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Blog / Capital de tercer orden

¿Las mujeres no saben correr?

Por Eduardo Laporte

Es habitual las presencia de féminas en las imágenes previas al encierro, pero luego brillan por su ausencia.

Un toro de la ganadería abulense de José Escolar pasa junto a una joven en la entrada a la Plaza de Toros de Pamplona durante el segundo encierro de los Sanfermines 2017, en el que cinco corredores han resultado heridos, dos por hasta de toro. EFE/Peio H.
Un toro de la ganadería abulense de José Escolar pasa junto a una joven en la entrada a la Plaza de Toros de Pamplona durante el segundo encierro de los Sanfermines 2017, en el que cinco corredores han resultado heridos, dos por hasta de toro. EFE/Peio H.

Todos recordamos aquella película de provocador título: Los blancos no la saben meter. A la lucha de sexos, se le unía la lucha de razas, que en eso, sumado a la lucha de clases, consistió el éxito de El príncipe de Bel-Air, sin ir más lejos.

Esta mañana de toros de Nuñez del Cuvillo, los realizadores de RTVE —bravo por su trabajo en general— mostraban a varias mujeres dentro del vallado, preparadas para correr. Aparecen en los portales de la Estafeta, risueñas, algunas calentando, preparándose para lo contingente. Sin embargo, mi retina sanferminera no recuerda a ninguna corredora cogiendo toro, disputándose la zona caliente que emanan los cuernos con otros mozos. ¿Las mujeres no saben correr?

Mi interpretación de la cosa: esto es un sálvese quien pueda en el que la fuerza física, cuando no la brutalidad, se impone a otros ejercicios más equilibrados. ¿Sólo eso? Ahí queda el debate. A la indiscutible diferencia física (la igualdad no ha llegado a las competiciones deportivas, segregadas por sexos por tal cuestión), quizá se le una también diferencias de carácter. La vanidad netamente masculina, también un sentido más temerario de la vida. Dicho, o escrito, esto, veo una camilla de la Cruz Roja con una mujer atendida.

Porque hay varios tipos de corredores, que esa es otra; los que salen a correr y los que simplemente están en el encierro. Ese fue mi caso en una sonrojante carrera, por decir algo, en los Sanfermines de 2003. El caso de Joe Distler, con cuarenta años de encierros a sus espaldas y su pisito en Pamplona, se entiende por sus impedimentos, con dos prótesis a la espalda. Ahí está sin embargo inasequible al desaliento de su pasión, colocadico al otro lado de la curva de Estafeta, oliendo el peligro, expuesto a lo contingente.

Y a mí me gusta hablar de los corredores habituales, y ojalá algún día tengamos nuestra corredora habitual. Como lo fue Matt Carney, una especie de Johan Cruyff de la Estafeta, en una mitomanía inexistente porque el encierro, y sus seguidores, se han empeñado históricamente en orillar al que destacaba. Es algo muy propio de ciertos pagos navarros: el imperio de la masa que se ufana en silenciar al brillante, para que su mediocridad no se vea amenazada.

Pero este es otro tema. Vimos hoy también a Bill Hillman, uno de los protagonistas de esta edición, que volvió a las carreras a pesar de las lesiones, las dos muñecas vendadas, y se arrimó a las testuces con dignidad. Me gusta su frase: «Si corro con los toros, puedo hacer frente a muchas cosas en mi vida». La idea de dos encierros, uno para mujeres y otro para hombres. Sin manspreadings letales que las aparten, figurada y literalmente, de las carreras. Ahí queda eso.

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