• viernes, 19 de abril de 2024
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Blog / Capital de tercer orden

Los churros de la memoria

Por Eduardo Laporte

Comienza la temporada en la mítica churrería La Mañueta, con Paulina Fernández al pie de las brasas y las esencias de una Pamplona inmortal

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Cartel de la churrería La Mañueta. Fotografía de Roberto Vidaurre.

Reza una antigua leyenda pamplonica que me acabo de inventar que los triunfos osasunistas hay que celebrarlos con una buena ración de churros. Pero no de cualquier churro, sino de los que se fríen desde hace 144 años en el número 8 de la calle Mañueta, Pamplona, Iruña, El Mundo.

La ocasión, las visiones que se cumplen, bien lo merece. Aunque no hacen falta excusas ni ascensos para acercarse hasta ese rincón de lo que me gusta llamar la Pamplona italiana, porque la calle Mañueta, y el colorido de las fachadas que se ven desde la plaza de los Burgos siempre me hizo pensar en un Nápoles que jamás he conocido pero que siempre imaginé callejero, mediterráneo, rebosante de vida.

Una calle Mañueta que conoció el joven Pío Baroja de cuando vivió en la calle Nueva (número 30, piso 2º, ignoro si una placa lo recuerda) pocos años después de que se inaugurara este emblemático local churril, cosa que tuvo lugar un 13 de diciembre de 1872. Era un tiempo ese muy de churrerías, mientras que en las grandes ciudades europeas se dedicaban a cultivar sus grandeurs y sus belles epoques, aquí éramos más de peñas, ‘mecetas’ y churros.

«Ese barrio, que por un lado era entonces un barrio de soldados —el cuartel de Infantería estaba en la vecina calle de la Compañía— y por ende de tabernas, mostradores de vino, churrerías, fondas, cafetines, garitos de juego y comistrajos, por otro era un barrio de canónigos, de seminaristas y de mucha clerecía, recoleto que le dicen». (‘Pío Baroja a escena’, Miguel Sánchez-Ostiz, Espasa, 2006)

Mikel Elizalde, nieto de Paulina Fernández, hija de Faustina, la churrera, me envió en su día ‘Mi calle, sus personajes y la churrería La Mañueta’, firmado por su autora, la citada Paulina que, a sus 94 años cuando redacto estas líneas, sigue siendo el alma máter de un local que fundó su abuelo Juan Fernández, nombre de resonancias robinsonianas.

En aquel libro, editado por primera vez en 1991, se cuenta que nuestra querida Paulina nació en la susodicha calle, famosa también por haber visto nacer a otro grande, el maestro Sabicas, diez años antes, en el mismo número, el 7. Era cuando aún se nacía en las casas, en las calles, y qué gusto poder contar dónde nació uno, seña de identidad más indeleble que tu nombre o el color de tus ojos. Mi madre lo hizo en la calle San Nicolás, encima del Otano, frente al bar familiar, el Ulzama, reconvertido hoy en uno de esos locales de cartón piedra Decostudio; Alfredo Landa también nació allí mismo y creo que tampoco hay ninguna placa que lo recuerde.

Hay una foto de Paulina abrazando a Mari Cruz, hija del guitarrista Sabicas, ejerciendo de embajadora de la calle y, a su vez, de toda Pamplona, de una Pamplona que nos gusta, como nos gusta la churrería La Mañueta. Las veces que he estado me hace pensar en un mundo de carbón, de vapores, de revoluciones industriales que explotan al individuo mientras hacen avanzar el mundo, de sociedades donde había espacio para la rebotica, la bodega, la despensa, la tramoya y el apartado. Un mundo en el que aún cabía el misterio, lejos de la asepsia posmoderna, pragmática, desoladora.

De este lugar que tiene casi tantos años pero no menos carisma que los Gigantes de Pamplona, Paulina Fernández dijo que es un pequeño ateneo en el infierno. Ignoro si en el trasiego fritanguero —con aceite de oliva y leña de haya rajada con hacha— se establecen conversaciones de gran calado, pero entre patxaka y patxaka, la que te invita alguno de los seis hijos de Paulina si uno accede a las tripas de esta vieja ballena al rojo vivo, uno podría pensar que el famoso aleph se esconde por alguno de sus pliegues tiznados de siglos.

No podía estar en otra calle esta churrería, viendo pasar el tiempo, una de las favoritas de Baroja, como refiere Sánchez-Ostiz en su prolija manque amena biografía:

«Por eso habla con tanto entusiasmo de la calle Mañueta, donde hubo hasta muy tarde un frontón de juego popular, y de los cafetines donde pululaban los soldados y los sargentazos, dados al cante, a la guitarra, al juego y al humazo».

El atractivo de los Sanfermines tiene algo que ver con todo esto. Con recuperar el ambiente de una calle como la Mañueta durante esos días de julio, cuando la churrería abre a todo gas. Pero también lo hace dos semanas antes, como anuncia el calendario 2016, elaborado por la propia Paulina: de 8 a 11h30, el sábado 25 de junio y el sábado 2 de julio. Y de 6 a 11h, del 7 al 14 de julio. En octubre, todas las mañanas de domingo, por aquello del Rosario de la Aurora.

Ya falta menos para el 150 aniversario. Tendrá lugar cuando Paulina, la chica del 7, cumpla cien años. Ojalá estemos todos para celebrarlo la doble efeméride. Brindaremos con patxaka y una fenomenal rosca de churros y una divisa que se puede leer en el libro de Paulina: «Recordar es vivir».

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