• viernes, 19 de abril de 2024
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Blog / El espejo de la historia

Aquella Pamplona sostenible

Por Javier Aliaga

El autor rememora usos y costumbres comprometidos con el medio ambiente, en la Pamplona del final de los años cincuenta y principios de los sesenta.

Anuncios de bebidas con envase retornable, Cervezas Cruz Azul y la gaseosa Odériz.
Anuncios de bebidas con envase retornable, Cervezas Cruz Azul y la gaseosa Odériz.

La España a caballo entre los cincuenta y los sesenta, era fundamentalmente agrícola; pocos años antes, había salido del aislamiento internacional y de la autarquía franquista para incorporarse, con timidez, a la industrialización. La Pamplona de aquella época, donde todo el mundo se conocía, no sé si era una ciudad pueblerina o un pueblo con aires de ciudad; por sus calles todavía podía verse algún que otro carro tirado por caballos.

Los chavales sabíamos que un líquido precisaba de una botella para ser transportado, vendido o consumido, para eso no teníamos que consultar la Enciclopedia Álvarez -oráculo del saber infantil-; cada madrugada los lecheros, actuando de canto de gallo de la población, nos lo recordaban con su trajín para que los hogares tuviesen leche fresca a la hora del desayuno. Existía un reparto puerta a puerta, donde la noche anterior se habían dejado las botellas vacías para ser sustituidas por otras llenas de Kaiku o Copeleche.

El agua del grifo procedía de Artica. Ahora bien, cuando era preciso un aporte minero-medicinal para aliviar ciertas patologías, el agua embotellada se despachaba en las farmacias en las que se intercambiaban las botellas vacías por otras con el milagroso contenido procedente de los manantiales de Corconte, Mondáriz, Solares, Vichy o Belascoain. El vino, que nunca faltó, se distribuía en cubas o garrafones a los hosteleros y preferentemente en botellas al consumidor.

Las cervezas de la fábrica pamplonesa Cruz Azul, se vendían en botellas de cristal que se transportaban y distribuían en barquillas de madera, al igual que las bebidas carbonatadas, de las que llegó a haber en toda Navarra hasta 90 fábricas: el sifón o agua de Seltz, Arancha, Lafaja o Lusarreta; la gaseosa, como la preponderante Odériz; las bebidas refrescantes, Ciao o Kyns, de naranja o limón, cuyas chapas nos servían para coleccionar o jugar.

Los ultramarinos dispensaban el escaso aceite –regulado por Abastos- por medio de una bomba que rellenaba la botella vacía del comprador. Estos establecimientos utilizaban bolsas de papel para la venta y pesaje de legumbres o arroz; otros productos, como las sardinas de cubo o el dulce de membrillo, se envolvían en papel. Las droguerías vendían a granel el aguarrás o la lejía, el parroquiano aportaba su frasco, que el dependiente cerraba con un tapón de corcho.

El régimen franquista subvencionaba el papel de los periódicos, los cuales una vez impresos tenían que pasar por la censura; superado el trámite y tras haber sido leídos, eran objeto de distintos cometidos: limpieza de cristales, envoltorio de bocadillos o de productos en tiendas, y para un caso apurado de necesidad ante la carencia del papel higiénico El Elefante.

La ropa no se tiraba, o bien se heredaba o bien se rehacía, de los jerséis se recuperaba la lana para hacer una prenda nueva. El colmo de la reutilización era dar la vuelta a un abrigo ya sobado, consistía en desmontar la hechura e invertir el paño, convirtiendo la cara interior en exterior, para coserlo nuevamente. Algo parecido se hacía con los puños o cuellos gastados de las camisas. A su vez, las tintorerías coloreaban las prendas para darles una nueva vida.

La recogida de la basura era a media mañana, un basurero en avanzadilla tocaba una corneta como aviso del inminente paso del camión verde del Ayuntamiento. Las mujeres –la realidad de la época- acudían con los cubos para que la brigada los volcase en la cama del camión. Lo que no era para tirar se llevaba a las traperías para reciclar, donde compraban: metales, cartones, papeles y trapos.

¿Qué ha cambiado de aquella Pamplona? En mi opinión hay dos notables diferencias. La primera es que, en aquellos tiempos la botella era de vidrio con un precio adicional al producto, de manera que al devolverla se reembolsaba; es decir, el envase era retornable, siendo el fabricante quién se encargaba de recoger, pasteurizar y reutilizar.

La segunda son los plásticos o polímeros artificiales. Pese a que se habían descubierto en el siglo XIX, a partir de los años sesenta entraron en nuestras vidas, en los hogares y en el medio ambiente; el cual fue progresivamente invadido y envenenado. Lo peor es que se han incorporado a nuestra cadena alimenticia, los peces asimilan trozos de plásticos o la sutil modalidad de los microplásticos –palabra 2018 elegida por la Fundéu BBVA-.

La masificación de los plásticos es una de las consecuencias del modelo económico basado en el consumo indiscriminado y en el hábito del “usar y tirar”. En la actualidad, la sociedad ha cambiado la consigna por el “usar y reciclar”. Las botellas no son para reutilizar como antaño, sino para reciclar; tanto las de vidrio como las de plástico, principalmente de tereftalato de polietileno (PET), que es el material más empleado para embotellar bebidas y por ende, el más reciclado. De este modo, los fabricantes descargan en el consumidor la responsabilidad de la polución de sus envases.

Según la ONU, al año se vierten al mar 8 millones de Tm de residuos contaminantes. A este ritmo, la advertencia se repite desde distintos organismos, en el 2.050 en los mares habrá más plástico que peces. En todos los océanos se han detectado islas de basura que se desplazan al albur de las corrientes marinas; de ellas, la del océano Pacífico constituye el mayor vertedero del mundo.

El Gobierno Barkos nos quiere hacer creer que la Ley Foral de Residuos aprobada el año pasado, es la solución al problema de los plásticos; sin embargo, el reciente recurso del Gobierno central ante el Tribunal Constitucional pone de manifiesto que esa materia no es una competencia autonómica.

Lo que queda de la ley es una nueva fiscalidad con medidas coercitivas y multas, orientada a meter la mano en el bolsillo de los navarros -que es lo que más le gusta al Cuatripartito-, con ello conseguirán ahuyentar la inversión de la Comunidad foral. Parece que persiguen convertir Navarra en una empobrecida Gibraltar ecológica, propicia para su anexión a Euskadi -que es lo que más anhela el Cuatripartito-.

En definitiva, una ley represiva al consumidor no podrá retroceder el reloj 55 años. En aquel entonces existía una economía circular que cumplía las tres erres del paradigma ecológico: reducir, reutilizar y reciclar. Aquella Pamplona sí que era sostenible.

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