• martes, 19 de marzo de 2024
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Blog / Capital de tercer orden

Votar en democracia es lo de menos, mamón

Por Eduardo Laporte

Me irrita el engorro que supone para muchos acudir a las mesas electorales cuando son designados para ello.

Votaciones de  las elecciones generales de 2016. PABLO LASAOSA 05
Votaciones de las elecciones generales de 2016. PABLO LASAOSA 05

No sé si es mi lado ofendidito o el maniático, pero algo se agita en mí cuando oigo, en cada convocatoria electoral, las quejas porque a Fulano o Mengano le han llamado para ser miembro de una mesa electoral. Queda como guay quejarse, menuda faena, yo no quería, ay, jo, ese domingo nos íbamos a hacer barbacoa en casa de Saioa. La peña le ríe las gracias al asignado, después de hacer retuit a proclamas muy antifascistas, solidarias, sostenibles, veganoides, ecologistas, antinucleares, proabortistas, anticongelantes y prosaharauis, pero pocos asumen el cargo con un atisbo de responsabilidad.

Basta buscar algo de información relacionada al respecto en Google y la segunda entrada que aparece nos explica como «librarnos» de ese marrón. Se publica en ‘GasteizHoy’ y será que se asume ese deber como una opresión más del Estado ídem. También se detalla el salario a percibir por ser miembro de una mesa electoral porque, oye, lo mismo te compensa perderte la chuletada en el patio de Jacinto Mari por los 85 eureles que te llevas, en un día cotizado, en domingo, a sumar a tu vida laboral.

Debo de ser un ciudadano atípico, quizá imbécil, pardillo, pringao —añada usted el adjetivo que quiera, facha, ya que estamos—, en el momento que no me desagrada responder a ciertas encuestas, por ejemplo, si son para organismos públicos. Tampoco me importaría —joder, rara vez sacas esa cantidad en una sola jornada periodística, y además sentado— ser llamado a filas, digo, a mesas electorales. Lo haría con la cabeza bien alta, sin quejarme y sin dar por culo. La democracia no es sólo votar, no se construye con tuits políticamente correctos ni amedrentando al disidente; sobre todo se construye, valga la chorrada, construyendo. Y formar parte de la maquinaria, humana en este caso, que permite que se lleve a cabo lo que los cursis llaman la fiesta de la democracia, me parece un motivo de celebración y no tanto de lamento posmoderno coñazo. «Me tocó…».

Nos la pela el Estado. Formamos parte de él pero sólo para sufrirlo. Pagar impuestos y, sí, disfrutar de una ejemplar Seguridad Social. ¿Pero quién disfruta realmente cuando le meten una sonda por la nariz o le hacen una colonoscopia? Me gusta la idea de contribuir al Estado, al país, nación, a la comunidad, para algo que no tenga que ver ni con pagar ni con enfermar. La misma democracia, ese bien tan poco atractivo como fundamental sigue débil, endeble, porque no nos sentimos parte de ella. La democracia son los otros. La democracia, hijo mío, eres tú. No dejes que se venga abajo como los cines Carlos III.

Un domingo en un colegio electoral es también un viaje a la España plural. Un milagro de convivencia que, toquemos madera, habrá que ver si mantiene en las próximas citas. No pondría la mano en el fuego. Quizá porque hay muchos que prefieren destruir a construir.

Están muy bien los domingos de subida del Cruz de Gorbea, pero en una mesa electoral hay cabida también para anécdotas jugosas. Como recordar aquella de Luis Roldán, elegido presidente de una mesa electoral en el colegio de Cizur Menor en el que estaba empadronado, a pesar de que acaba de comenzar su famosa fuga. Ha llovido: hablamos de mayo de 1994. Hubo que buscar un suplente.

Termino esta primera entrega de ‘Electoralitis’ con el comentario de un tal Yo, que refleja muy bien el espíritu ramplón, rácano y dominguero que desde aquí denunciamos:

«Me ha tocado en la mesa electoral, me han jodido las vacaciones y encima tengo que dar gracias por los 65 euros y un bocata… venga hombre! Para mi es una putada siempre he pensado que deberían ofrecer estos puestos a gente que está en el paro».

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