• jueves, 28 de marzo de 2024
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Blog / Capital de tercer orden

A Pedro Sánchez no le importan los jóvenes

Por Eduardo Laporte

Como a sus predecesores, el destino de la juventud y, por tanto, del futuro de España parece traerle sin cuidado

Llegada del Presidente de España, Pedro Sanchez a Navarra
Visita del Presidente de España, Pedro Sanchez, a Navarra. ARCHIVO

En Pamplona, teníamos, y tenemos, la Casa de la Juventud, cerca de una de las avenidas más tristes y ventosas de la ciudad: la de Galicia. Música, teatro…, a veces nos dejábamos caer por ahí, como jóvenes que éramos en busca de casas alternativas. Recuerdo un concierto de Souvenir, con mucho calor, y que la vocalista que nos regalara una frase como de Dalí, para justificar unos desafines puntuales: «El calor derrite las guitarras».

También estaba el Instituto de Deporte y Juventud, en la calle Paulino Caballero, si no recuerdo mal. Y los premios de los Encuentros a los Jóvenes Artistas, que tuve la suerte de ganar, allá por 2006, en ajustado pique con Margarita Leoz, a la sazón flamante autora del sello Seix Barral. ¿Aún no la han leído?

No menos suerte tuvimos también al lograr imponernos, allá por 2001, en la sección de Artes Escénicas, ¡y actuar en el Gayarre!, con aquel incombustible Prometeo Teatro. Qué maravilla.

Recuerdo con gratitud (es de bien nacidos…) la muestra Pop-Rock, uno de los acontecimientos de cada primavera en nuestra primera juventud. (Porque juventudes hay unas cuantas; la primera sería aquella en la que aún no vas a la universidad, dependes de tus padres y compartes techo con ellos, fumas a escondidas y lees a los primeros autores serios).

Con el palo musical corrimos peor suerte. Aún recuerdo el bofetón que nos soltó el crítico Santi Echeverría en las páginas del ‘DDN’, tras nuestra actuación en Subsuelo. Void, nos hacíamos llamar. Si bien nos quedaban leguas para sonar igualitos que los Pixies o los Smashing Pumpkins, no teníamos ni veinte años y se nos juzgó como si fuéramos Queen en el Live Aid’ 85. Cómo olvidar la escocedura de los integrantes, sobre todo del cantante, al leer aquellos dardos publicados en papel de periódico. Santi, joer.

Aquello lo ganaban siempre otros: que si los Ritual de lo Habitual, Greenhouse Effect, Half Foot Outside, Grey Souls y demás nombres rimbombantes de la música extranjera que idolatrábamos: qué vacuos, hay que decirlo más, fueron los noventa.

De todo ello nos enterábamos in situ, porque entonces se hacía bastante vida in situ, o sea, en bares con música en directo, o por lo que leímos en ‘El Bolo Feroz’, o en ‘El Planeta (de la nueva generación)’, fanzines que encontrábamos también en bares (y alguna biblioteca, como la de la plaza San Francisco; en aquella época, qué mayor soy ya, mamma mia, en que solicitábamos los libros previa consulta, en alargados cajones, de las fichas correspondientes).

Todo esto para decir que, aunque en aquel tiempo la cultura en Navarra no es que fuera un constante y pródigo festival de variedades, se podría apreciar una cierta preocupación institucional por los jóvenes.

ESPAÑA SE HUNDE

A escala nacional, yo no veo esa preocupación institucional y sí que veo unas cifras preocupantes que gobierno tras gobierno se van pasando, cual patata caliente social, y me refiero al paro juvenil en España, el más alto de la Unión Europea.

Bien, vale, está el Injuve. Campos de voluntariado internacionales. Centro Eurolatinoamericano de la Juventud. Premios de periodismo. Erasmus. Cuerpo Europeo de Solidaridad. Carné Joven. Programas de Derechos Humanos y Tolerancia. Todo eso está muy bien para una capital de provincias, pero a nivel nacional resulta pobretón. Y es que hablamos, según las cifras de la OCDE, organismo internacional para temas de dineros y progreso económico, de un 41% de paro entre los jóvenes de 15 y 24 años en 2021, casi el triple de la media de los países que integran la citada OCDE, que es del 14 %.

La idea de que un presidente dimitiera con ese estado de cosas. Con esas cifras sonrojantes. Claro que la responsabilidad en los asuntos clave acaba diluyéndose en nuestra España dividida por diecisiete. ¿Qué deciden los ministerios de educación, agricultura, sanidad? Pues no mucho. ¿Y si la Transición fue un error? ¿Y si Adolfo Suárez y cía., para ir de guais después de los treinta y seis años de franquismo, se hubieran pasado con el café para todos? ¿Y si hubiera fórmulas de gobierno alternativas, yo qué sé, incluso una República, pero bien hecha y sin sectarios, cosa imposible en nuestro país, que dotara al país de la fuerza que ahora no tiene?

Porque España está hecha un desastre, desde 2008, pero no lo queremos ver, ceguera esta que ya denunció Ortega y Gasset hace cien años en el prólogo a su ‘España invertebrada’: «Se da a lo insignificante una grotesca importancia y, en cambio, los hechos verdaderamente representativos y esenciales apenas son notados». Y eso a pesar de que la pandemia nos haya puesto las vergüenzas al aire. Basta el dato del paro juvenil para ilustrar la inanidad del país de los bares y las tumbonas. Un pueblo que no cuida a sus jóvenes está condenado a la destrucción. Esto lo podría haber dicho Einstein, Gandhi, pero lo digo yo, qué pasa. Autónomo y exjoven al que tampoco el Estado del Bienestar ni el gobierno socialista-podemita le ha echado un cable. Antes la pandemia, solicité una ayuda a la creación literaria, con toda la burocracia que eso conlleva, y jamás se supo. La pandemia pudo con todo. ¿Con los funcionarios encargados de mover un dedo para fallar aquella convocatoria también? El ministro de Cultura, Rodríguez Uribes, ni está ni se le espera. Hasta podría haber hecho algo más aquel televisivo Máximo Huerta, que al menos ha escrito libros. Esa beca me habría ayudado a escribir por las tardes un libro que, facturas obligan, escribo a ratitos los domingos. Pero oui, oui, vive la culture!

Los jóvenes están cabreados. Algunos salen a quemar contenedores en cuanto se les brinda la mínima ocasión. Pero la mayoría lidia con su frustración bajo la penumbra azulada de Netflix. Porque a veces la desgana vital acaba con el coraje necesario para pasar a la acción. Además, se les exige que sean genios, yutubers, bodelérs y rambós, así como sublimes sin interrupción, ya mismo. Se lo leí aquí a Jonás Trueba, cuando dice que los jóvenes de su entorno sufren la presión «por obtener fama y éxito». O sea, frustración al cubo.

Forever Young? Y un jamón. Los jóvenes de hoy quieren ser jubilados. Y con razón.

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