• martes, 23 de abril de 2024
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Blog / Capital de tercer orden

Historias de la Tómbola

Por Eduardo Laporte

Hay cosas que no cambian, como esta particular feria de la suerte que llega a su 71 edición desafiando al tiempo y a las modas

La Tómbola de Cáritas de Pamplona ha sido fiel a su cita con San Fermín desde 1945
La Tómbola de Cáritas de Pamplona ha sido fiel a su cita con San Fermín desde 1945.

Si alguien mira la definición de anacrónico en el diccionario, la primera entrada que encontrará será: Tómbola de Cáritas de Pamplona, 70 años regalando por sorteo frascos de pimientos y bayetas de cocina.

No sabemos quién tuvo la idea de instalarla, allá por el brumoso 1945, en pleno centro de Pamplona, pero desde entonces se ha convertido en un elemento más del paisaje urbano y sentimental de la ciudad. No hay quien le tosa porque si hay una institución que se mantiene incólume de corrupciones y descréditos modernos es Cáritas Diocesana.

¿Quién se atrevería tan solo a insinuar que su tiempo ha pasado, que deberían instalarse en un lugar menos señero de la ciudad, que todo el tinglado tiene un tufillo a posguerra donde los niños pobres soñaban con ganarse una piruleta que chuparían un poco cada día para no gastarla? ¿Quién osaría poner en tela de juicio la pertinencia de un sistema de recaudación solidario como el de esta tómbola regaladora de premios y sonrisas? Yo no, desde luego. 47 días. En el paseo de Sarasate. Año 2016. A partir del 28 de mayo. Es lo que hay.

Mi relación con la Tómbola, como puede colegirse, siempre fue de amor-odio. Odio es mucho decir pero lo cierto es que durante casi veinticinco primaveras la soporté estoicamente desde nuestro piso cercano. Mis hermanos y yo a menudo planteábamos la necesidad de que el Ayuntamiento agraciara con una ayuda, por daños y perjuicios psicológicos, a los habitantes del centro más céntrico.

Porque además de la Tómbola, estaban los recitales de txistularis, los aberri egunas, los días del trabajador, las reuniones evangelistas, los mítines femininistas emakundes («la plancha y la fregona para todas las personas»), los trailers con retransmisión a pantalla gigante de los encierros y, como colofón, la Tómbola con sus donosas actuaciones: festival de jotas en honor a Raimundo Lanas, concurso de bertsos, actuaciones de Gorgorito y sus secuaces y certámenes de cansautores con sus canciones protesta. Oiga, ¿y yo qué?

DERECHO AL TOMATAZO

Un día protestamos. Aquello pasaba de castaño oscuro. Las diez de la noche más que pasadas, teníamos exámenes, controles, programas como Vip Noche en la tele, ganas de descansar. Pero el grupo y su música, folclore boliviano, no cesaba. Zambas, tangos, milongas, savias andinas y un repertorio infinito para un público compuesto por tres señoras y el ciego cojitranco de la ONCE, que pasaba por ahí. No sé si la idea de lanzar el tomate, símbolo universal del vete a tu casa, fue mía o de mi hermano Pablo, pero asumiré la autoría intelectual.

También la ejecución: un tiro limpio, certero, olímpico, parabólico que fue a parar al proscenio para continuar dejando un nítido reguero de simiente de la huerta navarra por todo el escenario. Los aires latinos cesaron ipso facto y a nosotros nos entró una mezcla de risa y acojono. Pido perdón desde esta apartada orilla si aquel simbólico gesto truncó sus prometedoras carreras.

La bici providencial

Otro suceso que no olvidaré nunca tuvo tintes paranormales. Desde entonces, desconfío de cualquier discurso cientifista-materialista. La Tómbola me abrió una puerta hacia lo desconocido, al más allá. Mi hermano mayor me advirtió: están cayendo muchas bicis, deberías bajar. Le hice caso. Note el buen presagio. Era un día nublado, denso, había poca gente cuando compré esos seis boletos, quizá uno de ellos contuviera la ansiada bici de montaña, 21 cambios, en pleno auge, sería 1993, de las ‘moutain bike’. Ya con tribulaciones unamunianas en aquella pubertad, en el ascensor le dije a ese Dios en el que había dejado de creer hacía poco que volvería a la fe si me tocaba la jodida bici. Y me tocó. Una preciosa bici de montaña y dos estuches. Y no cumplí mi promesa de ir a misa todos los domingos como había prometido. Y me la robaron un mes después. Mi abuela, sabia, sentenció: «Dios te la dio, Dios te la quitó». 

Lo que nunca supe ni he sabido es si ese Dios de los sorteos hiperlocales congració a algún pamplonica con uno de los flamantes coches que desde tiempos inmemoriales se rifan, con premio directo desde hace años, incluso. ¿Alguien conoce a alguien que haya ganado en un coche en la Tómbola es un bulo reclamo publicitario? ¿Por qué la prensa local no nos suministra esa valiosa información? Siempre me ha resultado sospechoso. Yogurteras, trapos de cocina, sacacorchos, latas de espárragos, balones de playa, secadores de pelo (aún me dura uno) y morteros, reúna cinco boletos y llévese además un popurrí de flores secas y otros premios de todoacién, pero de coches, nada. Necesitamos un ‘Spotlight’.

No lo neguemos más: la Tómbola es cutre. Pero es entrañable, y contra lo entrañable no se puede luchar. Además, está imbuida de ese misterio: jamás tocan coches pero te puede tocar una bici si imploras al Altísimo. Eso sí, luego cumple tu promesa. Suerte.

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