• viernes, 29 de marzo de 2024
  • Actualizado 11:43

Blog / Capital de tercer orden

Pamplona bajo la niebla

Por Eduardo Laporte

Hay fenómenos atmosféricos que te reconcilian con tu ciudad y te hacen pensar que todo es posible.

Pamplona, entre la densa nieve vivida en los días navideños. EDUARDO LAPORTE.
Pamplona, entre la densa nieve vivida en los días navideños. EDUARDO LAPORTE.

Hay una novela de temática carlista de parecido título que me ha pillado ya mayor para leerla. ¿A quién le interesa hoy el carlismo, transcurra en Bayona o en el maestrazgo? El primer recuerdo de Pío Baroja era una explosión en San Sebastián de la última guerra carlista. Recuerdo láminas en el Club del Tenis con ese San Sebastián decimonónico de batallitas y soldaditos de plomo reales.

El mundo vasco molaba hasta 1914. El mineral hierro, ETA y la industrialización posmoderna echó a perder buena parte de su romanticismo. A partir de 1950 se jodió todo, decía JC Baroja en sus memorias. El plástico tuvo la culpa. En Vasconia y en Calatayud. Esos paisajes cervantinos que aún se podían conocer hasta 1940. Los añora Trapiello en su biografía sobre Cervantes, cuando visita Esquivias y se le cae el alma estética a los pies, con tanto polígono industrial y fábricas de muebles como para incendiar y salir corriendo.

Recuerdo un sable en Villava, escondido tras un armario. Era del padre de Mar, la chica que nos cuidaba, y a cuya casa acudíamos cada sábado infantil andando, ‘col’ de Beloso parriba o pabajo, sin problema alguno, a principios de los ochenta, pasando millas de la villavesa (miento: uno de mis primeros recuerdos proustianos era el sabor metálico de la barra de los asientos, aún individuales de aquellos autobuses de la COTUP, que cogíamos donde Salesianos, y que yo gustaba de chupetear como todo niño que explora sus cinco sentidos). Pero volvamos al sable de Villava, porque en ese sable concentraba el pasado, todo el siglo XIX. El mundo antiguo que acabó con la pérdida de Cuba y Filipinas, ese mundo añejo que, lamentaba Baroja, aún se prestaba a la aventura y a la acción. ¿Hoy no hay aventura ni acción? ¿No hay ideales que defender a capa y espada? El hombre evolucionado es aquel que sabe vivir en paz, siendo el recurso a la guerra como un vestigio de su animalidad.

Pero yo quería hablar de Pamplona bajo la niebla y de ese volver a casa por Navidad que se cumple como sacrosanta tradición, quizá la única —a excepción del cumpleaños propio— que conservo, que conservamos. ¿Y si un día se dejara de celebrar? ¿Y si año tras año surgieran las deserciones y las familias ya no se sentaran a la mesa, total pa’ qué, si ya no montamos el belén y la última misa a la que fueron fue la del funeral de la tía abuela monja?

PAISAJE HUMANO

Joder, sería triste, pienso cuando vuelvo a casa, achispado de una felicidad que le vence el pulso a la melancolía, envuelto en esa niebla que me reconcilia con mi ciudad y mis raíces, mientras cruzo la plaza de las Recoletas y enfilo la calle Mayor, pisando mis recuerdos como si anduviera sobre cáscaras de huevo. Antes, he visto que se vende un dúplex hipermoderno megarreformado en uno de los edificios para mí más bonitos de la ciudad, el del consulado italiano, también impregnado de recuerdos, los lugares de memoria, que diría Benjamin, autor al que un día prometo leer. Tener semejante pastizal como para comprarte ese pisaco, e ir a cenar todos los viernes a La Nuez, que me dicen que está cerrado o en vías.

También envuelve la niebla el edificio de la antigua estación de autobuses, pedazo lugar de memoria, con su reloj que sin embargo se mueve y la fecha de construcción: 1934. Había franquismo en plena república —¿y cómo se vivió la república en Navarra—, como demuestra ese edificio fascistón que encarna todas las utopías del siglo XX que exprimieron a medio mundo hasta demostrarse fallidas.

Echo de menos aquella estación como de peli de Armendáriz o Berlanga navarro, valga el imposible, y me rechina un poco todo esa amabilización como finlandesa de tintes agelastas. Mi querido paseo de Sarasate parece ahora el escenario de una película distópico-existencialista de bajo presupuesto. Reivindico el caos, las bocinas, las apreturas y el gentío. Sobre todo en una ciudad como Pamplona que tiende a la afuerización perifericosa, con una población que sigue estancada desde la redacción del Amejoramiento del Fuero, circa 1982.

Todo esto importa poco cuando la niebla te envuelve pero no estás solo en un pueblo perdido de la montaña, sino en la ciudad que tantos buenos recuerdos acoge, con tu gente, porque sí, el tiempo pone las cosas en su sitio y de pronto tienes tu gente. Esa que siempre estaba, pero a la que no prestabas atención, como si fueran parte del paisaje.

Pero hay paisajes que hay que saber cuidar, querer, valorar. Como el de Pamplona bajo la niebla.

  • Los comentarios que falten el respeto y que no se ciñan al tema de la noticia, podrán ser eliminados.
  • Cada usuario será el único responsable de sus comentarios.
Pamplona bajo la niebla