Bolsa

Las bolsas de plástico son como la falsa moneda, que van de mano en mano y nadie se las queda. Al menos, así lo entendí después de ser testigo hace ya unos cuantos años de una anécdota transoceánica.

En 2007, en contra de mi aerofobia, pisé suelo neoyorkino. Ahorraré detallar mi viaje, pues me parece tan cansino como quien te obliga a ver su álbum de la boda…

La anécdota sucedió un viernes por la mañana. Yo pretendía cruzar de una calle a otra (mejor dicho, avenida) y enfrente había una muchedumbre. En aquella acera observé un muestrario del mundo. Todo tipo de gente y, como diría aquel, cada uno de su padre y de su madre.

Me llamó la atención un joven negro. Supongo que lo miré porque sobrepasaba los dos metros de estatura. O por sus auriculares blancos. O por sus giros de cabeza, tal vez, al ritmo de un rap.

Cuando el semáforo quiso que parasen los coches, tuve que mirar dos o tres veces. Aquel ‘armario’ llevaba en la mano una bolsa de plástico con varias cosas. Pero eso resulta irrelevante. Aquella bolsa era de El Mirandés, del bazar de mi pueblo, de Tafalla. 

¿Cómo llegó hasta allí? Me arrepentí de no pararlo y que me contase dónde y quién le dio aquella bolsa. Se lo comenté a mi primo, que iba conmigo en aquel momento, y me tuve que conformar con su contestación: “Las bolsas de plástico son como la falsa moneda, que van de mano en mano y nadie se las queda”.

Ideación de ‘Bolsa’

El otro día subí en el ascensor con mi vecino, el de El Mirandés. Aquel viaje del entresuelo al tercero volvió a trasladarme a Nueva York.

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