• martes, 16 de abril de 2024
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Blog / Capital de tercer orden

Una liga de fútbol para Navarra

Por Eduardo Laporte

Las gestas recientes de equipos como el Alcoyano, Cornellá o el Mirandés en Copa del Rey subrayan el carisma y el tirón del fútbol hiperlocal.

Un balón de fútbol sobre un campo de una localidad. ARCHIVO
Un balón de fútbol sobre un campo de una localidad. ARCHIVO

Me aficioné a leer periódicos allá por los fastos del 75 aniversario del Club Atlético Osasuna, que se nos acaba de hacer centenario. Aquellas fotos de jugadores bizarros, con camisas amplias y con cordones en la pechera, balones como de Zipi y Zape y cara, en general, de haber pasado más hambre que un torero, circunstancia que motivó a muchos hijos de la pobreza a meterse en tan exóticos oficios. El fútbol como parte por el todo que te hablaba de una sociedad, de una época, y te hacía ver Pamplona desde otra óptica, aquella «caldera» que era el estadio San Juan, cuya ubicación exacta ningún pamplonauta te sabe decir a ciencia cierta. Coña, ¡pongan una placa, un panel informativo, en el lugar exacto!  ¡Queremos saber!

Pues sí, el fútbol (o fúbol, como dice Julio Salinas en sus transmisiones radiofónicas) tiene algo de cohesión nacional, casi tanto como la fiesta ídem, de ahí que Franco le dara tanta cancha. Si el independentismo catalán no va a más es por no asumir lo de Messi y Griezmann batiéndose el cobre contra equipos como el Palamós, el Nástic o el Joventut Mollerussa.

Se habla ahora de crear una superliga europea de clubes que podría suponer grandes cambios en el panorama del deporte rey. No tengo opinión formada al respecto, aunque supongo que ese escenario futbolero sería consecuencia natural del achicamiento de fronteras y de la grandeur que rezuma el mundo Champions. También cohesionaría Europa, puesto que el fútbol, a falta de mejores inventos, te lleva una noche de invierno a Basilea, Suiza, y de alguna manera te coloca un poco en ese remoto lugar, mientras tomas una Mahou Maestra un martes cualquiera de Champions refugiándote en tu caja vacía, es decir, siendo por un rato Homer Simpson.

En tiempos de tendencia global, disfrutamos en cambio de una Copa del Rey revalorizada, con ese formato nuevo e implacable que permite a equipos modestos salir de su escondrijo territorial y deportivo. De pronto pensamos en Miranda de Ebro, en Alcoy, en Cornellá, en Ponferrada, en Navalcarnero y hasta en Ibiza, asociada ahora a cuestiones balompédicas. En el equilibrio entre lo global y lo hiperlocal, lo glocal, como acuñó Juan Cueto, hay una cierta sabiduría. Necesitamos esa dosis de realidad de lo pequeño, lo reconocible, para huir de aquello que Gómez de la Serna llamó la nebulosa.

Por eso yo vería con buenos ojos, desde mi distancia permanente, una liga navarra. Como cuando seguía, en Navidad y a falta de liga, el trofeo interescolar, que copaba las portadas de los diarios de Foralia. Un fútbol localizado que, como pasa con el Tour de Francia, ponga en el mapa lo que pasa inadvertido entre el circundante ruido mediático. El Izarra de Estella, el Tudelano, el Peña Sport de Tafalla, el Club Atlético Cirbonero (de Cintruénigo, claro), el Txantrea, el Club Deportivo Cortes, el Murchante, el Artajonés, el Azkoyen de Peralta, el Aoiz, el Mutilvera y, claro, el Promesas de Osasuna. La liga de las estrellas… navarras.

Su desarrollo correría parejo al de su calendario en la LFP, sin alterar el curso de la segunda B. Funcionaría como campeonato alternativo, limitado a la comunidad, y que bien podría replicarse en las 16 autonomías restantes. Los ganadores de cada liga regional se enfrentarían entre sí, en una especie de paradójica Champions a escala nacional que no tendría nada de absurda en cuanto que recuperaría el sentido original del deporte, más cercano, más real, como el de estos alcoyanos y mirandeses.

En Navarra, cobraría especial interés los piques entre el norte y el sur, montaña y Ribera, saltus (norte boscoso) y ager (sur agrícola), que implican dos cosmovisiones radicalmente opuestas, como dejó dicho Julio Caro Baroja: «La trama del saltus concibe la identidad en términos de aislamiento, pureza y resistencia. La trama del ager lo hace en clave de pacto, colaboración y apertura».  

Imaginemos entonces un horizonte con dos ligas, la superliga europea, con sus estrellas y sus fichajes millonarios internacionales, y ese otro fútbol de proximidad, casi cantonal, carlistón incluso. Quizá esta idea disparatada, o no tanto, sea la que defina la construcción territorial del futuro, más centrada en la realidad de las pequeñas comunidades que en los grandes proyectos de colectivismo político, que la historia demostró inviables. Gol del Burladés.

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