cabeza se llenaba de interrogantes.
Mató un gorrión. Rescató a una rana.
Aquella tarde viví lo que era una contradicción. Una contradicción que, como otras muchas, sigo sin entender.
Ideación de ‘Contradicción’
Ayer, paseando, anduve cerca de un huerto con piscina en el que disfruté mucho cuando era pequeño.
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