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Blog / Capital de tercer orden

¿Y si toda la educación fuera concertada?

Por Eduardo Laporte

Se nos llena la boca con las bondades de la educación pública, mientras se sigue matriculando, con la boca pequeña pero en masa, en centros concertados. 

Miles de personas protestan en Pamplona en contra de la ley de Educación conocida como “Ley Celaá” que ataca a los colegios concertados y a los centros de educación especial. PABLO LASAOSA
Miles de personas protestan en Pamplona en contra de la ley de Educación conocida como “Ley Celaá” que ataca a los colegios concertados y a los centros de educación especial. PABLO LASAOSA

La educación debería ir encaminada a hacer aflorar lo mejor de cada alumno con una metodología estimulante. ¿Se fomenta ese aspecto hoy en los distintos centros educativos? Ojalá esa fuera la cuestión y no tanto si la educación es pública, privada, concertada, mixta, segregada, bilingüe o en batúa.

Lo comentaban los cronistas del debate de aprobación de la ley Celaá en el Congreso —¿este tipo de leyes de tanto impacto social no deberían gozar de más consenso?—: que se habló de todo menos de educación. Se impone en cambio la ideología de inspiración sectaria: meter un gol hacia tu proyecto de ingeniería social, mientras la educación en sí se relega al rincón de pensar.

Existe un notable maximalismo entre cierta progresía de carné: educación pública para todos y todas. «Y punto», suelen zanjar. Ningún otro país de Europa contempla el modelo concertado. ¿Y qué? Tampoco hay paellas en Finlandia.

En ningún otro país de Europa padecimos 36 años de franquismo que dejaron unas estructuras educativas que Felipe González trató de reciclar con una ley de 1985 que logró una conquista no menor dentro de aquella incipiente sociedad del bienestar: el derecho a la educación gratuita.

Lo concertado, pues, debería verse como un logro de la socialdemocracia en cuanto que permitió que se repartiera la tarta de la educación gratuita, o casi gratis, a muchos más estudiantes de los que la exigua y saturada red pública permitía. Todo ello sin transformar la sociedad de la noche a la mañana y sin polarizar la educación entre pobres (público) y ricos (privado). No era plan tampoco de expulsar de nuevo a los jesuitas, como hiciera Carlos III el 1767, aunque muchos lo hubieran deseado.

Porque seguimos arrastrando la hemiplejia moral que denunciaba Ortega y Gasset. Es otras de las ‘herencias’ de Franco: una división social que antepone los colores al debate, mientras Chaves Nogales se revuelve en su tumba de North Sheen. Ese trincherismo del que le cuesta salir a cierta izquierda quinoa. ¿No sería más importante defender el derecho a la educación gratuita, o al menos accesible según cada economía familiar, y no tanto el derecho a una educación pública como único molde posible? ¿Por qué demonizar de entrada la hibridación entre público y privado? ¿Acaso el cine no es una industria privada que requiere de ayudas públicas? Lo mismo sucede en otros tantos sectores.

El PSOE de las carmencalvos e isabelcelaás ganaría peso electoral si prescindiera de cierta deriva sectaria, porque la sociedad española se está cansando de la política como bandera ideológica per se, opino. Y de tantas leyes educativas como partidos políticos pasan por el Gobierno.

Y es que parte de ese odio secular de la izquierda viene de la idea de que la educación concertada es un nicho enteramente católico y que concertado es sinónimo de nacionalcatolicismo y curas sobones. La educación especial, tan necesaria, se enmarca en el modelo concertado. El Taller de Artes Imaginarias (TAI), de Madrid, equivalente a la de Artes y Oficios de Pamplona, es un centro concertado.

Otras de las denuncias es el elitismo. Un amigo me contó que para ingresar a su hija en el citado TAI tuvo que pasar una entrevista y al comprobar que era vamos a poner arquitecto y con ingresos regulares, aceptaron a su hija con toda paz. ¿Y si hubiera sido taxista y con penurias económicas? Los que denuncian discutibles criterios de admisión en el sector concertado, al margen de religiones, se apoyan, me temo que con razón, en argumentos como este. Desconozco si en centros públicos, como el Ramiro de Maeztu de Madrid, codiciado por la ‘gauche divine’, se darán similares ‘cribados’ en los procesos de admisión.

Se habla también de donaciones variables que los padres de alumnos de los centros concertados entregarían y con las que quiere acabar la ley Celaá, probablemente condenando a su desaparición a muchos de ellos. El exclusivo colegio de El Pilar de Madrid, donde estudiaron Aznar o Cebrián, pide una matrícula de unos 200 euros al mes por alumno. Llama un poco la atención, en efecto, que un colegio tan selecto y dirigido a unos padres de alumnos con las rentas más altas de España tenga que contar con el concurso de lo público y que además se hagan esas ‘colectas’. ¿Cualquiera puede estudiar en el Pilar? Me permito dudarlo. El Liceo francés, por ejemplo, es privado. A 2.100 euros el trimestre, dicen aquí, y fin de la polémica.

CONCIERTO TOTAL

Una amiga de Pamplona me contaba cómo estudió tan feliz en las Dominicas de la calle Santo Domingo de Pamplona. Hija de profesores universitarios, sus compañeras eran sobre todo alumnas de la Chantrea, Rochapea e hijas de artesanos y oficiales del casco viejo. Ya madre, enviaría a sus hijos en cambio a un centro concertado y católico. Es un caso habitual. Yo haría igual.

Claro que, en uno de estos centros concertados vinculados a la Iglesia, me contaba un amigo cómo un profe de Religión le dijo a su hijo que Franco era un «hijo privilegiado de Dios». Se hace complicado entonces el dilema entre una educación tan aséptica como la laica y otra con las dosis justas de alimento espiritual. Supongo que chalados hay en todas partes: la cosa pasa por localizarlos y deportarlos a Siberia.

Llego al final de esta columna dialéctica más confuso que antes. Sólo veo claro que la educación pública no acaba de satisfacer a los padres que trato, como no satisfizo, por lo visto, a la propia Celaá, cuyas hijas iban al Sagrado Corazón.

¿Y si todas las escuelas fueran concertadas? ¿No obedece más a un modelo de sociedad plural, donde uno pueda elegir el centro acorde con sus programas educativos concretos? Porque lo concertado no sólo debería garantizar una educación por ejemplo religiosa para un tapicero de Vallecas que así lo quiera para su hijo, sino todas las ofertas que la demanda social exigiera. Educación en francés, en inglés, el método Montessori, el método krausista de la Institución Libre de Enseñanza, el método de Flipped Classroom o Aula invertida, el aprendizaje en proyectos, etc., si un número considerable de padres lo pidieran. A mi hijo lo llevaría a la escuela tolstoiana, por ejemplo, si existiera.

Unas asignaturas comunes y el resto, libertad. Olvidan algunos defensores de la educación pública que esto no es Francia, con su jacobinismo centralista más o menos aceptado, sino un reino de taifas sin solución. El concierto total se ajustaría más a nuestra excepción política.

Lo fácil es exigir la educación pública, homogénea, indefinida por no decir amorfa y que iguala por lo bajo, para todos. Lo complicado, pero cuyos frutos se antojan más prometedores, sería buscar fórmulas adecuadas a cada caso, a cada sensibilidad. ¿Modelo concertado? Pues a lo mejor. El actual modelo netamente público se me antoja una tabula rasa amenazada por la mediocridad, así como por el conformismo de un profesorado funcionarial y maniatado, así que tampoco me sale defenderlo con grandes alharacas.

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¿Y si toda la educación fuera concertada?