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Blog / Capital de tercer orden

Morterada de hostias

Por Eduardo Laporte

Los toros de Nuñez del Cuvillo perdonan la vida a la masa corredora pero dejan un buen reguero de contusionados

GRAF7809. PAMPLONA, 11/07/2018.- Los toros de la ganadería gaditana de Núñez del Cuvillo hacen su entrada en la calle de Mercaderes durante el quinto encierro de los Sanfermines 2018 que ha resultado emocionante y vistoso con huecos entre los animales que han realizado el recorrido estirados, sin que al parecer ningún corredor haya resultado corneado. EFE/Villar López
Los toros de la ganadería gaditana de Núñez del Cuvillo hacen su entrada en la calle de Mercaderes durante el quinto encierro de los Sanfermines 2018 que ha resultado emocionante y vistoso con huecos entre los animales que han realizado el recorrido estirados, sin que al parecer ningún corredor haya resultado corneado. EFE/Villar López

La antiépica del encierro pasa por ingresar en el hospital por golpazo en la espalda, cabeza, brazo o cualquier extremidad expuesta al riesgo. Lo fardón es la cicatriz, Atlantic City y Apendi City, pero no tanto el vendaje por batacazo contra el adoquín.

Este quinto encierro de los SF’18, dicen las autoridades sanitarias a pie de calle, ha dejado sólo tres traslados hospitalarios por contusiones, lo que no significa que muchos no se levanten mañana más malheridos que el mismísimo Sancho Panza manteado por los campesinos. Recuerdo el caso de los hermanos X, que salieron juntos a correr. Uno entró en la plaza y el otro en el quirófano. Se golpeó contra el bordillo de una acera —hablamos de la era pre adoquín y loseta— y se quedó tonto para siempre.

Falta escribir el Gran Libro de la Antiépica de los Encierros, todo ese catálogo de desgracias que, ay, ni siquiera dan para relatos homéricos. El valor del corredor pasa por eso, por exponerse a una suerte de ridículo vitalicio, a un por-qué-lo-hice que te acompañe hasta la tumba. De esas historias que no se cuentan hay miles y el encierro de hoy habrá añadido alguna que otra más.

Temíamos otro encierro anodino-cabestril, pero el de ofreció más pimienta. Ya en Santo Domingo, ese tramo celestial, un toro se rebelaba ante el correr mansurrón de su pariente bovino, y daba muestras de su peligro. Empezaron entonces los pequeños milagros, porque que la enfermería no esté cada día a rebosar sólo se entiende desde la fe en el Más Allá sanferminero.

Que se lo digan a los que estaban en la curva de Estafeta y que han sentido cómo el toro jabonero les limpiaba hasta su aliento, congelado, por no hablar de otras partes más íntimas que a buen seguro expedían malos olores. Qué bonito ese toro, y qué poético lo de jabonero, como ese agüilla en la bacina, de jabón años cincuenta, con la que media España se aseaba antes de sobrevivir otra mañana más.

Hablaba Parmeno, seudónimo del periodista José López Pinillos, de Selvática para referirse a Pamplona, a cuyas fiestas acudió a principios del siglo pasado.

Y esa Estafeta pandemoniada tiene algo de Selvática, donde apenas te puedes colar unos segundos a coger toro, y echándole rasmia, como lo ha hecho, citemos, esta mañana, y tantas otras, el exboxeador Bill Hillmann. Es en ese sentir la cabeza del toro tras las lumbares cuando se detiene el tiempo y todo cobra sentido. Un corredor decía hoy antes de la carrera que lo que quería era «que pasara cuanto antes».

No, la magia del encierro es detener el tiempo. Y que, luego, si eso, vuelva a su curso natural. A poder ser, con la carrocería personal entera.

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