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Blog / Capital de tercer orden

Sanfermines desde dentro (1/2)

Por Eduardo Laporte

El rodaje de la película ‘Americano’, en 2003, en plenos festejos, me permitió conocer las fiestas desde el interior de sus tripas

Rodaje de la película 'Americano' en Pamplona.  (1)
Rodaje de la película 'Americano' en Pamplona.

Uno puede vivir los Sanfermines desde la barrera o mezclarse en una fiesta que deja de ser un macrobotellón si uno se cuela por sus manifestaciones más genuinas. Aquel verano de 2003, lo viviría más intensamente que nunca: como pamplonica, pero también desde los ojos fascinados de aquellos guiris, un grupo de jóvenes estadounidenses que se jugarían unos cuartos ganados al calor de Silicon Valley para producir una película sobre los Sanfermines: ‘Americano’.

Habían leído ‘Fiesta’ y querían vivir primero, y rodar después, todo lo que el manual del buen sanferminero dictaba. El txupinazo, sin ir más lejos. Venían dispuestos a rodar desde la misma plaza Consistorial, con sus cámaras de cine, de celuloide, nada de cámaras digitales, y una despampanante steady cam portada por un maromo con pinta de G.I. Joe y pantalones de camuflaje. Lo consiguieron, porque los americanos no conocen el no por respuesta, y ahí están las imágenes para certificarlo. Lo que no salió en la peli fueron las lágrimas de Ruthanna Hopper, hija de Denis Hopper y una de las productoras y protagonistas de la peli (su padre hizo un pequeño papel), que tuvo la genial idea de colarse en el pandemónium del txupinazo con sandalias. Su reacción lágrimas de pavor.

Como la cara de espanto de unas de las ayudantes de cámara, una chica de Utah, de religión mormona, que no creía lo que veía, desde uno de los balcones de la plaza de Navarrería donde nos colamos para ver los prodigiosos saltos de esos kamikazes del aire. Hubo, de hecho, ambulancia y alguna cabeza partida. La mormona quería llorar. ¿Dónde me había metido? El infierno, para ella, no debía de ser algo muy distinto a eso. También yo quise llorar cuando el director, preocupado porque los rollos de las películas se hubieran rayado con el jaleo del chupinazo, me pidió que fuera hasta el laboratorio de revelado, en un polígono industrial de las afueras de Badalona, en la era anterior al GPS, para comprobar el buen estado. Y, claro, fui. Y la película estaba intacta, pero yo destrozado.

Nuestro hombre en la arena

Aquel equipo técnico y artístico tenía alguna que otra estrella más o menos rutilante, como Joshua Jackson, Leonor Varela, que venía de rodar ‘Cleopatra’ con Timothy Dalton, o los Hopper, padre e hija. Era cine independiente, pero con ambiciones. Al final, la película tuvo un discreto paso por las taquillas y se acabó programando en horario de sobremesa en canales de medio pelo. Pero querían grabar el cojopeliculón, aunque no hubiera apenas medios. Y las gestiones marrones nos tocaban, claro, al sufrido equipo de producción. Como la de convencer nada menos que a la Meca de algo nunca antes realizado: hacer cine en plena corrida. Aquello ponía en riesgo a los toreros, rompía el protocolo, entraba en rivalidad con las cámaras de televisión española, los derechos de imagen de los propios matadores y no sé cuántas cosas más. Al final, el joven ricachón de Silicon Valley abrió la cartera y la Meca dijo sí a todo.

Luego habría que convencer al torero para que se dejara grabar en plena faena. Así que nos plantamos en la habitación de hotel de Francisco Marco, nuestro torero más navarro (y quizá única, tras el malogrado final de Paquiro), que nos recibió con la mano en un cubo de hielos y cierta y lógica suspicacia. Había tenido un golpe en alguna corrida reciente y ahora venía esta gente del cine con a saber qué intenciones.

Pero Marco fue un caballero y nos cedió sus derechos de imagen y salimos felices con su firma estampada en el correspondiente contrato. La corrida luego fue correcta y todo un ejercicio de discreción para que el público de sombra no notara nuestras cámaras, ni las interpretaciones de los protagonistas, como también era un cristo considerable convencer al boina verde de turno para que nos dejara pasar entre toro y toro. ¡Que somos de la peli, joder! Quizá podríamos haberle soltado unos dólares, pero tras el desembolso correspondiente a la Meca las arcas de producción estaban secas. Teníamos miedo de que la conmemoración del asesinato de Germán Rodríguez, del que se cumplían 25 años, impidiera la celebración de la lidia, pero no fue así. Los americanos tuvieron sus planos y lo celebramos, como cada noche, empinando el codo y envueltos en risas, como no cabe otra en San Fermín.

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