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Blog / El espejo de la historia

Woodstock algo más que un festival

Por Javier Aliaga

El festival Woodstock, celebrado hace 50 años, tuvo una gran repercusión tanto en lo musical como en lo social.    

Anuncio en prensa para la venta de entradas por correo. Wallkill fue su primera opción
Anuncio en prensa para la venta de entradas por correo. Wallkill fue su primera opción.

En agosto de 1969, los días 15, 16 y 17 -de viernes a domingo-, en el estado de Nueva York (NY) se celebró el festival de Woodstock; sus 32 actuaciones musicales cubrieron estilos desde el folk al rock & roll. El ambiente que rodeó la convocatoria escandalizó a la conservadora sociedad estadounidense; su repercusión, tanto en lo musical como en lo social, fue mundial y transgeneracional. A principios de año Richard Nixon había tomado posesión de la Casa Blanca, recibiendo la envenenada herencia de su predecesor, Lyndon B. Johnson: la guerra de Vietnam.

El festival se anunció como tres días de paz y música. La referencia a la paz era un indudable llamamiento al fin de las hostilidades en Vietnam, acorde con la opinión de la juventud norteamericana manifestada en los campus universitarios. La cita era, por tanto, ineludible para las corrientes de contracultura; de ellas, la más difundida y conocida era el movimiento hippie que preconizaba el pacifismo y el amor libre.  

En contra lo que pueda parecer Woodstock no se celebró en Woodstock, allí no había una zona adecuada. La primera opción fue celebrarlo a 50 km, en Wallkill, pero los habitantes se opusieron enérgicamente prohibiéndolo por ley. A tan sólo un mes del comienzo y con una gran cantidad de las entradas vendidas, los organizadores a la desesperada, llevaron el evento a Bethel próximo a White Lake, a 75 km de Woodstock, donde alquilaron los prados del granjero Yasgur.

El alma mater de Woodstock estaba compuesta por cuatro veinteañeros: dos relacionados con el sector de la música Michael Lang y Artie Kornfeld; y dos financieros Joel Rosenman y John Roberts. La primera paradoja fue que la contracultura que acudió a Bethel era netamente anticapitalista, sin embargo todo fue posible gracias al dinero que arriesgó Roberts, heredero de una fortuna procedente de un pegamento para dentaduras.

Dos años antes, los promotores se habían puesto en contacto gracias a un pequeño anuncio que publicaron Rosenman y Roberts en The Wall Street Journal, afirmando disponer de «capital ilimitado» para demandar «propuestas de negocios legítimas e interesantes». En realidad buscaban ideas para una comedia que estaban escribiendo. Centrados en el mundo de los negocios, de las miles de ofertas recibidas, se inclinaron por la de Lang para invertir en un estudio de grabación. Posteriormente surgió la idea de un festival promocional.

Hoy parece inimaginable organizar un evento de ese tipo sin Internet y sin pago por tarjeta de crédito/débito. Sin embargo, el mundo en 1969 era bien diferente. La base de la campaña publicitaria fue en prensa (ver anuncio). La venta de entradas se efectuó en tiendas de discos de NY y por correo ordinario, cuyo pago sólo era posible bien por cheque bancario o por transferencia.

A pesar de estas limitaciones, la difusión del acontecimiento no pudo ser más efectiva. Se desbordaron todas las previsiones, en la mejor de éstas no se esperaban más de 50.000 asistentes; no obstante, llegaron a congregarse medio millón de almas. En consecuencia la primera gran amenaza al festival fue la muerte por éxito. El primer día, el caos y la desorganización eran manifiestos; los organizadores desbordados, e incapaces de controlar los accesos, convirtieron el evento en gratuito con entrada libre.

Las carreteras de acceso y la autopista interestatal quedaron bloqueadas, la gente abandonaba los coches en las cunetas para acceder a pie hasta 20 km. Woodstock pasó a ser el primer gran embotellamiento de la historia. Algunos músicos también quedaron atrapados en el colosal atasco, teniendo que ser transportados en helicóptero. El orden de las actuaciones se improvisaba sobre la marcha dependiendo de la disponibilidad. El segundo día el gobernador de NY declaró el lugar zona catastrófica.

En aquel desbarajuste, carente de higiene, faltaba de todo: agua, comida, medicinas, servicios médicos… Muchas actuaciones fueron críticas con Vietnam como la de Joan Baez -embarazada de 6 meses- que recordó que su marido estaba detenido por su oposición al conflicto bélico. La segunda paradoja fue que para auxiliar aquella congregación antimilitarista acudió la US Army en helicóptero.

La práctica libre de sexo y el consumo incontrolado de drogas –principalmente LSD y marihuana- fueron habituales. Las autoridades locales, carentes de dependencias para alojar a tantos consumidores de drogas, optaron por no inmiscuirse. Conforme con la confesión de Neil Young «todo el mundo estaba totalmente colocado». Años más tarde, el senador John McCain, veterano de Vietnam, calificó irónicamente Woodstock como «un evento cultural y farmacéutico».  

La meteorología se cebó con el festival. Ya desde el primer día, la lluvia pasó por agua la interpretación de Ravi Shankar. Los músicos de la siguiente actuación, The Incredible String Band, temieron electrocutarse y cambiaron su actuación al sábado. Lo peor llegó el domingo, tras la interpretación de Joe Cocker, una fenomenal tormenta obligó a suspender las actuaciones por tres horas y convirtió los prados en un gran lodazal. Algunos quisieron ver en las inclemencias un castigo bíblico contra aquel Sodoma y Gomorra de sexo y drogas.

La elevada humedad aumentaba el peligro de electrocución; el líder de Ten Years After animó a su banda «si muero de una descarga vamos a vender un montón de discos». Jimi Hendrix, la gran atracción del festival y el mejor pagado, aplazó su actuación al lunes -ampliando el programa un día más-; cerró el festival cuando ya sólo quedaban unos 30.000 asistentes, entre el repertorio su magistral interpretación, en un solo de guitarra, del himno americano “The Star Spangled Banner” en el que superponía los bombardeos en Vietnam.

¿Qué quedó de Woodstock? Al final, el trasiego de tal multitud dejó toneladas de basura y detritus con despojos de ropa, colchonetas y toldos rebozados en barro. Lang describió que en aquel «mar de lodo» había un hedor «fuerte y fétido», procedente de los residuos orgánicos ya que los 600 retretes instalados fueron dramáticamente insuficientes.

Atendiendo a tal movilización de gente y a los excesos que hubo, el balance de tres muertos puede parecer insignificante –uno por apendicitis, otro por aplastamiento de un tractor y un tercero por sobredosis de heroína-. Podrían haber sido muchos más, pues los cables de alta tensión se desenterraron parcialmente por las lluvias.  

Algunos recuerdos permanecerán imborrables en la película de Michael Wadleigh, galardonada con un Oscar al mejor documental en 1970, y en los innumerables discos colectivos e individuales con temas inolvidables. En 2008, se erigió en el emplazamiento un museo conmemorativo; una especie de templo de peregrinación para los más nostálgicos.

Con todo, el festival fue un desastre económico, durante su celebración ya se barruntaba la ruina de la organización, por eso el manager de The Who exigió cobrar en cash. En concepto de entradas se recaudaron 1,8 M$; es decir, sólo una cuarta parte de los espectadores pagó. El coste fue de 2,4 M$ a 3,1 M$ que financió Roberts. Al cabo de 11 años el déficit pudo compensarse gracias a los derechos de la película y de las grabaciones.

El recuerdo más desafortunado fue una generación que trivializó el consumo de drogas; muchos perecieron en ellas, como los intérpretes del festival: Jimi Hendrix (1970) con una combinación de vino y barbitúricos; Janis Joplin (1970) y Tim Hardin (1980) por sobredosis de heroína; John Entwistle de The Who (2002) de un ataque al corazón inducido por cocaína.

Algunos desconocidos antes del festival supieron aprovechar su participación como: Santana, Richie Havens o Melanie Safkan. No fue así para las bandas que se separaron: Creedence Clearwater Revival (1972) y The Incredible String Band (1974). Por el contrario, Croby, Stills, Nash & Young continuaron durante varias décadas e hicieron famosa la canción “Woodstock” compuesta por Joni Mitchell.

Woodstock se convirtió en una leyenda para una generación convencida de que fue “el festival más grande de todos los tiempos”.

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