• viernes, 29 de marzo de 2024
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Blog / Capital de tercer orden

La doble vida de Margarita Leoz

Por Eduardo Laporte

La escritora navarra nos regala sus ‘Flores fuera de estación’ (Seix-Barral) desde su ‘retiro’ pamplonés, una segunda residencia que ha construido con audacia y paciencia —como Penélope— en la literatura.

Portada del libro Flores fuera de estación, de la autora Margarita Leoz..
Portada del libro Flores fuera de estación, de la autora Margarita Leoz..

¿Se puede vivir retirado en tu propia casa? ¿Tener otra vivienda sin contratar nuevas hipotecas? Margarita Leoz (Pamplona, 1980) ha escrito un libro mayúsculo desde su habitación propia pero a mí me asombra también el modo en que lo ha hecho. Mirando al frente, es decir, al folio, a las musas, a la sensibilidad necesaria para captar el detalle y luego saber apresarlo, como esas flores que se dejan secar entre las páginas y un día encontramos por sorpresa.

Su ‘Segunda residencia’, que así se llamaba su primer libro de relatos (Tropo, 2012), dejó muy buen sabor de boca. Escritoras de primera fila como Sara Mesa se fijaron en ella. Normal, porque quizá sea ahora mismo la única escritora de Foralia toda, más allá de novelas negras como el tizón y aventuras del santo grial bendito. Su literatura es delicada, es cierto, hay flores, se fija en los detalles, pero rompe las barreras de los sexos para instalarse, e invitarnos a entrar, en ese espacio exclusivo que ha sabido levantar.

De niño, me gustaba construir pequeños estructuras con los cojines, negros, pesados, de piel, que arrancaba al sofá, que se quedaba con el culo al aire, desarmado. O esas casitas con palos de plástico que se ensartaban y donde los primos nos protegíamos del mundo y también lo desentrañábamos. Siempre me hechizaron esas geografías misteriosas; podía quedarme largo rato escrutando el interior del minibar del salón, el fuselaje de un avión de juguete, la bodega del barco de los clicks o, cómo no, las tiendas de muebles que desde el exterior tirando a hostil nos invitaban a entrar. ¿Quién no ha fantaseado con pasar una noche en una de esas tiendas (recuerdo una bien grande en la plaza Príncipe de Viana), arropado hasta la barbilla mientras la noche cae sobre la ciudad? Pues Margarita Leoz no sólo lo ha soñado, sino que ha escrito un relato magnífico sobre un tipo que se instala en tan ‘arrealista’ lugar: ‘Diez salones, catorce dormitorios’.

«Me echaste en cara que en mis relatos anteriores llovía mucho», me comenta entre risas después de la entrevista que le hago aprovechando su paso por Madrid. Quizá sea el único elemento que podría delatar su condición norteña, esa lluvia que este noviembre, con sus 19 días y 500 litros (por metro cuadrado), castiga a los habitantes de la también conocida como Mordor. Porque sus relatos son universales como lo es la poesía o la música. «Describe tu aldea y describirás el universo», dijo Tolstói. Pues mire ussthé, Margarita Leoz no describe erdi aldeas en ‘Flores fuera de estación’, sino tiendas de muebles abandonadas, hoteles de una ciudad costera en temporada baja o pisos de un amigo fallecido en el que los objetos cobran ahora nuevos significados.

La literatura de Leoz es por tanto indoor, como aquellos globos del Club de Tenis cuando llegaba el invierno, efímeras zonas de confort contra el azote de lo externo, contra el desasosiego de lo que no tiene límites. Entrando en la literatura de Leoz no se accede tampoco a aquella casa de los abuelos de asfixiante calefacción central que te aturullaba el sentido de tan algodonoso todo, sino que uno se cuela en un mundo nuevo cargado de misterio. No el misterio de Los Tres Investigadores o los relatos del Padre Brown, sino ese material sensible al que sólo acceden los verdaderos literatos.

Desmarcándose de cierta tendencia literaria actual hacia un mundo turbio gratuito, Margarita Leoz nos ofrece lugares «a contrapié» con personajes desubicados, pero que no son reacios a la luz ni a la bondad. Algunos, como el del relato que da nombre al libro, anhelan haber dejado escapar esa luz, pero al menos son capaces de apreciarla en el amor que se profesan los demás. Como esas parejas que cultivaron una relación de largo recorrido y que hoy serían más bien flores en peligro de extinción.

A mí me han cautivado estos relatos elaborados con arte y oficio a partes iguales. Pero también lo que Margarita Leoz nos enseña en su relación con la literatura. Esa doble vida que alimenta tanto a la una como a la otra: porque no sólo es entrar sino, y quizá esto sea lo más importante, también salir. Salir a voluntad de un mundo no obstante precioso al que se accede no tanto a través de las redes sociales o las camarillas vocingleras, sino mediante ese acto tan sencillo pero tan sagrado de abrir un libro valioso o escribir una palabra nueva.

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La doble vida de Margarita Leoz