• viernes, 19 de abril de 2024
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Blog / Capital de tercer orden

Fotografía del instante poético

Por Eduardo Laporte

Desconocido para el gran público pese a su maestría, el buenhacer fotográfico de Paco Gómez (Pamplona, 1918 - Madrid, 1998) nos acerca a la tímida España neorrealista.

pacogomez portada

Definen a Paco Gómez en un artículo como un hombre sin atributos, sin biografía. Sin embargo, en la exposición que se puede ver estos días en la sala Canal de Isabel II, ‘El instante poético y la imagen arquitectónica’, hay hasta cuatro paneles con sus hitos biográficos. Nació en Pamplona en 1918, pero su vinculación con esta tierra es testimonial, aparte también de ser hijo de madre navarra. Llama la atención su serie de autorretratos, que son como unos selfies pero con vocación de perdurar; tiene algo de hípster de los sesenta este Paco Gómez, con su atuendo madrileño de patilla castiza pero calzado ibicenco y pantalón remangado como desafiando el tiempo estricto que le tocó vivir.

Un tiempo que retrata con nitidez, sin renunciar a los instantes poéticos, una escritora nacida también navarra, Ana Puértolas (Pamplona, 1945), hermana de Soledad, en El grupo (1964-1974), publicado hace pocas semanas en Anagrama. Eran años de excitación constante por cuanto el peligro estaba a la vuelta de la esquina. Hay algo de verdad en el «contra Franco se vivía mejor»: la sensación de tener un enemigo claro y dotar a tus días del sentido de contribuir a su desgaste.

Una excitación y unas nuevas consignas, como el amor libre, que tenían algo más de proclama formal que de actitud asumida, y que es otro de los atractivos del libro: «Los rojos, los estudiantes subversivos de entonces, semejaban más bien un conjunto de pacatos jugando a ser liberados y mayores». Y de amor libre, poco, tarde y mal, «porque pesaban y mucho consideraciones de orden religioso, educacional y social, aunque fueran negadas con vehemencia. Libertad sexual, sí, pero cada oveja con su pareja». Con todo, reconoce Puértolas en esta novela transida de memorias, que «para todos, y más aún las mujeres, fue una aventura privilegiada, con todos sus riesgos, vivir esa década altamente fabulosa». Una década, la de la lucha antifranquista de ciertos grupos, que imagino perlada de instantes poéticos.

Paco Gómez es un hombre cuya biografía apenas intuimos a través de sus fotografías, las que realizó también como miembro del colectivo La palangana, pioneros en traer la estética neorrealista a los objetivos españoles, hasta entonces bastante a rebufo de cualquier vanguardia e instalados en el salonismo. Su repercusión era escasa, así que Franco les dejaba hacer, aunque mostraban una sensibilidad hacia lo social parecida a la que vemos en esa película extrañamente social que es ‘Surcos’, filmada por unos «falangistas díscolos con preocupaciones sociales», que sorteó la censura porque tenía un problema —recuerda Sergio del Molino en su reciente y brillante ensayo, ‘La España vacía’—: «era buena».

TRANSICIONES CREATIVAS

El instante poético es poético porque está atravesado de nostalgia. Hay melancolía, que es la tristeza de quien fue feliz, en él, y también el certificado de defunción de un mundo, malo pero al menos conocido, ante otro sobre el que pesa la incertidumbre de lo peor. A partir de 1950 se jodió todo, viene a decir, con palabras más finas, Julio Caro Baroja en ‘Los Baroja’: llegó el plástico, la producción en serie y la arquitectura barata y de aluvión. Hoy aún estamos pagando esos desmanes en el mundo que nos ha tocado vivir: un mundo feo. ¿Y por qué es feo? Porque se edificó en su mayor parte dando la espalda al instante poético. Por eso los turistas peregrinan en masa para conocer las obras de Gaudí pero no acuden en procesión a sacar fotos a los segundos ensanches o los barrios obreros construidos a partir de 1950 en la mayoría de las ciudades españolas.

Recuerda nuestro navarro efímero a un fotógrafo coetáneo suyo, Català Roca, que sacó petróleo artístico en los años cincuenta, y que sabía que estaba retratando un mundo que se iba para siempre, el agrícola, el de los carromatos con burros en la Gran Vía de Madrid, para dejar paso a la nebulosa posmoderna que nos invadiría a todos, como predijo con acierto el bueno de Caro Baroja.

Abuelos en Chinchón, cuando en los pueblos había aún una vida activa en torno al universo agrícola y no eran escenarios resignados a las trashumancias turísticas de hoy. Una vieja enlutada que discurre, como un escarabajo discreto, por la trillada calleja que le conduce hasta la fuente. Un abuelo puroalmorro a lo Orson Welles que pasea con su hijo sobre los que quizá sean terrenos de su propiedad que verán brotar un fértil pelotazo, dejado atrás para siempre el decadente mundo rural. El instante poético también incluye en su composición unas dosis de optimismo más o menos fundamentado. «Te llaman porvenir, porque no vienes nunca», se quejaba un joven poeta llamado Ángel González en el lodazal de su franquismo de exilio interior.

Quise bucear en la biografía de Francisco, Paco, Gómez (Pamplona, 1918-Madrid, 1998) pero no encontré vida tras sus incorporaciones a tal o cual grupo artístico, participaciones en tal cual revista o presencia en tal exposición. Cabría preguntarse de cuántos instantes poéticos estuvo salpicada su paso por el mundo, más allá de los 24.000 negativos de su archivo que se conservan. Cabría preguntarse también de cuántos instantes poéticas está compuesta la nuestra, la película de nuestra vida y si pivotan más hacia la nostalgia o hacia la esperanza.

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