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Blog / Capital de tercer orden

¿Es el colegio un robainfancias?

Por Eduardo Laporte

Comparando los calendarios escolares franceses y españoles, se diría que aquí prima más la vida laboral de los padres que un horario desahogado para niños

Inicio del curso escolar 2016-2017 para los alumnos de Infantil y Primaria del Colegio Público Doña Mayor de Navarra en el barrio pamplonés de Ezcaba (21). IÑIGO ALZUGARAY
Inicio del curso escolar en Navarra. IÑIGO ALZUGARAY/ARCHIVO

«La supuesta ociosidad, que no consiste en no hacer nada, sino en hacer muchas cosas que no están reconocidas en las dogmáticas prescripciones de la clase dominante tiene tanto derecho a exponer su posición como la propia laboriosidad». Esto lo decía Robert Louis Stevenson en su maravilloso ‘En defensa de los ociosos’, allá por 1876.

La cita vale para hoy, época en que a los niños se les atiborra a actividades preescolares, escolares, extraescolares y postescolares. Los hiperactivos, con suerte, sobreviven, los más lenticos no sé ni cómo se ponen en pie el lunes por la mañana. «Que un niño se levante a las siete y media para ir al cole ya me parece un atentado contra su infancia», me comentaba una amiga, madre de dos hijas ya mayores.

En mi época, apenas había tiempo para lo extraescolar, por la saturación de clases y de tareas con que nos condenaban a diario, como si quisieran quitarle toda la razón al gran Stevenson. Recuerdo la saña con que, uno tras otro, los profesores iban dictándonos esos deberes. ¿Qué sale de ahí? ¿Amor por el conocimiento? Cá, resentimiento puro y duro y una asunción del periodo escolar como un mal trago que uno tiene que pasar cuanto antes. ¿En clase? Entretenerse como sea. Sólo en COU, con perdón por el viejismo, encontré interesante el contenido de las asignaturas.

En primer lugar, porque eran sencillamente más interesantes, Pío Baroja en lugar del arcipreste de Hita o ‘El sí de las niñas’ (a quién se le ocurre…) y, en segundo, porque por fin teníamos un jodido horario decente. De ocho y media a tres, creo recordar, que era bastante jevi y uno llegaba a casa con más hambre que Pantagruel, pero que te garantizaba luego un rato de asueto con todas las tardes de la semana libres. Qué sensación de libertad este tiempo concedido, como el abandono del uniforme tras años de vestir de negro.

Recuerdo también con rencor atroz toda aquella travesía ominosa que empezaba en torno al 7 de enero y concluía, Cuaresma mediante, en abril. Tres meses y medio larguísimos sin ningún oasis festivo a la vista. Ni siquiera un sentido en el calendario porque, pese a ir a un colegio concertado, no entendíamos, al menos yo, los matices del año cristiano. El carnaval en Pamplona era la cosa más triste del mundo y lo único que deseábamos en aquellas mañanas de invierno en que llegábamos de noche a clase es que llegara cuanto antes la Vuelta a España que anunciaba la primavera.

CALENDARIO FRANCÉS

«Me acuerdo de cuando volvíamos de vacaciones, el 1 de septiembre, y de que todavía quedaba por delante un mes entero sin colegio». Esto lo decía Georges Perec en sus famosos ‘Me acuerdo’. Esto ha cambiado en Francia, que ahora tiene su ‘rentrée’ a primeros de septiembre, aunque conservan un vestigio de aquellos calendarios antiguos: el miércoles libre. Creo recordar que mi madre, de Ursulinas ella, tenían también libre ese día, y que lo compensaban con clase los sábados por la mañana. De niño fantaseaba con ese mágico parón en mitad de la semana, como soñaba también con una semana al revés en que las clases fueran sólo los sábados y los domingos y el resto de la semana fuera fiesta.

¿Se disiparía así la sensación del colegio como una máquina robainfancias, como dijo la hija de mi amiga? Quizá en Francia sea algo más suave para ellos, con ese miércoles libre y, como me contaron mis primos de Annecy, padres ellos, con sus fiestas repartidas a lo largo del calendario. Dos semanas a finales de octubre y principios de noviembre, Navidades, otras dos semanas en pleno febrero, quince días por Semana Santa en abril, unos días a finales de mayo, junio entero y vacaciones íntegras durante casi todo julio y todo agosto. El nuestro sigue siendo más monolítico.

¿En quién hay que pensar a la hora de elaborar esos calendarios? ¿En los padres y sus horarios o en los niños y su motivación? Porque un niño motivado no sólo tendrá una infancia feliz, sino que es más probable, opino, que sea capaz de construirse una vida feliz. ¿Y qué hacer con los chavales en esos días? Los mismos centros educativos son capaces de reconvertirse en lugares para desarrollar actividades distintas a las lectivas. La cosa pública podría mojarse también y organizar/financiar, a la manera de la Institución Libre de Enseñanza, excursiones para esos miércoles de descanso activo. La idea del lunes como el mejor día de la semana y el domingo por la tarde su antesala. Toda vida, infantil o adulta, que no transite por ahí quizá sea una vida errada.

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