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Blog / El espejo de la historia

El fin del reality del sucesor de Franco

Por Javier Aliaga

Coincidiendo con los ochos días que duró la misión Apollo 11, los navarros vivieron tres acontecimientos; de ellos, el más importante, fue la proclamación del sucesor de Franco.

El 23 de julio de 1969 don Juan Carlos juró los principios del Movimiento Nacional.
El 23 de julio de 1969 don Juan Carlos juró los principios del Movimiento Nacional.

Durante ocho largos días, la misión del Apollo 11 mantuvo en vilo a todo Occidente. Pamplona no fue una excepción, coincidió también con la proyección, en el desaparecido cine Carlos III, de la enigmática película de Stanley Kubrick “2001: Odisea en el Espacio”, que dio pie a un sinfín de interpretaciones. La llegada del Hombre a la Luna ensombreció tres acontecimientos de índole política que se sucedieron en las 195 horas de la misión lunar.

El primer evento, acaeció el 18 de julio; nada tenía de particular, era algo recurrente. Aquel año el franquismo celebró el XXXIII aniversario del desafortunado golpe de Estado que desembocó en una cruenta e incivil guerra. El marketing franquista denominaba eufemísticamente “Glorioso Alzamiento”, imponiendo la marca “18 de julio” en todo lo que podía: viviendas de protección oficial, hospitales, polideportivos y obras sociales.

Era una ostensible forma de transmitir que el régimen nacido de la rebelión de 1936 era generoso y concedía, paternalmente, todo tipo de parabienes. Tal era así que la paga extra de verano de los trabajadores, también llevaba el marchamo de la conmemoración de la fecha golpista. Aquel día, en Pamplona hubo dos celebraciones oficiales. Una en el Gobierno Civil y otra en el cine Olite, donde se concedieron premios económicos a los trabajadores con 64 años que se habían distinguido a lo largo de su vida laboral.

Horas después de que Neil Armstrong pisara la Luna, tuvo lugar el segundo acontecimiento. La Diputación de Navarra y el Ministerio de Hacienda firmaron un nuevo Convenio, estableciendo un cálculo del cupo o aportación navarra a las cargas del Estado. Consistía en una parte fija y otra variable (impuestos indirectos y desgravación fiscal). Como resultado, de una contribución de 230 Mpts. se incrementaría hasta unos 600 Mpts. Al margen de cifras, lo cierto es que el franquismo respetó la foralidad navarra y su autonomía fiscal.

Cuando el Apollo 11 regresaba a la Tierra, el día 22, aconteció el tercer evento, sin lugar a dudas, el más transcendental. Ante el Pleno de la Cortes, el dictador nombró a su sucesor, desvelando el secreto mejor guardado del franquismo.

La situación de España era muy peculiar. En 1947, Franco había promulgado una enrevesada Ley de Sucesión –aprobada en referéndum-, en la que definía el Estado como un reino católico, en el cual, él tenía la facultad de proponer un rey o un regente. En consecuencia, España era un reino sin rey. Los españoles, durante 22 años, habían vivido la incertidumbre del reality del sucesor del dictador; por fin, éste puso fin al desafío de los tres Borbones nominados.

El primer expulsado de la carrera sucesoria, fue el Borbón Parma, Carlos Hugo, el pretendiente del carlismo. A Franco no le gustaba como sucesor, decía que no era español. De los candidatos a la sucesión era el que se posicionó en favor de la democracia; razón por la cual, unos meses antes, las autoridades franquistas le habían puesto en la frontera. Su expulsión originó graves enfrentamientos, en Pamplona y Estella, con ocasión de la celebración de la fiesta carlista de Montejurra.

El segundo eliminado fue el Borbón Dampierre, Alfonso, nieto mayor de Alfonso XIII. Era el candidato preferido de los falangistas, representados por “la sonrisa del régimen”, José Solís. A pesar de no haber sido el escogido, se siguió especulando con su candidatura, sobre todo, pasados tres años al casarse con la nieta del dictador, “la nietísima” Carmen Martínez Bordiú.

Finalmente, el tercer nominado, el elegido, fue el Borbón y Borbón, Juan Carlos. Era el aspirante de los tecnócratas del Opus Dei; se había “formado en la España del 18 de julio” y había pasado por las academias militares.

Franco despejó también la incógnita de un regente, nombrándole sucesor a título de rey. Además se quitó a don Juan -padre de don Juan Carlos- de en medio, rompiendo la línea sucesoria, al que, unos días antes, le había escrito: «No se trata de una Restauración, sino de una Instauración de la Monarquía». En las Cortes lo expresó así: «El reino que hemos establecido… nada debe al pasado, nace de aquel acto decisivo del 18 de julio».

Como era de esperar, las Cortes franquistas dieron su aprobación con 491 votos; pero no fue unánime, hubo 9 abstenciones y 19 negativos. Entre éstos, una parte de los juanistas dolidos y los procuradores de representación familiar de Navarra, los carlistas: José Ángel Zubiaur y Auxilio Goñi. Al día siguiente, don Juan Carlos, en el palacio de la Zarzuela, aceptó el nombramiento como Príncipe de España, y ante el Pleno de las Cortes, juró lealtad a Franco y fidelidad a los principios del Movimiento Nacional.

Aunque todo parecía “atado y bien atado”, aquel nombramiento supuso la cuenta atrás del fin del franquismo. El delfín que Franco había designado, a la muerte éste, se puso a la caña para que España navegase rumbo a la convivencia y la democracia.

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El fin del reality del sucesor de Franco