• viernes, 19 de abril de 2024
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Blog / Capital de tercer orden

El sindiós de la covid

Por Eduardo Laporte

En cuanto uno vuelve de las vacaciones informativas o ‘desinfoxicación’, regresa la misma preocupante sensación: más que pandemia tenemos pandemónium.

Dos personas caminan por la orilla de mar en una playa portando sus mascarillas durante el verano de la crisis del coronavirus. NAVARRACOM
Dos personas caminan por la orilla de mar en una playa portando sus mascarillas durante el verano de la crisis del coronavirus. NAVARRACOM

Consciente de que el verano de 2021 podría ser aún peor, decidí disfrutar al máximo de éste, con tilde si es preciso. Entre mis últimas andanzas, unos días familiares en San Juan de Luz y alrededores donde pude comprobar que la joie de vivre no se erradica así como así del modus vivendi francés. Basta cruzar un trocito de mar en una navette para entrar en otra dimensión mórfica, más amable, vitalista, con atención a los pequeños detalles. Un Sud Ouest que por fin se ha quitado, como buena parte de Francia, la ramplonería de los noventa de encima, para rescatar unos renovados años treinta donde todo parece, por fin, en su sitio, en su tiempo.

Qué maravilla ver la rue Gambetta el sábado pasado con sus braderies a tope, aunque guardando fila en la mítica confitería Maison Pariès uno esperaba que más que una caja de macarons le dieran «su covid, gracias». Alrededor, el mercado era un festival de puestos, lechugas esplendorosas, huîtres à emporter, patés de campagne y magrets de pato a las siete pimientas, así como los nuevos garitos sofisti-gentrificados de corte mignon que están convirtiendo a la región en un lugar de moda. Garajes reciclados en meeting points gastronómicos y bistrós de tamaño microscópico que no falten.

En ciudades como Saint Jean de Luz, hay obligación de llevar mascarilla de 8h a 22h, y la gente la usa, y se lava las manos con gel hidroalcóholico, pero la pandemia no llega hasta el tuétano. Esto se nota, se siente, se ve y hasta se envidia. Ponía un tuit ayer el autor de la ya desfasada ‘Alegría’, Manuel Vilas, no apto para depresivos: «Estoy en Atocha. Ambiente de posguerra. Silencio. Miedo. Tristeza». La idea de exiliarse en Francia como desertor del pánico gratuito. Le panic quotidien.

Empiezo la semana en Pamplona y en la prensa local se lleva a portada la noticia de un fallecimiento en los límites de Foralia. Por covid19, claro. Ya no se muere de otra cosa. Una muerte que engrosaría la lista de cuatro víctimas que en agosto se ha llevado esta pandemia que tiene paralizado el país y el espíritu, así como la economía. Grande ha sido mi sorpresa esta mañana al toparme, con perdón por el hiperlocalismo, con el cartel de SE VENDE en el mítico Stikbol de Iturralde y Suit, abierto desde 1991 y famoso por la calidad de sus pinchos y bocatas. Pero en un mes con cuatro fallecimientos por esta enfermedad nueva (imagino que de las enfermedades viejas, en Navarra, habrán muerto unos 360, pues la media de muertos al día en estos pagos es de 15 diarios) monopoliza la prensa, retiene el juicio, estanca la vida. Porque cómo cambiaría la cosa con el siguiente titular: «De los 360 muertos en agosto en Navarra, sólo 4 fueron por covid-19».

En este sindiós en el que aún no sabemos si decir la covíd o el cóvid (me inclino por la primera), los periódicos llenan sus páginas con el número de contagios, a falta de titulares más escabrosos. Quizá quieran acojonar al personal para evitar irresponsabilidades, lo cual sería legítimo en términos morales, pero supondría la muerte del periodismo, aquel llamado cuarto poder que parece contagiado no ya de covid sino de otros males contemporáneos. Qué tiempos aquellos en los que la prensa rescataba la verdad, cual Prometeo con el fuego, y la ofrecía a la sociedad, y no este sindiós en que unos medios timoratos compran el discurso del miedo y ajustan sus mensajes al (desquiciado) estado mental reinante.

Luego está el gusto ibérico por anular cualquier tipo de conquista social, colectiva. Si en otros lares el confinamiento de la pasada primavera hubiera sido considerado ejemplar y digno de encomio, no fueron pocos los avezados columnistas y creadores de opinión los que tildaron al grueso popular de dócil, sumiso, pagafantas y aborregado. Joder. Si esa misma actitud cívica se hubiera dado en los Países Bajos hablaríamos de cuán evolucionados son como sociedad y qué sopas con hondas nos dan. A los ‘cayetanos’, que jugaron a rebeldes con causa, les pusieron de terroristas para arriba, eso sí.

España se hunde como Indurain en Les Arcs y unos critican que se hayan abierto, con precipitación y alevosía, las puertas al turismo, que si se aceleró la desescalada y que si esto con Franco, o Stalin, no pasaba. España toda vive en un ay ante la segunda ola, se insiste en que la pandemia no ha desaparecido, a pesar de que la cifra de muertos desde el 25 de mayo, según fuentes oficiales, no supere el centenar. En el correo, recibo la última novedad de la editorial Espasa: ‘Potencia tus defensas. Una guía para prevenir enfermedades’, de Antonio Escribano.

Los epidemiólogos de salón se llevan las manos a la cabeza con el posible retorno de los escolares a las clases, mientras que epidemiólogos de profesión, como Begoña Díez, alertan de la paradoja de que los espacios cerrados generan focos de contagio. ¿Un bloque de vecinos es un espacio cerrado? ¿No será más eficaz irse a la playa que encerrarse en casa, donde según datos recientes tienen lugar el 25% de los contagios? ¿Y si el Gobierno nos confinara a todos en Canarias? «En invierno, nuestra capacidad de estar en el exterior será menor, con lo cual es probable que los contagios vayan de nuevo arriba», señala Díez en una entrevista publicada en ‘Diario de Noticias’.

El tercer acto de este drama vírico se desarrollará en otoño y no podemos predecir cómo será, porque si algo no está enseñando este sindiós es que no hay nada predecible, en la salud y en la enfermedad. Responsabilidad, sí, distancias de seguridad, mascarillicas e higiene. El resto, un sindiós. Más que pandemia, pandemónium. Y mientras jugamos a los apocalipsis, la realidad, que está por encima del periodismo y los think tanks de cafetería, nos recuerda que España sufre la mayor caída del PIB de la Unión Europea, a la cual no damos ni las gracias por haber evitado el fin de la paz social de la que gozamos desde hace décadas.

Esto es un sindiós y, además, saca lo peor que llevamos dentro no sólo por la confusión que genera, sino por la impotencia de un enemigo abstracto ante el cual nada podemos hacer. No hay épica posible ni acciones salvadoras, más allá del trabajo de los sanitarios. Quizá lo único digno de aplauso sea no añadir más ruido al ruido y dejar que pase el temporal, sin amargarse más de la cuenta. Es posible que sea lo poco sensato que podamos hacer los que no entramos en el club de los terraplanistas antivacunas ni en los del #todomal y sus profecías autocumplidas. Procedo.

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