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Blog / Capital de tercer orden

Shakespeare y las dos navarras

Por Eduardo Laporte

"Trabajos de amor perdidos" se localizó en la Navarra del siglo XVI, pero es una Navarra imaginaria, idílica, con la que el dramaturgo hace una fantasía que todavía tiene vigencia

shakes y navarra
Shakespeare junto a un mapa de Navarra de la época.

"Navarra será el asombro del mundo", escribió Shakespeare, de quien este mes se cumplen cuatro siglos de su muerte. Uno lee eso y se queda patidifuso. Ha servido de lema para no pocas campañas publicitarias, no recuerdo para qué empresas, y es frecuente sacarlo a colación en ciertas reuniones apasionadas como argumento tumbativo para consagrar las bondades de la patria chica.

Lo que no se suele comentar tanto es que lo no lo dijo Shakespeare, sino un personaje de ficción suyo, el rey Fernando de Navarra, en ‘Trabajos de amor perdidos’, y que se refería a ‘otra’ Navarra, del mismo reino, pero la protestante, situada al otro lado de los Pirineos.

Tampoco se suele conocer el contexto en que surge: una comedia shakesperiana en la que el rey de esa Navarra ya remota pretende montar una especie de academia de sabios en su Corte. Tras tres años de vida espartana, en los que «el alma banqueteará, aunque el cuerpo ayune», sin mujeres, ni placeres del yantar ni incluso horas para dormir, el utópico rey pensaba que de esa Corte a lo academia de Platón saldrían los cerebros más rutilantes, los sabios más lúcidos y los ingenios que serían la envidia de Europa.

Una historia que se recrea estos días en Olite, para un cortometraje que protagonizará Gemma Arterton, famosa por sus apariciones en las pelis del James Bond de Craig.

Shakespeare publica la obra en 1592, una época dominada en Inglaterra por el reinado de Isabel I, en conflicto permanente con Felipe II, y sus dos visiones de la época. O sea, el protestantismo luterano de la libertad de las conciencias por un lado y, por otro, el catolicismo reforzado tras el Concilio de Trento que viene dispuesto, Inquisición mediante, a poco menos que a poner de moda de nuevo la Edad Media.

Poco después, un día de febrero de 1600, Giordano Bruno era de unas de las víctimas de esa nueva ola de dogmatismo que abrazó la Iglesia y que dio con personajes críticos como él en la hoguera del Campo del Fiori. Para que no oyeran sus gritos de dolor, le colocaron una mordaza de hierro.

Lo explica el escritor y jurista navarro Miguel Izu en este artículo. Navarra era ya parte del reino de Castilla desde 1512, pero los vínculos con Francia no se romperían tan fácilmente; la otra parte del reino, al otro lado de los Pirineos, conocida como Baja Navarra, el Bearne, no se conquistó como tal y fue refugio para los reyes de la época. Como Juana III de Navarra o Jeanne d’Albret a la que, en 1561, tras su conversión al protestantismo, no le tiembla al pulso al imponer el calvinismo en los Estados en los que reina, Navarra incluida. Los reyes de Francia seguirían luciendo a gala el título también de reyes de Navarra y jurarían los fueros hasta la revolución de 1789. ¿Qué relación queda hoy con el Bearne, con Pau, con la Baja Navarra más allá de las puntuales visitas de domingo a San Juan de Pie de Puerto?

¿Qué sabemos de aquella corte con sede en Pau, que inspiró a Shakespeare su ‘Trabajos de amor perdidos’, con Enrique II de Albret y Margarita de Angulema, mujer adelantada a su época pues se atrevió a escribir y publicar sus poemas. Fue su hija, la citada Juana de Albret, ya que haría de Navarra tierra protestante por un tiempo.

¿La del asombro del mundo? Shakespeare no daba puntadas sin hilo, y también barría para casa. No hay que olvidarlo cuando se cite otra vez la famosa frase del ficcionado rey Fernando. En la web Protestante Digital, leo que «la Navarra conquistada e incorporada a Castilla se convirtió en bastión de la Contrarreforma católica, fue como una especie de frontera sanitaria de ideas para la monarquía española», según el historiador Roldán Jimeno. Mientras, hubo dos navarras, una más abierta y la otra más oscurantista.

Cabría pensar en cómo habría sido el porvenir de Navarra si no se hubiera instalado la Contrarreforma, con su represión desde la infancia, en todos los órdenes, como señala Jimeno, y hubiera prevalecido esa Reforma «abierta al humanismo y a la vanguardia cultural de la época en el diminuto reina de la Navarra septentrional». Claro que no caeremos en el maniqueísmo de pensar que por un lado estaba el mundo de la piruleta y por el otro el universo de la negritud. Pero, como señala Miguel Izu, en esa época, la Corte de Pau se convirtió en un «foco de irradiación de la cultura renacentista», mientras que la Alta Navarra era ejemplo de «intolerancia y oscurantismo papista».

Son peligrosos los what if. Más que nada porque sólo generan una inútil melancolía de lo que podría ser y no haber sido. Mejor pensar en que Navarra todavía pueda ser el asombro del mundo y, para ello, quizá haya que mirar más a aquel Bearne, a aquel Pau floreciente, y preguntarnos qué se puede recuperar del espíritu de aquellos personajes, como la precursora Margarita de Angulema, conocida también como Margarita de Navarra, famosa por convertir su corte en un centro de humanismo. No sé si lo veremos nosotros, pero por soñar, que no quede.

 

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