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Blog / Capital de tercer orden

Cortar leña ahora es ‘cool’

Por Eduardo Laporte

Lo que era una actividad cotidiana y necesaria durante siglos, se reviste de un halo de filosofía moderneta tras el éxito de ‘El libro de la madera’.

leñadores

Calamocha, en Teruel. Antes de las Navidades de 1963 alcanzaron cotas de frío siberiano con un termómetro que marcó los 30 grados bajo cero. Y la sensación térmica no sabemos cuál sería, pero en Teruel el frío se siente más, porque Teruel, digan lo que digan, en invierno, al menos, no existe: está congelado. Como Reinosa, en Cantabria, que hace un par de años fue sorprendida por unas nevadas tan intensas que hubo que crear pasillos para poder moverse por la ciudad.

Pero el pueblo más frío de la España vacía, que es más frío aún, y de la España toda, parece ser Griegos, también en Teruel. Situado en una falda de la sierra de Albarracín, a 1600 metros, ha habido veranos en que el termómetro ha bajado de los cero grados, o eso al menos dicen aquí. Puede ser un destino interesante si vives en Madrid, en verano, y no te da para aire acondicionado. Pero yo quería hablar de la leña, las ingentes cantidades de leña que los amantes del calor tradicional tienen que apilar para sobrevivir al invierno.

¿Y el pueblo más frio de Navarra? Espinal puede ser un buen candidato.

¿Y qué madera cortarán aquellos leñadores, en algunos casos  aizkolari​s, que significa persona que maneja o trabaja el hacha, de lo más profundo de los valles navarros? No he escrito ninguna saga sobre crímenes en el Baztán y mi ignorancia por la cosa ruralix es sonrojante. Si estuve en Bértiz, no lo recuerdo. Del descomunal hayedo de la selva de Irati apenas te puedo contar mucho, más allá de una internada tímida hace muchos años aunque te puedo decir algo del robledal de Orgi y de ese valle que no desmerece a Suiza entera que es la Ulzama.

Sólo sé que después de leer ‘El libro de la madera’ (Alfaguara), de Lars Mytting, me han entrado unas ganas terribles de coger un hacha y empezar a repartir mandobles a los tajos. Quizá así también aprendería de árboles, una de tantas asignaturas pendientes: robles, hayas, álamos, abedules, fresnos, olmos, arces, cerezos, abetos, chopos, tejos, nogales, acebos… Hay que ser muy Josep Pla para controlar de árboles y a mí el asfalto me ha convertido en un experto en escaparates de moda rápida y anuncios de Compro Oro, si eso.

El yoga del hacha

Kjell Askildsen, uno de los maestros del relato breve, noruego él y aún vivo (nació en 1929), era capaz de cortar leña durante horas y horas, sin apartar la mente de un único pensamiento, leemos en ‘El libro de la madera’.

Si lo hace Askildsen, y no el tío Camunias particular, pues parece que mola más, pero Noruega, como tantos otros países del frío, está llena de anónimos devotos de la madera. Hay leñadores estoicos, estéticos, leñadores frikis que están al día en cuestiones como astilladoras hidráulicas y tipos de filos y guantes de protección y también, leemos, leñadores que responden al perfil del «típico inútil». Me reconozco en ese último retrato. Pero también en el del leñador psicópata, se dice en otro momento, que disfruta canalizando su energía a base de hachazos. Todo leñador tiene un punto de psicópata, pero también de maestro zen. «¿No es particularmente gratificante para el hombre moderno practicar un trabajo ascético que se ha realizado de la misma manera desde el inicio de los tiempos?», dice Mytting.

Nunca me he visto en esas, pero entiendo que la actividad tiene algo de yóguico, de mantra purificador, de acto repetitivo y físico que provoca un inmediato placer. El placer que sobreviene del esfuerzo y ahí está la miga del asunto. No es que Mytting descubra nada ahora al decirnos que, en la era de los supermercados abiertos 24 horas y la comida a domicilio, el esfuerzo tiene hueco. Ahí están los gimnasios para demostrarlo.

«¡Entrenar es un placer, no una condena!», reza un cartel del gimnasio al que voy de ciento a viento. Y tiene razón: la capacidad que tiene la elíptica para machacar los pensamientos tóxicos y hacer una cierta tábula rasa mental es más beneficioso incluso que la propia actividad muscular, aeróbica y demás. Pero del gimnasio vuelves a casa sin más. Con unos pocos cientos de calorías menos, a lo sumo. El leñador, en cambio, ha satisfecho una zona profunda y atávica de su cerebro, que es la de acumular ese bien sagrado que permite hacer fuego. Luego podrá deleitarse, como el Mark Zuckerberg que se come sus propias gallinas, con el calor de su estufa preparada ad hoc con los troncos de su producción. Doble, triple, placer. El fuego es la vida. Y tiene que venir un noruego para que nos demos cuenta.

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