Casualidades

La primera casualidad creo que sucedió un martes caluroso del mes de mayo, aunque no lo tengo del todo claro. El acontecimiento se me quedó grabado en las retinas y dudo que lo olvide fácilmente.

Entré en un bar con olor a sarmiento quemado y con muchas ganas de comer unos macarrones con longaniza y una pata de pollo a la cerveza con patatas panaderas. El comedor estaba, a mi juicio, medio lleno; quizá para el dueño, medio vacío…

En una mesa se encontraba un conocido mío, que no se fijó en mi presencia, pero le advirtieron que yo acababa de sentarme. Él no podía verme salvo que se levantara y diese un giro de 180 grados, algo que hizo al instante; lo noté nervioso, poco natural y balbuceante. “Aquí estoy, con…, con…, celebrando su cumpleaños”. Ella, a quien pienso que veía por primera vez en mi vida en ese instante, rubia mal teñida, de pelo corto, baja y muy apocada, estaba y estuvo más callada que un pez.

Yo fui a lo mío: pasta, pollo y agua, vamos, comida de deportista cien por cien. Pagué, me levanté y a él le faltó tiempo para acercárseme al oído. “Escúchame: discretito, eh, discretito”, me indicó en voz baja y con el dedo índice levantado tras darme una palmada suave en el hombro y fulminarme con sus ojos de dibujo animado.

Como contaba al principio, las casualidades se dan de ciento a viento. Ayer lo volví a ver con sus andares de ‘cowboy’, su pelo teñido de negro azabache y sus patillas a lo Menem (cuando era Menem). Iba del brazo de una señora, también baja, pero esta era morena y de tez muy pálida: su mujer, a la que conozco poco más que de vista.

Cuando nos hemos cruzado, el discretito ha sido él, que tras bajar la cabeza ni siquiera me ha saludado.

Ideación de ‘Casualidades’

El mes pasado tuve este sueño. Desde entonces, cada vez que me cruzo con el ‘cowboy’, me viene a la memoria lo que acabo de relatar.

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