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Blog / El espejo de la historia

Las Vascongadas y la conquista de Navarra (y III)

Por Javier Aliaga

El autor describe las repercusiones de la batalla de Velate y la concesión de la Corona de Castilla a Guipúzcoa del privilegio de incorporar los cañones en su escudo de armas.

4 siglos y medio separan a estos dos blasones. El de la derecha es producto de la intervención iconoclasta del fundamentalismo vasco.
4 siglos y medio separan a estos dos blasones. El de la derecha es producto de la intervención iconoclasta del fundamentalismo vasco.

En los dos artículos anteriores hemos visto cómo las Vascongadas se involucraron en la Conquista de Navarra debido a su inquebrantable lealtad a la Corona de Castilla. En comparación con el Señorío de Vizcaya y las Hermandades de Álava, la Provincia de Guipúzcoa, en lo comercial e industrial, fue la que más se benefició. Asimismo en los periodos de paz, la Provincia también obtuvo réditos aportando mano de obra, canteros y contratistas tanto para la reconstrucción de fortalezas y edificios navarros, como para la destrucción de torres y fortalezas siguiendo las órdenes del Cardenal Cisneros.

El catedrático de Historia Luis Orella extiende esta lealtad y sus beneficios a lo largo de los siglos: «Los guipuzcoanos de estos siglos… colaboraron estrechamente, primero con la Corona de Castilla y luego con la Corona de España. Como descubridores, navegantes, transportistas, ferrones, escribanos, secretarios de Estado, políticos o misioneros, los guipuzcoanos sirvieron fielmente a los reyes de Castilla y se beneficiaron personal y colectivamente de estos servicios».

Ahora bien, sería injusto no reconocer que Guipúzcoa es la provincia que más padeció los efectos de la conquista de Navarra, viviendo una docena de años en estado de guerra: los propios de la guerra de 1512 a 1522, y dos años posteriores hasta la rendición de Fuenterrabía en 1524. De este periodo, la situación más dolorosa se vivió en otoño de 1512, por la despiadada incursión del ejército que, en apoyo de la monarquía Foix-Albert, sitió San Sebastián y arrasó Oyarzun, Rentería y Hernani.

Estos sucesos en vez de deteriorar la fidelidad de Guipúzcoa a la Corona de Castilla, estimuló su deseo de venganza; razón por la cual 3.500 guipuzcoanos acudiendo a la llamada de su rey, Fernando el Católico, para hostigar al ejército franco-navarro en retirada. El desquite guipuzcoano se materializó en Velate, al atacar la retaguardia de aquel ejército, provocándole una humillante derrota con un millar de bajas y la captura del tren de artillería.  

Es obvio que el ejército francés salió trasquilado del primer intento de reconquistar Navarra en 1512. Quedó por los suelos su orgueil français: dos asedios frustrados, el de San Sebastián con 8 asaltos y el de Pamplona con 2 asaltos; y el calamitoso repliegue de las tropas con el mencionado descalabro de Velate y la pérdida de varias compañías gasconas en el Valle de Aoiz.

Todos estos infortunios indujeron a Luis XII a tomar la iniciativa de pactar con Fernando el Católico la tregua de Urtubia del 1 de abril de 1513. El francés, haciendo caso omiso del tratado de Blois que había firmado con los reyes navarros en julio de 1512, se comprometió a no apoyar a éstos, ni a su causa durante un año; el Católico, a su vez, renunciaba a los derechos sucesorios de los Foix que le correspondían a su segunda esposa Germana de Foix. Esta tregua fue renovada en Orleans antes de su vencimiento; de esta forma, el astuto rey Católico supo sacar partido de la fracasada contraofensiva, asegurando el status quo de Castilla en Navarra y la no intervención francesa durante unos años.

Todo indica que si no se hubiesen producido esa serie de derrotas y muy especialmente la de Velate –que niega el nacionalismo vasco-, Luis XII no habría promovido y pactado la tregua de Urtubia, clave para la consolidación de la conquista de Navarra. De aquel maquiavélico cambalache los chivos expiatorios fueron Catalina de Foix y Juan de Albret.

A su vez, los guipuzcoanos, orgullosos de la captura de la artillería en Velate, suplicaron a sus reyes la incorporación de los 12 cañones en el escudo de armas de la Provincia. La ratificación de ese privilegio fue firmado por la reina Juana I de Castilla mediante Real Cédula del 28 de febrero 1513. Este documento describe cómo sucedieron los hechos: «…los dichos Franceses, é los fallarô en el Lugar llamado Velate, é Leizondo… donde varonilmente pelearon con ellos, é desbaratándolos, é matando muchos de ellos, les tomaron por fuerza de armas toda el artilleria que llevavâ, que erâ doce piezas». El documento finaliza con la concesión del privilegio solicitado: «quede perpetua memoria de elloDoy por armas á la dicha Provincia las dichas doce piezas de artilleria»

El primer blasón de Guipúzcoa del que tenemos conocimiento data del año 1466, está compuesto de dos cuarteles partidos en faja. En el superior, aparece un rey castellano sentado enarbolando una espada en la mano derecha, conforme a la interpretación más moderna se trata de Enrique IV quien gobernaba aquel año; también se especula que pueda ser Alfonso VIII que incorporó Guipúzcoa a Castilla en 1200, según Jimeno Jurío «Vizcaya y Guipúzcoa hasta el Bidasoa pasan voluntariamente a Castilla». En el inferior, representa tres arboles, que pudieran ser tilos o tejos, sobres las ondas del mar. Como fruto del privilegio otorgado por la reina Juana el escudo se dividió en tres secciones, la inferior quedó intacta y la superior se dividió en dos: a la izquierda el rey y a la derecha los 12 cañones. El blasón se completa con dos salvajes que custodian el escudo a los lados, y se timbra con una corona real superior que no pertenece al escudo.

La paranoia del nacionalismo vasco por los cañones del escudo no nace con Sabino Arana, puesto que los hermanos Arana diseñaron en 1896 un emblema para Euzkadi (Zazpiak bat), en el que no se atrevieron a modificar el escudo de Guipúzcoa, figurando éste con sus cañones. Años más tarde, el tradicionalista Pradera en 1922 denunció la intención de sustituirlos por círculos: «aunque los nacionalistas, que quieren borrar el recuerdo de su origen, lo han falsificado burdamente, sustituyéndolos por doce círculos que ninguna significación tienen. Pero los cañones siguen apuntando al corazón del nacionalismo, porque son el testimonio de que la raza vasca laboró por la incorporación de un territorio vasco a España».

Con la II República española en 1931, en las asambleas de ayuntamientos guipuzcoanos surgen propuestas nacionalistas sobre los cañones, no para sustituirlos por círculos, sino para eliminarlos como gesto de fraternidad hacía Navarra. Cinco años más tarde, en plena guerra, cuando Guipúzcoa había sido ocupada por los rebeldes, se oficializó la primera mutilación del histórico blasón guipuzcoano. Efectivamente, a los pocos días de constituirse el primer Gobierno Vasco, se decreta sobre el emblema –publicado el 21/10/1936- eliminando los dos cuarteles incómodos para el nacionalismo vasco, el del rey y el de los cañones; aduciendo era para eliminar «los atributos de institución monárquica o señorial y de luchas fratricidas entre vascos, y agregando los símbolos de su primitiva libertad»

Con la democracia, las Juntas Generales de Guipúzcoa, en su reunión itinerante de Oyarzun del 2 de julio de 1979, consumaron la amputación definitiva del escudo. José Antonio Ayestarán propuso una moción para quitar los cañones y adoptar el escudo aprobado en 1936, así como «Enviar un mensaje de hermandad al Parlamento Foral de Navarra». La propuesta fue aprobada por unanimidad.

Evocar a la fraternidad y a la hermandad con Navarra es una burda maniobra para tergiversar la historia y ocultar que Guipúzcoa actuó con total lealtad a Castilla. Al fin al cabo, según Correa, los cañones no eran navarros, sino franceses, tan franceses como los soldados que habían arrasado Guipúzcoa y asediado San Sebastián. En cualquier caso, eso no justifica la anulación del cuartel del rey.

Difícilmente podría haber imaginado la infeliz reina Juana -hubiese enloquecido de verdad- que la «perpetua memoria» del privilegio, se malograría como consecuencia de tanta impostura del fundamentalismo vasco, que niega la existencia de la batalla de Velate en la que sus súbditos «guypuzcoanos pelearon varonilmente».

A pesar de las amputaciones al escudo, todavía queda un elemento en el blasón que delata, por sí mismo, la verdadera historia de Guipúzcoa y su relación con la Corona de Castilla. Se trata de la leyenda o mote que figura en su parte inferior “FIDELISSIMA VARDULIA NUMQUAM SUPERAT”. La Norma Foral en 1990, cambió la V de Vardulia por una B, acorde con la ortografía batúa.

Su traducción del latín es “LA FIDELÍSIMA B/VARDULIA, NUNCA CONQUISTADA”. Analicemos la frase, porque encierra tres verdades históricas opuestas al doctrinario del nacionalismo vasco: 1) “fidelísima” ¿a quién?, a Castilla, pone de relieve la superlativa fidelidad de la Provincia de Guipúzcoa a los reyes castellanos; 2) “Vardulia” o tierra de várdulos, éstos no eran vascones, fueron vasconizados, de ahí que se denominen vascongados; 3) “nunca conquistada”, porque en 1200 Guipúzcoa se incorporó libremente a Castilla.

Sospecho que esta leyenda con el tiempo, para mejor escribir la historia del imaginario estado de Euskal Herria, será fulminada, al más puro estilo talibán, al igual que han hecho con los cuarteles del rey y de los cañones.

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Las Vascongadas y la conquista de Navarra (y III)