• viernes, 19 de abril de 2024
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Blog / Capital de tercer orden

El premio Planeta no premia la literatura

Por Eduardo Laporte

La concesión del galardón mejor dotado a Dolores Redondo nos alegra a sus paisanos, pero deja en evidencia la servidumbre capitalista del premio

La ganadora de la 65 edición del Premio Planeta, la escritora Dolores Redondo (d), acompañada por los Reyes. EFE/ Andreu Dalmau.
La ganadora de la 65 edición del Premio Planeta, la escritora Dolores Redondo (d), acompañada por los Reyes. EFE/ Andreu Dalmau.

No descubro nada con este titular y su subtítulo, pero a veces hay que repetir asuntos que uno cree ya trillados porque resulta que no están trillados. Como que el premio Nobel de Literatura premia a  «a quien hubiera producido en el campo de la literatura la obra más destacada, en la dirección ideal», léase (un poco más) Wikipedia. Ni Murakami, tan cacareado en las casas de apuestas, ni Belén Esteban —estén tranquilos ustedes— ganarán nunca un Nobel de Literatura.

Tampoco se premia «al mejor», como si se tratara de un concurso de cocina tipo Master Chef, en el que un jurado como de natación sincronizada valorara la pericia y la habilidad tablero en ristre. Se reconoce una dirección, una huella en el alma, un compromiso con la cara oscura de la Tierra, que no de la luna, y eso no lo hace un Murakami, buen novelista pero en su particular dirección, ni tampoco, por cierto, un Philip Roth, más preocupado en ciertos problemas de la masculinidad como el deseo y el envejecimiento, o las cuitas de los judíos agentilizados en Estados Unidos, que en exhalar un halo más ético al mundo.

Aunque novelas como La mancha humana ya podrían ser, por sí solas, meritorias de Nobel, como quizá fue definitiva Desgracia, de un sudafricano Coetzee que ganó el máximo galardón de las letras cuatro años después de publicar ese libro (siendo entonces un completo desconocido por cierto). Porque tampoco se conoce tanto que el Nobel tiene una dimensión de consagración, pero otra de revelación, de dar a conocer a un autor que la Academia Sueca considera que el mundo debe, necesita, conocer. Es un premio ejemplar. Y la concesión a Dylan también lo ha sido. Quienes valoramos el legado del cantautor americano lo celebramos y entendemos como un acierto porque Dylan está «en la dirección ideal».

LITERATURA DE AEROPUERTO

¿En qué dirección está la obra de Dolores Redondo? Sin haber leído más que unos párrafos sueltos, no especialmente afortunados, pero sí opiniones y artículos sobre su obra, no vacilo al afirmar que en la dirección del mercado. Lo que no deja de tener su propio mérito, porque vender un millón de libros —fiándonos de esos datos con sospecha de inflación desmedida— en estos tiempos en que supuestamente nadie lee, no lo hace cualquiera. Algo sabe Dolores Redondo que el resto ignora.

Sin caer en la envidieja del aguafiestas resabiado, aplaudimos al jurado del premio Planeta por seguir siendo fiel a sus criterios: elegir la obra que creen que mejor respuesta va a tener en el mercado y premiarla, agrandando el palmarés literario foral. Todo ello con cierto disimulo, asegurándose unos niveles de calidad que permitan mantener el prestigio del premio en un estadio razonable, apostando por autores de nombre dignos e importante presencia mediática, como Lorenzo Silva, Javier Moro, Ángeles Caso o Fernando Savater. A veces, eligen a un autor consagrado y que incluso cambió la historia de la literatura española, como Eduardo Mendoza (su La verdad sobre el caso Savolta marcó un hito) y dan fuste a un galardón cuya destino, por mucho que figure un Muñoz Molina en su palmarés, son las librerías de aeropuerto.

EL VIAJE INTERIOR

Nombres como Juan Marsé, Soledad Puértolas, Torrente Ballester o Ana María Matute evocan ya la nostalgia de lo que fue y no será, cosa que tampoco es que nos mate de pena, pero que conviene recordar. El premio Planeta apuesta por lo comercial, es una máquina de crear best-sellers, y si algún año elige a un autor con altura de miras y calado social, como Jorge Zepeda Patterson, es por una cuestión de lavado de imagen. Lo comercial, valga la redundancia, vende pero, a día de hoy, la relación con lo literario de premios como el Planeta es similar a la que pudo tener Michael Jackson con Lisa Marie Presley.

¿Y qué es lo literario? Aquello que te cambia por dentro. Usemos la analogía del viaje y el turismo. Hay viajes de placer y hay viajes interiores, de los que se vuelve ligeramente distinto. Del primero se regresa con mejor cutis si se pasó por un balneario, de los segundos se vuelve a casa con una visión más rica del mundo, que nos enriquece también a nosotros.

Hay lectores turistas y hay lectores viajeros; hay libros para pasar páginas (‘page turners’) y hay otros para detenerse en ellas, subrayarlas, enmarcarlas en la memoria. Hay libros de los que se dice «se lee fácil», como si leer fuera un trámite engorroso que hay que quitarse de encima cuanto antes para pasar a cosas más golosas, que si ver una serie, que si irse de compras.

Los que premia el Planeta se mueven en una literatura que nos propone una evasión, pero no una evasión poética, sino más bien un escapismo, un soma. Se nos invita a pasar de largo ante nuestra identidad, individual y colectiva, para sumergirnos en un pasatiempos engañoso. Matar el rato y con ello, matarnos un poquito nosotros. Porque toda oportunidad perdida de leer un buen libro es también una oportunidad perdida de vivir la vida más intensamente.

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El premio Planeta no premia la literatura