• viernes, 29 de marzo de 2024
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Blog / Capital de tercer orden

Cuando el navarrismo hizo stop

Por Eduardo Laporte

‘Navarrismo pop’, de Ricardo Feliú, disecciona las claves de esta «ideología» en un ensayo tan agudo como parcial.

Portada del libro Navarrismo Pop, de Ricardo Feliú
Portada del libro 'Navarrismo Pop', de Ricardo Feliú.

Me acerqué a ‘Navarrismo pop’ sin prejuicios, atraído por su warholiana portada con un pimiento en lugar de una lata de sopa Campbell. Lo pedí a la editorial, Katakrak, pero problemas con Correos impidieron el envío a Madrid, así que lo compré en Pamplona. La librera ya me introdujo un prejuicio al torcer el gesto cuando le pregunté que qué tal. Con la lectura, le daría la razón.

Ricardo Feliú, doctor en Sociología por la UPNA, parece perdonarnos la vida a todos aquellos que, por el hecho de haber nacido en Navarra, profesamos algún tipo de amor a esta tierra.

Como si celebrar un gol de Osasuna no respondiera al natural gozo por la victoria de tu equipo, sino el resultado de una conspiración foralicoupeenera urdida en algún secreto despacho del Palacio de Navarra para el control de las almas navarras, tan cándidas ellas que sólo responden al dirigismo de las «élites».

Porque esa palabra, «élite», es una de las más repetidas a lo largo de este libro que coquetea con la definición de panfleto, es decir, la de «escrito breve de carácter satírico y agresivo que se utiliza como medio de combate en polémicas ideológicas», algo en lo que probablemente esté de acuerdo Feliú, autor de ‘Navarrismo pop’, y bien que hace.

Diccionarios al margen, entiendo como panfleto aquel trabajo de investigación que no tiene como objetivo prioritario alcanzar una verdad, como atacar a lo que considera un estamento.

Y ‘Navarrismo pop’ podría ser un libro muy revelador si no fuera por ese toniquete constante que, más que iluminar, lo que quiere es denostar a una parte de la población, élites incluidas. Por ello, ‘Navarrismo pop’ roza el libelo, aquel «escrito en que se denigra a personas, ideas o instituciones». Y estupendo que me parece, sólo que el libro acaba por perder peso intelectual por ello.

Como también le resta peso la cantidad de erratas por párrafo, algunas de contenido, como confundir el nacimiento con la muerte de San Francisco Javier (pags. 44 y 98), que por algo la fiesta de Navarra es el 3 de diciembre, liarse un par de veces con los editoriales periodísticos (en femenino son aquellas que publican libros), o alguna pifia con datos concretos (Osasuna descendió a Segunda en la temporada 93/94, no en la 94/95).

La nota editorial no empieza mejor, con esa manida referencia a Navarra como «asombro del mundo» que no dijo Shakespeare en su vida sino un personaje de una de sus obras en un contexto de ficción muy concreto.

PARCIALIDAD

Otro punto flaco de ‘Navarrismo pop’ se aprecia en las clamorosas ausencias temáticas. De ser Navarra una comunidad aislada en el mundo, sin vecinos, sin historia (un poco como la que pinta Shakespeare en la citada obra), entenderíamos que no se cite al nacionalismo vasco, ni las veleidades más o menos anexionistas del nacionalismo vasco (véase escudo de la Comunidad Autónoma Vasca con el cuadradito vacío rojo o los famosos mapas de la ETB como señales simbólicas de ese sentir) o el terrorismo del nacionalismo vasco más exacerbado, materializado en atentados por parte de ETA desde finales del franquismo y la posterior «socialización del dolor».

Una cosa es el acercamiento metonímico que defendía Julio Camba para sus artículos, ese hablar de la parte para referirse al todo (como el dedicado a un señor de Guadalajara para ejemplificar la presión de la audiencia), y otra obviar dos realidades básicas en la génesis de ese navarrismo que, de no ser por el PNV y ETA y sus brazos políticos, no sería sino regionalismo de toda la vida.

Existiendo esos elementos, así como un partido en el gobierno que se propone «recuperar Navarra», puede haber más o menos navarrismo, tendencia política, social, que escuece cuando se ejerce desde las arcas públicas de mala manera, pero que como reacción o postura de defensa no sólo se comprende sino que es legítima en democracia, algo que parece no gustarle a su autor.

Feliú no habla de los aberris egunas que se celebran, desde hace años y con toda paz, en Navarra, ni de la fuerte presencia política, social, de los enemigos, diremos, del navarrismo, ni tampoco habla de nafarroas oinez, ni korrikas, ni de adoctrinamiento en las ikastolas, ni de txoznas proetarras, en plena sangría etarra ni de otra serie de asuntos cuya sola alusión tiene un punto ofensivo desde el plano intelectual y moral.

SOBREDIMENSIÓN

El ensayo, que también aporta datos interesantes, sobre todo en la parte más netamente navarrista, de la época de Miguel Sanz & Barcina (1996-2015), hubiera ganado enteros prescindiendo de ese tremendismo hiperbólico.

El navarrismo no tuvo un Sabino Arana ni un proyecto político como tal, ni tampoco la generación de un relato mítico porque, a diferencia de en Euskadi, este ya existía. Es decir, no era mítico, sino histórico: un reino. Una historia, la Navarra, que no sólo no se ha empleado como elemento muñidor de identidades, sino que ha sido históricamente, valga la redundancia, orillada en los planes de estudios, quizá por la entrada en el poder del PSOE en los ochenta, como se apunta, o por otras razones que no alcanzo, con cierto cabreo, a comprender.

Ni siquiera la Universidad de Navarra, supuesto mascarón de proa de esa supuesta nave navarrista que hunde sus raíces en el pedrusco de Miramamolín, ha ofrecido, hasta donde yo sé, una oferta educativa potente en la historia del Viejo Reyno de Navarra.

¿Qué hace el navarrismo con su historia? Cuatro exposiciones, un elevador para ver de frente a la estatua de los Fueros y cambiar temporalmente de nombre al estadio de Osasuna, en una jugada que le salió rana a Sanz y compañía. Mientras, a la chita callando, «vienen los vascos», y en un descuido, aunque cuatripartitamente, te birlan ayuntamiento y gobierno.

El navarrismo es una pálida sombra del nacionalismo vasco y tradicionalmente se ha movido en un regionalismo entrañable de segunda en torno al Diario de Navarra y esas javieradas que tanto se citan en el libro. El propio san Francisco Javier es un santo compartido por navarristas y ese sector vasquista en el que caben todas las opciones, como vemos en la ikastola San Francisco de Jaso, también llamado así el urdidor del id por todo el mundo (ojalá le hubiéramos hecho más caso).

Pretender que con el Espectáculo de Luz y Sonido (nota curiosa que la música corriera a cargo de Cristóbal Halffter) de las javieradas tardofranquistas se iba a cimentar la cohesión navarrista por los siglos de los siglos me parece mucho decir. De hecho, cabría plantarse por la vigencia de un término, navarrismo, que parece recluido a estudios carpetovetónicos de los tiempos de la Gamazada (muy bien explicada en el libro, con esos dos actos, te diré)

Pero tú pregunta: ¿eres navarrista? El tradicional lector de la prensa de Cordovilla y adicto a la chistorra ni sabe ni contesta.

Y ya que estamos con la cultura, resulta revelador que ese supuesto navarrismo panforalista pimientoril no estuviera presente en los Encuentros del 72 financiados por los Huarte, y sí hubiera una Muestra de Arte Vasco, o que la colección de María Josefa Huarte, que se puede ver en el reciente Museo de la Universidad de Navarra, apenas cuente con autores navarros ni haya temática navarra. 

El relato sesgado de ese navarrismo voluntario y taimado desde la noche de los tiempos, así como la falta de contextualización honesta, lastran la argumentación de ‘Navarrismo pop’ en exceso. Una pena porque sin ese apriorismo el libro habría tenido su rasmia, que decimos por aquí, como cuando se habla de los tejemanejes de las altas esferas osasunistas, con esa imagen impagable de Rojillo tirado a un contenedor, con nocturnidad y alevosía.

Otra ausencia inexplicable dentro de la explicación del supuesto navarrismo panintegrador de las esencias joteras patrias es la de los Sanfermines. Quizá mejor dejar pasar ese miura, pudo pensar el autor.

Leído el libro, cabe pensar que ese navarrismo de pop sólo tiene la portada, y que más bien es un movimiento a por uvas, que desprecia su historia más allá de un costumbrismo de mesa camilla y erudición jubileta de coleccionable, torpe en entenderse con su natural aliado (socialista) y que, si acaso, ahora (defensa de la bandera, etc) se estuviera poniendo las pilas. Hasta la fecha, más que pop ha hecho stop.

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Cuando el navarrismo hizo stop