• viernes, 29 de marzo de 2024
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Blog / Capital de tercer orden

¿Qué hacemos con febrero?

Por Eduardo Laporte

El mes más corto del año se me hace largo: quizá haya que reinventarlo

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Foto del fotógrafo checo Josef Sudek.

Si bien hablábamos del elogio del invierno hace poco, no es menos cierto que hay un momento que la temporada se hace larga. Pero no es culpa del invierno, sino de la indefinición. Escribimos para definir. Hablamos para delimitar. Besamos para materializar el amor. Y a mí febrero se me escapa un poco entre los dedos.

También llega uno a febrero como ya vivido. Me recuerda a ciertas noches de insomnio en que uno ya ha agotado todo: las ganas de leer, de vagabundear por las redes sociales, de mirar al techo. Febrero es el mes de relleno del calendario, esos párrafos llenapáginas necesarios para que la novela tenga consistencia. O las canciones prescindibles que todo álbum contiene —incluso el  delicadísimo ‘Éléor’—, de Dominique A, para que las verdaderamente valiosas brillen. La necesidad del subalterno para que el torero salga por la puerta grande La del mes menor, feote, para despertar después en primavera.

Parece haber precisamente una conjura para que febrero sea un periodo nifunifesco en la ausencia de fiestas del calendario. Y bien está. En febrero hay que deprimirse un poco, lo veo ahora. Por eso nunca me gustaron los carnavales y en realidad a nadie le gustan. No estuve y espero estar algún día en los carnavales de Lanz pero por lo demás, abomino del carnaval, como lo hace opino tan ricamente todo el mundo. De ahí la máscara: la peña quiere irse a su casa, pero el disfraz nos coloca él mismo la sonrisa veneciana. Que se pire otro.

El año pasado conocí los carnavales de Lanzarote, que son un poco la versión de baratillo de los de Tenerife o Gran Canaria y no te voy a decir que lo pasara mal porque vino mi hermano Pablo y nos fundimos una botella de ron miel mano a mano mientras improvisábamos canciones protesta a la guitarra con esa temperatura como arrealista. Luego hubo que ponerse el disfraz, él de payaso yo de medieval, y ya entonados pues la verdad es que ni tan mal, pero la noche anterior sí sentí la corriente fría de la fiesta impuesta. Y así como nada peor que la soledad acompañada, pocas cosas más pereza que la diversión obligada.

NARIZ TAPADA

Hasta ahora, febrero ha sido un mes para pasarlo con la nariz tapada. Se trata ahora reinventarlo. Quizá lo suyo sea aceptar el componente de sosez que tiene y asumirlo como tal. La galleta del fondo del surtido Cuétara. Hay algo melancólico en los Goya, incluso en los Oscar, como en el Festival Punto de Vista que, afortunadamente, se programa ahora en marzo, mes promisorio. Recuerdo una sesión muy documental y muy experimental, yo solo, en los extintos Carlos III, muy deprimente también. Era febrero, claro, y estábamos dos personas, bien lejos cada una. Como también era febrero y triste, y también era otro cine extinto, los Príncipe de Viana, donde vi Million Dollar Baby, y me desmayé del mal rollo cuando le meten a Hilary Swank los palos por la nariz rota, que no tapada, como saben quienes leyeron sobre las luces de noviembre donde cuento todo y más.

En febrero murió mi madre. Quizá por eso le tenga manía al mes. Porque es un mes de hospitales de colores muertos, de ministerios soviéticos, de funcionarios, de colas, de sopa, es un mes en el que nadie viaja, cuando precisamente sea el más propicio para hacerlo.

O NO. RESISTIR.

Escribía antes en Facebook sobre la idea, utópica y delirante, de unas vacaciones pagadas por el Estado en lo que se ha venido en llamar la Laponia española. Una semana para meditar, leer los libros pendientes, ver las pelis no vistas y hacer algo de ejercicio. Una semana para afilar el hacha. Para relajar el hemisferio izquierdo.

Hoy me ha atacado una especie de gripe. Hacía 13 meses que no tenía ni un catarro, ni un dolor de cabeza, más invicto que el Madrid de Zizou hasta hace nada. Hay que ponerse enfermo de vez en cuando. Quizá febrero sea eso. Un pequeño túnel del que salir reforzados para contemplar en todo su esplendor la belleza que nos espera fuera, mientras nos recomponemos por dentro.  

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