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Blog / El espejo de la historia

La expulsión de los jesuitas

Por Javier Aliaga

Proponemos un hecho histórico para que el lector adivine si se trata o no de una falsedad. 

Jesuitas descargan sus equipajes y enseres cerca de la frontera francesa de Hendaya.
Jesuitas descargan sus equipajes y enseres cerca de la frontera francesa de Hendaya.

Verdadero o falso:

Los jesuitas han sido expulsados de España tres veces: en 1776 reinando Carlos III, en 1835 reinando Isabel II bajo la regencia de María Cristina y en 1932 con la II República.

La expulsión

El fructífero apostolado de Francisco Javier en Cipango (Japón), dejó una sólida comunidad cristiana que, en sesenta años (en 1614), tuvo que enfrentarse a la prohibición del cristianismo. Misioneros y creyentes fueron deportados, a la vez que un reducto de jesuitas y de cristianos ocultos (kakure kirishitan) osaron transgredir la prohibición, practicando la religión bajo una implacable persecución. Al ser descubiertos, eran sometidos a terribles torturas para que apostatasen de su fe. Estos sucesos están perfectamente representados en la película “Silencio” de Scorsesse (Martin), basada en la novela homónima de Endō (Shūsaku).

Un siglo más tarde, en el XVIII, a medida que se propagaba el apostolado jesuítico por todo el mundo, crecía su animadversión. En Europa fueron perseguidos ya no con la dureza del país de los samuráis, sino con la sutil y pérfida política que rodeaba a las casas reales. Los hijos de Loyola eran mal vistos por estar próximos a los poderosos, y acusados de todo por mostrarse hostiles al absolutismo monárquico.

Primeramente fueron expulsados de Portugal en 1759, acusados de inducción al regicidio; cinco años más tarde de Francia por motivos políticos. A pesar de que el católico Carlos III se resistía a tomar medidas contra la Compañía de Jesús, el demoledor dictamen de Campomanes de 1767, acusando a los jesuitas de instigar los motines contra Esquilache, forzó la firma de la Pragmática Sanción con su expulsión de todos los dominios de la Corona de España. En una operación sorpresa, fueron trasladados a diferentes puertos para ser embarcados con rumbo a Roma. Sin embargo, el papa se negó a acogerlos en los Estados Pontificios, reenviados a Córcega donde mal vivieron por un año, acabaron dispersándose por Italia. A pesar de todo, la Corona asignó a sacerdotes y coadjutores, una pensión vitalicia de manutención.

Lo peor estaba por llegar, en 1773 el papa Clemente XIV suprimió canónicamente la Compañía de Jesús presionado por las monarquías católicas europeas. A punto de la extinción, fueron amparados en la Rusia blanca de Catalina II –para continuar su labor educativa-, donde “hibernaron” de forma consentida por los papas. Finalmente es Pio VII en 1801 el que restableció la Compañía en Rusia, y en 1814 en todo el mundo.

Al año siguiente, Fernando VII, “el rey Felón”, anula la Pragmática de su abuelo, autorizando la vuelta de los jesuitas. A los pocos años, en 1835, con la minoría de edad de Isabel II, -bajo la regencia de María Cristina y siendo primer ministro Mendizábal (Juan de Dios Álvarez)-, se restituye parcialmente la Pragmática, disolviendo la Compañía de Jesús y todas las órdenes religiosas con 12 o menos integrantes. No era técnicamente una expulsión ya que sus miembros podían continuar su ministerio como sacerdotes seculares. Un año más tarde Mendizábal decreta la desamortización –expropiación sin indemnización- de los bienes del clero.

Artículo 26 de la Constitución

La proclamación de la II República, el 14 de abril de 1931, desató una euforia anticlerical que tuvo como principal punto de mira a la Compañía de Jesús. En la quema de conventos de Madrid del 11 de mayo, el primer objetivo de los incendiarios fue el edificio de los jesuitas en la calle de la Flor. Mientras su valiosa biblioteca, de 80.000 volúmenes, era devorada por las llamas ante la pasividad de las autoridades, los frailes huían por los tejados.

El Ayuntamiento de la católica Pamplona con una calle dedicada a los jesuitas –de la Compañía-, gobernado por una Gestora republicana –elegida a dedo a expensas de repetir las elecciones municipales-, se adhirió el 20 mayo de 1931 a un acuerdo del Ayuntamiento de Gijón que solicitó la expulsión de los jesuitas. El día 22, la prensa publicó un manifiesto avalado por todas las organizaciones católicas y los diarios de Pamplona, para revocar el acuerdo de adhesión: «renegar de la Compañía es renegar de nuestro glorioso Patrono, de Javier Apóstol navarro, sí, pero también hijo de la Compañía de Jesús, si rechazamos a la madre, rechazamos también al hijo y entoncesdejamos de ser navarros…»

En octubre de 1931 las Cortes debatieron el artículo 24 (acabó siendo el 26) de la Constitución, cuyo borrador, redactado por la Comisión, incluía: «El Estado disolverá TODAS LAS ÓRDENES RELIGIOSAS y nacionalizará sus bienes.» Tras enconadas discusiones, los partidos del Gobierno acordaron tomar a la Compañía de Jesús como chivo expiatorio y disolverla, prohibiendo asimismo, la enseñanza de las órdenes religiosas. La aprobación del artículo requirió una maratoniana sesión que acabó con bronca entre los diputados, vitoreando consignas contrapuestas: los radicales a la República y la minoría Vasco-Navarra al catolicismo. El texto quedó así:

«Quedan disueltas aquellas Órdenes religiosas que estatutariamente impongan, además de los tres votos canónicos, otro especial de obediencia a autoridad distinta de la legítima del Estado. Sus bienes serán nacionalizados y afectados a fines benéficos y docentes.

»Las demás Órdenes religiosas se someterán a una ley especial… ajustada a las siguientes bases:

»1.ª Disolución de las que, por sus actividades, constituyan un peligro para la seguridad del Estado…

»4.ª Prohibición de ejercer la industria, el comercio o la enseñanza

Los bienes de las Órdenes religiosas podrán ser nacionalizados.»

El cuarto voto era una referencia subrepticia a la Compañía de Jesús, que además de los tres votos del resto de órdenes, asume un cuarto de obediencia al papa. Partiendo de la base que los objetivos eran la libertad de cultos y la separación entre Iglesia y Estado, es incomprensible la aprobación de un artículo tan anticlerical y sectario, que estaba en franca inconstitucionalidad con otros.

El presidente del Gobierno provisional Alcalá Zamora y el ministro de la Gobernación Maura (Miguel), católicos practicantes, presentaron su dimisión. Además, 42 diputados, entre ellos los vasco-navarros, abandonaron el Congreso para exteriorizar su protesta contra el artículo; ya no intervendrían en los debates del resto de la Carta Magna.

El teatro reflejó igualmente las pasiones confrontadas en torno a los jesuitas. En noviembre de 1931 se estrenó, con un enorme escándalo y múltiples detenidos, la versión teatral de la novela de Pérez de Ayala (Ramón) “AMDG” (divisa de la Compañía de Jesús: Ad maiorem Dei gloriam), que describe la vida de un internado jesuítico con un cura pedófilo. Dos años tuvieron que pasar para estrenar la réplica projesuítica, “El Divino impaciente” centrada en la vida de San Francisco Javier, cuyo autor fue Pemán (José María).

Decreto de disolución de los jesuitas

El incongruente Alcalá Zamora –había dimitido como presidente de Gobierno por el artículo 26, pero dos meses más tarde aceptó la presidencia de la República y el total de la Constitución-, antiguo abogado de la Compañía de Jesús, firmó, el 23 de enero de 1932, el decreto:

«Artículo 1°. Queda disuelta en el territorio español la Compañía de Jesús

»Artículo 2°. Los religiosos y novicios de la Compañía de Jesús cesarán en la vida común dentro del territorio nacional en el término de diez días…no podrán en lo sucesivo convivir en un mismo domicilio...

Artículo 5°. Los bienes de la Compañía pasan a ser del Estado, el cual los destinará a fines benéficos y docentes. »

A la vista del decreto, los jesuitas tenían cuatro alternativas: 1) continuar ejerciendo el ministerio como sacerdotes seculares; 2) quedarse como seglares; 3) exiliarse al extranjero; 4) continuar en la clandestinidad –como en Cipango-. De todo hubo, pero la opción tercera fue la mayormente adoptada.

La ejecución del decreto afectó a unos 3.000 jesuitas, se cerraron múltiples centros: 2 universidades (Deusto), 3 seminarios, 21 colegios de enseñanza secundaria (como Tudela), 163 colegios de enseñanza elemental y profesional, conventos y casas de ejercicios (como Pamplona y Javier). Estos cierres obligaron a muchos estudiantes a exiliarse a Bélgica e Italia. El Patronato que se creó para inventariar las propiedades a expropiar, contabilizó: 19 templos, 47 residencias, 33 locales de enseñanza, 79 fincas urbanas y 120 rústicas. Se incautaron también saldos de cuentas bancarias y valores mobiliarios.

A modo de despedida de los jesuitas, el 31 de enero de 1932, en la explanada de Loyola se celebró novena y misa a la que acudieron unos veinte mil fieles. Finalizados los actos los últimos novicios que quedaban subieron en un autocar con destino a Hendaya.

Las elecciones de 1933 cambiaron la situación política a centro-derecha (radical-cedista), propiciando la devolución de algunos bienes incautados a la Compañía que habían sido reclamados. Cuando el Frente Popular ganó en 1936 derogó el decretó anterior, «si los bienes no han sido devueltos, se suspenderán las devoluciones.» En plena guerra incivil, el 3 de mayo de 1938, Franco derogó el decreto de enero de 1932 y la expropiación de los bienes de la Compañía.

Los popes jesuitas

El antijesuitismo enfatiza el supuesto poder de la Compañía al margen del Vaticano, denominando a su Prepósito General como el “papa negro”. En contraste, el blanco, el auténtico, el papa Francisco, primer jesuita que accede al papado, que en 4 años se ha convertido en un líder espiritual, revolucionando con su sencillez la vetusta jerarquía vaticana.

La comunidad jesuítica vive, además, un circunstancia especial al ser sus dos máximos representantes  latinoamericanos: el venezolano Sosa (Arturo) o “papa negro” y el argentino Bergoglio (Jorge Mario) papa Francisco. Al respecto de esta singularidad, no hace mucho he visto a un grupo cantar, con aire de chirigota y venial irreverencia, “papa tiara negra, papa tiara blanca” con la música de la canción de Basilio “cisne cuello negro, cisne cuello blanco”.

Respuesta a la pregunta planteada

Contrariamente a lo que podemos encontrar en muchos libros, los jesuitas han sido expulsados de España una vez, en 1767, reinando Carlos III. En los otros dos casos, en 1835 y en 1932, fueron disueltos con la correspondiente expropiación de sus bienes. Por tanto, el hecho inicial planteado es falso.

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La expulsión de los jesuitas