• jueves, 28 de marzo de 2024
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Blog / Capital de tercer orden

No prohíban los ongietorris

Por Eduardo Laporte

EH Bildu se empeña en frenar el avance hacia la convivencia en la sociedad vasca y navarra, con una connivencia con el terrorismo que a la larga le debilitará.

Homenaje a la etarra Mercedes Chivite a su llegada a Ansoáin.
Homenaje a la etarra Mercedes Chivite a su llegada a Ansoáin. ARCHIVO

Recuerdo haber tenido una cuadrilla, incluso alguna novia que otra, por el mero hecho de tener cuadrilla, novia. Luego uno veía que no pegaba con esa cuadrilla o esa novia, pero, ah, se estaba bien ahí en ese molde protector. Hasta que se asumía la realidad y se tomaban decisiones. El mundo proetarra debe haber padecido parecido síndrome de idiocia, sin dar muestras de caerse, aún, del guindo. Puede ser bonito tener una causa, un enemigo común, unos mártires, una lucha que dé sentido a una vida por lo demás gris, una estética (horrible), un imaginario colectivo... Pero, ¿a estas alturas de la película?

En la columna de la semana anterior, hablábamos de ese libro clave del falangismo en el que se leen párrafos como este: «…no existe táctica en nuestro abrazo. La táctica es problema intelectual, y el nuestro es golpe de sangre, arriba de corazones. Igual que todo nuestro ideario: corazón». O sea, que el movimiento del «muera la inteligencia» se definía desde la pasión pura, que es la receta básica de todos los populismos, los del siglo XX y los de hogaño. Demasiado corazón y poco cerebro.

Que hoy se dedique ya sea un tibio aplauso a un etarra excarcelado, en modo público, nos hace pensar en una falta de inteligencia filoetarra similar a la falangista, y de un obrar no ya movidos por el corazón, sino por la bilis pura. Porque hay que tener el alma muy en las vísceras para recibir en olor (olorazo) de multitudes a tipos como José Javier Zabaleta, ‘Baldo’, con un currículum siniestro de cuatro guardiaciviles masacrados y un tipo que tomaba algo en el bar Haizea de Zarautz. En Hernani se le brindó una bienvenida hace un par de años como si fuera el mismísimo Braveheart.

En el documental ‘De Echevarría a Etxebarria’, uno de los entrevistados, afín al entorno abertzale, reconoce que buena parte del espíritu etarra se forzó en «charlas de taberna». ETA como un movimiento (herriko)tabernario de vinazo. El Estado de Derecho y el acoso policial acabaron con ETA, sí, pero de no ser por el rechazo social aún nos desayunaríamos cadáveres inocentes en la acera. Porque el mal siempre encuentra resquicios por los que colarse.

Por eso, a pesar del daño moral que inflige a las víctimas, quizá sea mejor que estos actos aberrantes no desaparezcan del todo y se sepa quién los auspicia, quién los sostiene, por si no estuviera del todo claro, es decir, EH Bildu. La exposición del horror nos hace reaccionar ante él, aunque el temor a manifestarse en contra imponga una cierta omertá. Como las imágenes de los cadáveres famélicos y amontonados de las víctimas de Auschwitz nos vacunaron para siempre contra cualquier tipo de negacionismo o blanqueamiento del cruento delirio nazi.

Por eso pediría a las víctimas que aguanten estoicamente esa «humillación», como han denunciado hasta la saciedad desde la AVT, porque los últimos serán los primeros y los mansos heredarán la Tierra, que dijo un tipo de barbas hace dos mil años. Esa falta de empatía, ese jactarse de la barbarie sin consideración con el daño realizado, sólo podrá volverse en su contra. Como la pusilanimidad ética de aquel portavoz de EA que aseguraba que sólo se trataba de muestras de cariño hacia el preso que vuelve a casa (por Navidad). ¿Es necesario movilizar a todo un pueblo, bailar aurreskus y engalanar toda la localidad para recibir al, abro comillas, gudari de turno?

Euskal presoak, etxera! Se ha demostrado que al entorno etarroide les das un motivo y te arman un polvorín. Aún recuerdo las ominosas voces del «¡Policía asesina!», en las concentraciones de familiares que exigían derechos a cara de perro para quienes no los respetaban. La dispersión de los presos quizá sea el único argumento que les llene la boca a estos militantes de la bilis. Nostálgicos del crimen que se resisten a abandonar su fúnebre ideario una vez el tiempo les ha dado la espalda. Yo no les daría motivo alguno para la reivindicación. Que quieren cuajada servida en kaiku en sus menús carcelarios, ¡concedido!

Dejemos que ellos mismos se vayan quedando solos en su danza macabra, en su patético akelarre de autoinmolación mientras la sociedad, con su silencio digno, con su mansedumbre heroica, los va arrinconando poco a poco. Llegará un día, luminoso, en el que hasta el etarrilla más contumaz se mire al espejo y se pregunte: ¿cómo pude ser tan gilipollas? Entonces empezará la verdadera convivencia.

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