• jueves, 28 de marzo de 2024
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Blog / Capital de tercer orden

Microesperas y macroesperas

Por Eduardo Laporte

Vivir en ‘espera’ es un estadio complicado pues la gestión habitual de la ansiedad depende de terceros.

Imagen de Stephen Leonardi
Imagen de Stephen Leonardi.

En ‘El coronel no tiene quien le escriba’, García Márquez realiza un soberbio ejercicio de proyección literaria. Se proyecta en el personaje, el viejo coronel que espera su pensión como veterano de guerra. Durante 15 años, acude cada viernes a la oficina de correos, pero cada semana su esperanza se trunca y vuelve a casa rumiando su miseria.

García Márquez pasó una época a finales de los cincuenta en París. Se instaló para escribir novelas: quería ser escritor pero necesitaba dinero para sostener ese modo de vida. Se lo pidió a sus amigos, pero no llegaba. Días, semanas, meses y la plata necesaria para poder no sólo comer, sino alimentar algo más gordo, su sueño de ser escritor, no aparecía. La desgracia siempre enseña, o es inspiradora al menos, por mucho que lo niegue, con su  buenismo habitual, doña Rosa Montero. Claro que si no se transforma en gracia sólo hay una desgracia tóxica. Para eso sirve la literatura. Para ese reciclado prodigioso.

En el caso de García Márquez, aquella situación de desesperanza le sirvió para escribir la que considera su mejor novela. Tuvo que levantar más tarde ‘El amor en tiempos del cólera’ y ‘Cien años de soledad’ para que la leyeran, llegó a decir.

¿Cómo combatir el desasosiego de la espera? Con paciencia. En el segundo aforismo de su cuaderno de aforismos, Franz Kafka dice esto: «Todos los errores humanos son fruto de la impaciencia, de la interrupción prematura de lo metódico, de un enquistamiento aparente de la cosa aparente».

El propio Kafka era preso de la impaciencia cuando quería escribir ‘La metamorfosis’, en estado de trance como estaba, y tenía que acudir cada día a la oficina a realizar sus gestiones alienantes. Porque uno es uno, queriendo ser quien es, y el mundo está ahí para impedirlo. De esa lucha sin cuartel, surge la vida, también las novelas. Afortunado el que sale victorioso del combate.

Llevo dos meses esperando. Si por mí fuera, si tuviera el poder necesario, habría esperado media hora. Pero están los demás, sus prudencias, sus suspicacias, el trato democrático, vamos a decir, en el que se mete en el mismo saco al mentiroso y al cojo. Da igual que seas honesto o tengas dos piernas, no te harán caso. Demasiado precedente chungo y da igual que te llames Fulánez o Mengánez: se acabó la era de levantar teléfonos y ha sido un malentendido, Zutánez, siéntese por favor ¿un cigarrito? A joderse. Vuelva usted mañana. Espere y desespere.

PACIENTÓMETROS AL LÍMITE

Vivimos en el mundo de la supuesta inmediatez y el ‘tiempo real’ que luego se traduce en un rosario de microesperas. Basta salir a la calle y usar el transporte público en una gran ciudad para enfrentarse a la cascada de microtiempos empeñados a la servidumbre que uno elija: como por ejemplo la conquista de la nómina, considerada hoy salvoconducto sacrosanto para que los cancerberos de las hipotecas, por ahí van los tiros, te hagan caso. 

A las microesperas se le suma entonces la macroespera, que es la que comentamos de García Márquez y la frustración aparejada de no poder hacer nada cuando en realidad ya has hecho todo. Pero está el sistema y sus protocolos.

Uno tiene un margen para esperar con dignidad y hacer caso a Kafka. Pero el ‘pacientómetro’, como todo en esta vida, tiene un límite. Uno medita, hace yoga y deporte estándar si es preciso, en cantidades más apremiantes en cuanto que te libera, dicen. Lo que no te dicen tanto es que esa actividad genera una mayor fortaleza física, un mayor vigor y un mayor deseo, ansiedad si se quiere, de querer pasar a la siguiente fase. Pero hay que esperar. Y lidiar con las no-replies, la lentitud de los procesos y una asimetría de los ritmos que acaba por quemar al más zen de la comuna.

Quizá si todo saliera en el tiempo en que a nosotros nos gustara, llevaríamos una existencia vertiginosa. El destino, los demás, como contemporizadores. Bien, vale, pero agilicemos un poquico, joder, ya. Porque es esto, pero también esto y lo otro. No estamos preparados para esperar, pero vivimos en un tiempo cada vez más torpe y moroso. Aski da.

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Microesperas y macroesperas