• martes, 19 de marzo de 2024
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Blog / Capital de tercer orden

Una semana en la cama

Por Eduardo Laporte

Además de las vacaciones ordinarias, el ciudadano medio debería poder disfrutar de una semana al año para no hacer absolutamente nada.

Una persona duerme en la cama. ARCHIVO
Una persona duerme en la cama. ARCHIVO

El encargado del bar de moda que me llamó para disculparse debió de sorprenderse de mi poca beligerancia. Casi quería darle las gracias, y eso que uno de sus productos, un pisco sour servido por el diablo, me mandó a la cama (y al váter) con especial virulencia durante casi una semana.

Síntomas escatológicos al margen, me vi el lunes en la cama, con ese frío/calor que te hace pegarte a las sábanas, con dolores musculares y en general un fortísimo deseo de estar tumbado y pasar del mundo.

La gripe son las vacaciones del pobre, dijo un poeta. Del rico, diría yo, porque sólo en aquellos estados en que uno se ve limitado por la salud se produce el verdadero descanso. Es entonces cuando uno acepta el estado de cosas, la licencia para no hacer nada, porque en otras ocasiones quizá tampoco se hace mucho, pero aquella ociosidad cursa con el peaje de una conciencia lacerante.

La enfermedad te devuelve a la holganza más feliz, aquella de la infancia en que te trasladaban, como un rey, la tele a tu cuarto. Te traían la comida a la cama, tortilla y arroz, yogur de limón, a veces un flan casero. Tebeos. SuperHumor. Tintín. Qué pena que la tele fuera tan aburrida entonces, esos programas de media tarde sobre agricultura, sobre medicina, sobre remedios caseros, presentados por señores con traje y bigote.  

Hoy, el enfermo goza de tantos entretenimientos que se podría llegar a envidiar esa baja que no cursa con dolor. Porque, así como la playa nos baja la tensión y nos sume en un estado de placidez ideal para leer y desconectar del ruido habitual, la enfermedad leve te proporciona un parecido estado de relajación, ideal para emular a Oblómov, para jugar a hikikomori radical o al anacoreta que encarna Fernando Fernán Gómez en la homónima película.

Porque en una semana en la cama uno puede ver las pelis que desee, dormir lo que quiera y pensar en vaguedades. En una semana de vacaciones en cambio hay que subirse en el Dragon Khan, los trescientos peldaños de tal campanario renacentista, probar esa marranada llamada ‘francesinha’, comer en tal chiringuito a pie de playa dando las gracias por tener mesa y comerse una cola de una hora bajo el sol de julio para ver la exposición de ese pintor feísta que luego comentaréis en la cena con esos conocidos de Facebook que han insistido en invitarnos a un arroz negro. Para todo lo demás, Mastercard.

Uno se cansa de perder tiempo, dinero y de maltratar a un hígado. Una semana en la cama como una Cuaresma de siete días forzosa y bendita. Una semana en la cama, decía, para atender todo ese reclamo cultural que de algún modo exige tu atención. Te estás perdiendo algo y no sabes que es; concédete una semana en la cama y se calmará ese monstruito. Bienvenidos los catarros víricos, las intoxicaciones por alimentos en mal estado y la fatiga crónica de siete días.

En mi semana de vacaciones horizontales vi películas que en mi postración me parecieron maravillosas. Como ‘Tranvía a la Malvarrosa’, ‘El anacoreta’, con guion de Rafael Azcona, ‘Las verdes praderas’, de Garci, la serie completa de ‘Los pazos de Ulloa’ y las descacharrantes secuelas de ‘La escopeta nacional’ que son ‘Patrimonio Nacional’ y ‘Nacional III’, que me corroboraron la idea de que Berlanga es nuestro Buñuel de la comedia y que Ibáñez, el dibujante, bebe mucho de él. También esas pelis malas, o no de culto, que sin embargo tienen algún no sé qué terapéutico, como ‘Son de mar’, de Bigas Luna, con Leonor Watling y Jordi Mollà.

Hay algo de saludable en estos retiros forzosos. Y una felicidad peligrosa por cuanto tiene de plena, de egoísta, de ajena al mundo. No conviene abusar. Más de una semana sería insano, pero siete días enfermo, en la cama, tiene que ser sano por fuerza. La enfermedad que cura. ¿Qué cura? Quizá el que no estemos lo suficiente con nosotros mismos en las mejores condiciones.

Una semana… ¿Y si Onetti, que pasó los últimos años de su vida sin moverse de la cama, donde pasaba «todo lo importante», tuviera razón?

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