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Blog / Capital de tercer orden

La curva de la vida

Por Eduardo Laporte

Un corredor australiano salva su vida de pura coña en un lance que demuestra lo milagroso de unos encierros que nunca son la carnicería que podrían.

Un mozo sufre una cogida en la curva de Mercaderes durante el quinto encierro de los Sanfermines 2017, que ha sido el más rápido hasta ahora con una duración de dos minutos y doce segundos, y que ha finalizado, en principio, sin heridos por asta de toro. EFE/Villar López
Un mozo sufre una cogida en la curva de Mercaderes durante el quinto encierro de los Sanfermines 2017, que ha sido el más rápido hasta ahora con una duración de dos minutos y doce segundos, y que ha finalizado, en principio, sin heridos por asta de toro. EFE/Villar López

Comentaba el corredor de Colorado, Tom Turley, que en Estados Unidos se conoce la curva de Estafeta, con esa tendencia al tremendismo marketiniano yanqui, como The dead’s bend o curva de la muerte. Mero sensacionalismo barato porque en ese punto —antigua curva de Pío Guerendian y hoy curva de supermercado francés—,  no ha palmado nunca nadie que yo sepa. Podría haberlo hecho, así te lo digo, un tal Nathan, australiano él, más perdido en el encierro que Froilán en una biblioteca, que ha tenido la suerte de su vida. Sólo por ese milagro de sobrevivir a dos toros, con las astas acariciándote para luego voltearte como guiñapo inerte, en la curva más peligrosa de todo el recorrido, uno puede empezar a creer en cosas en que no creía hasta entonces. Como en que hubiera un toro elegido.

La idea de un toro que, como Moby-Dick, representara tanto el bien como el mal. Tanto nuestra predisposición hacia la virtud como hacia el vicio. Lo escribí justo ayer para un artículo futuro, un toro que encarnara esa dualidad, lo apolíneo frente a lo dionisíaco, y que fuera indultado en una corrida pamplonica también futura. Lo que no pensé y esto lo he descubierto en esta carrera de los Jandilla, es que el toro debería ser de pelaje claro y ahí estaba ese animal, Jabonero, casi albino, para ilustrar esa de idea del toro que no vaca sagrado.

Si no sabes correr, pa’ que te metes podría ser otro lema para esta crónica. Nathan, macho, léete al menos en diagonal el fragmento de la Lonely Planet donde se habla del encierro. Porque él ha visto, claro, que en ese punto no había nadie y se habrá dicho: Jeje, pues aquí me pongo yo. Resulta que el encierro es también una enseñanza de vida en cuanto a que no hagas lo que no hagan los demás. Si no lo hacen, es por algo. A veces, la masa, enfurecida o no, lleva razón. Son años de depurar una técnica de modo común, una selección natural que evita más accidentes de los que podrían darse, con la alianza del manido capotico de San Fermín y una voluntad de los toros que no es la de convertir el recorrido en la batalla de Verdún al anochecer. Tan sólo un traslado al hospital por traumatismo craneoencefálico, hostión en la cabeza en otras palabras, lo cual tiene su miga.

Uno de los encierros más rápidos de la historia que, sin embargo, deja un poso lento, de mensajes latentes para desvelar y paladear con la calma que llega tras el Pobre de Mí

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