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Blog / Capital de tercer orden

La Cabalgata infinita

Por Eduardo Laporte

Un observación atenta y sobria, desde una posición de privilegio, arroja nuevas perspectivas sobre esta tradición tan dinámica como congelada en el tiempo.

Cabalgata de los Reyes Magos en Pamplona. IÑIGO ALZUGARAY
Cabalgata de los Reyes Magos en Pamplona. IÑIGO ALZUGARAY

Mientras España toda espera qué haga o deje de hacer un señor de Teruel, aquí seguimos con lo importante en lugar de lo urgente. Siete y pico de la tarde, balcón contiguo al hotel La Perla (cortesía de unos queridos parientes, gracias), Cabalgata de SM los Reyes de Oriente, Pamplona. Ahora se ha puesto de moda bajar hasta el puente de la Magdalena, jugarse el tipo a lo Humor Amarillo en unas pasarelas de momento cerradas al público y apostarse en la pétrea estructura fluvial a ver pasar a Melchor, Gaspar y Baltasar. «Puedes tocar hasta el pelo de los camellos», me contaba ayer una madre, feliz tras la experiencia.

Aquí hemos sido siempre de Cabalgata bajo los porches del Nuevo Casino. De niños, desde aquella mítica balconada que quizá sea uno de los miradores más privilegiados para ver cualquier cosa, cabalgatas o conciertos de Chuck Berry, q.e.p.d., de mayores al abrigo de Hemingway y su rincón y qué a gusto, oye. Porque hay que haber visitado muchas plazas para descubrir que la del Castillo no está tan mal. Lejos de la solemnidad turística de las plazas mayores de Madrid o Salamanca, en la ‘nuestcha’ vive gente, que no es poco.

Nunca me importó de dónde venía la Cabalgata ni a dónde iba. La Cabalgata sucedía en la plaza del Castillo, superando Casa Baleztena y difuminándose una vez se encaraban los Windsor y Baviera. De chaval participé en una, en el trenecillo de los Sugus, y me sentí importante por un día. Era consciente de que la muchedumbre pamplonesa me quería por mis caramelos y no por mi persona, pero aquello también era una forma de querer. La Cabalgata como pulverizador de amor, lo que no es tontería en un mundo el que las manifestaciones cívicas son mayoritariamente para protestar sobre esto y  lo otro cuando no para quemar el mobiliario urbano.

Bendito mundo éste en que los niños sirven de enganche a un mundo mágico. En las protonavidades romanas era normal que los esclavos se convirtieran en señores por tiempo limitado. Algo de eso sucede en el periodo navideño, con ese vivir para los enanos, aunque habría que preguntarles también si todo el circo creado a su alrededor les entusiasma tanto como nosotros creemos. A menudo pienso que los niños quizá se aburran más que los mayores. Su dependencia lúdica y su insuficiente y pequeñito mundo interior les hacen vivir en un considerable estado de ansiedad. ¿Cuándo llegamos? ¿Cuánto falta? Tengo hambre.

Todo esto para decir que la Cabalgata de 2020 me pareció, vista íntegramente desde un balcón, copa de cava en mano, un espectáculo más cercano al sopor que otra cosa. Como uno de esos partidos de Osasuna en domingo de febrero, en Segunda, contra el Lugo, empate a cero. Vale que cuando llegan los Reyes se desata la euforia colectiva y, como en un gol de aquellos jugadores polacos de los noventa, uno se siente de pronto parte del olimpo de los dioses. Este año, por lo visto, una carroza se descuajeringó y se perdió un 33,3% de la gracia. Espero que rueden cabezas.

Si yo fuera un mandamás cabalgatil, me cargaría todas las figuras que no tienen que ver con el misticismo bizantino-oriental. Nada de buzones en alusión a las cartas ni aquellos infames personajes de los Simpson que fueron felizmente depurados. Daría más protagonismo al exotismo italianizante de los abanderados de Quatro Castella (cerca de Parma y Bolonia) y aumentaría la presencial animal. Al margen de lo que diga el PACMA, me pareció (y a mi sobrina más) muy divertido el desfile de gansos, en ese rebaño tan entrañable como cómico. Metería también muchos más camellos, dromedarios y fauna africana, cebras, ñus, antílopes y rinocerontes varios, en un guiño a Baltasar (no todo va a ser lejano Oriente). También multiplicaría la presencia de caballos, qué animal tan elegante y misterioso el caballo. Creo que desfiló apenas un par de ellos, con ese andar como jerezano tan hechizante.

A la Cabalgata, pese a ser un espectáculo en movimiento, le falta ritmo. He visto procesiones de Semana Santa más dinámicas que la Cabalgata del pasado día 5. Comité organizador, azucen a la comitiva, estamos en enero, hace frío, y hay que abrir los primeros regalos. ¿A qué vienen esos huecos de medio kilómetro entre carroza y carroza? En un momento dado, me acordé de aquel desfile de Ciudad Real que me tocó cubrir como plumilla localísimo. Cinco horas de ‘espectáculo’ de todo a cien que las autoridades locales celebraban con gran orgullo por ser el desfile más largo de toda Castilla-La Nueva y que servía para llenar los periódicos del día siguiente.

Como amante de la Cabalgata —quizá la única cita festiva que sigo desde la noche de los tiempos con fidelidad— considero que habría que darle un meneo. Tenemos una Cabalgata como de 1981, preamejoramiento, que me recuerda un poco a esa abuela ya arrugadica y macilenta a la que todos queremos pero de la que no esperamos demasiado. Y hasta aquí esta columna infinita. ¿Cómo son las cabalgatas de Teruel?

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La Cabalgata infinita