• jueves, 18 de abril de 2024
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Blog / Capital de tercer orden

Nadal es un perdedor

Por Eduardo Laporte

Para ganar a lo largo plazo hay que estar preparado para perder, muchas veces y ante el mismo rival.

Rafa Nadal se despide del público en China. Efe.
Rafa Nadal se despide del público después de un torneo en China. ARCHIVO / EFE.

La memoria suele recordar el palmarés. Las hojas de laurel. Los cinco tours de Induráin. La mayoría ha olvidado aquella luctuosa edición de 1996, con etapa en Pamplona y todo, diseñada para gloria en vida del villavés, a la que llegó ya desfondado, sin opciones, y el ‘col’ de Beloso no era una fiesta sino una tumba. Iba para el sexto ‘tour’ y nos quedamos en el quinto, que nunca es malo.

Los deportes de equipo, no obstante, diluyen la derrota. En el fútbol siempre puedes echar la culpa al portero, al árbitro, al factor campo, pero en el tenis eres tú el que pierde, son tus fallos, tu falta de concentración, tu debilidad. Recuerdo encajar muy mal mis derrotas de crío entonces. Recuerdo haber hecho trizas a golpes una pala de pádel marca Prince ante un seis cero seis cero seis cero que viví como una humillación personal, llena de saña, por parte de mi contrincante.

El hijo de mi amigo Beñat, ya habitual en estos pagos, juega a rugby pero nadie gana y nadie pierde en sus torneos infantiles. No sé si es bueno eso, porque a perder también hay que aprender. Ganar es lo fácil. Perder lo jodido. Los verdaderos campeones son los que saben perder. Como Nadal, como Agassi. Quizá dejé mi incipiente carrera con la raqueta, bajo aquellas cúpulas como de Prada Poole en el Club de Tenis de Pamplona, por el miedo a perder. Por el temor a la ansiedad de querer ganar. Por el cague de darlo todo y recibir poco, una zona intermedia, unos torneos regionales, ser figurita de tres al cuarto de deporte local mientras los demás lo pasan bien y tú ahí haciendo el panoli.

LA SENDA DEL GANADOR

Mis prejuicios esnobs nunca me habrían llevado hasta ‘Open’, la tremebunda autobiografía de Andre Agassi, de no ser por la viva recomendación de un amigo. Me sorprendió ante todo la calidad de la escritura: no sólo en la voz, el estilo, ágil, cercano, verdadero, sino también en los temas, en la honestidad brutal con que eran tratados, en la lucha por la vida más que por el tenis. Agassi eligió al mejor ‘negro’ del mercado para un libro que no tiene nada que envidiar a ‘La senda del perdedor’ de Bukowski. Eso explica en parte sus varias reediciones.

Porque la senda del tenista tiene algo de camino impepinable hacia el fracaso que sólo las victorias atenúan. Lo normal es perder. Lo raro ganar. Djokovic ha ganado a Nadal 28 de las 53 ocasiones en que se han enfrentado. Nadal ha ganado más torneos de Grand Slam (17) que Djokovic (15). Ninguno ha ganado más que Federer: 20. Agassi participó en 59 Grand Slam y ganó ocho. Lo raro es ganar. Su particular antagonista —porque todo gran tenista tiene el suyo— fue Pete Sampras, que le venció en 17 de las 32 ocasiones en las que se enfrentaron, muchas de ellas, en partidos clave. Sampras se hizo con 14 Grand Slam, pero nunca con el más carismático de todos: Roland Garros. Agassi lo logró una vez, en 1999. Lo acababa de dejar con Brooke Shields. Más adelante se casaría con Steffi Graff, a quien galanteaba por cierto desde los primeros partidos que perdieron juntos, cada uno en su cancha. El libro de Agassi está lleno de partidos perdidos, porque Agassi, como todos los grandes deportistas, no rechazó su condición de perdedor.  

«Punto de partido y de torneo. La mitad del público grita mi nombre, y la otra mitad pide silencio. Disparo otro potente saque, y cuando Medvédev se echa a un lado y resta como si en vez de brazo tuviera un ala de pollo, soy la segunda persona en saber que he ganado el Roland Garros. Brad [su entrenador] es la primera y Medvédev, la tercera. La pelota aterriza mucho más allá de la línea de fondo. Verla caer ahí es una de las alegrías más grandes de mi vida». (Andre Agassi, en ‘Open’, narrando su primera victoria en Roland Garros, 1999).

LA POESÍA DEL DEPORTE

Desde que leí aquel libro, descubrí que el deporte podía tener una belleza literaria y que son los periodistas deportivos quienes se la cargan. Ahí está, pendiente de leer, ‘El tenis como experiencia religiosa’, de David Foster Wallace. ‘Open’ también me animó a interesarme de nuevo por los Sampras y Agassi de nuestro tiempo (aunque mis primeros recuerdos son McEnroe y luego Boris Becker, antes de que se convirtiera en una especie de fantasma albino).

Así que Nadal logró algo que poca gente ha conseguido, como es hacerme madrugar un domingo, el de la final del Open de Australia contra Djokovic. La idea era captar la señal por alguna web extraña, pero pronto vi que no merecería la pena. La paliza que le estaba dando el serbio en el primer set hacía presagiar que aquel día tocaría de nuevo perder. Volví a la cama. Como si perder fuera un acto casi íntimo, que debe cursar en soledad, mientras que el triunfo se celebra con los demás, en público. La victoria te deja vacío, decía Dani Pedrosa.

Quizá tras la victoria ya no hay mucho que hacer y sobrevenga una cierta petite-morte. Tras la derrota, en cambio, hay mucho que hacer, mejorar, corregir, retomar. Ganar tiene menos matices. Quizá haya que aprender también a ganar.

Mientras escribía mentalmente este artículo, pensaba en la obsesión por ganar o perder. Ese acicate para mejorar. Me acordaba también del hijo de mi amigo y de esos partidos de equipos mezclados en los que nadie gana ni pierde. Se me ocurrió que quizá lo importante no fuera ganar o perder, ni siquiera participar, sino aceptar tanto la derrota como la victoria. Asumir que el éxito, la ensaladera, el podio, no es sino un pálido reflejo de otras victorias, las auténticas, que no figuran en ningún ránking de la ATP, y para las que se compite de por vida.

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