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Blog / Capital de tercer orden

Cavafis por Irigoyen: poesía al cuadrado

Por Eduardo Laporte

DeBols!llo publica los poemas canónicos de Cavafis en una cuidada edición traducida y prologada por Ramón Irigoyen

cavafisss e irigoyen
C.P. Cavafisss y Ramón Irigoyen.

Si hay un poeta en Navarra, aunque resida en Madrid desde 1986, y aunque haya sido siempre un gamberro, que es lo que debería ser un poeta de verdad, ese es Ramón Irigoyen. Quería evitar el ditirambo fácil, pero a va ser que no.

Me lo encontré la semana pasada a la salida de una presentación. Lo saludé, ¡Ramón!, como si lo conociera de toda la vida y en parte lo conozco, porque en casa siempre se habló de él, como una suerte de referencia erudita a la par que simpática. En mis lecturas de ‘retiro’, valga el eufemismo, leí con gran contento su ‘Anécdotas de Grecia’ y ya más adelante disfruté con su ‘Poesía reunida’ (1979-2011) en una estupenda edición de Visor.

Lo saludé, digo, como si fuera casi un familiar, por esa cercanía que nos da el origen compartido, pero también porque me dedicó una generosa columna cuando yo era un don nadie, como ahora, pero más incluso.

Y recibí una cálida respuesta que en la despedida trocó hacia un leve reproche quizá enquistado. A vueltas de un artículo publicado en este diario, Ramón se dio por aludido, porque en efecto lo aludía, pero se dio por MAL aludido, cosa que era lo último que yo pretendía. Porque en mi alusión no había sino la sorpresa ojiplática de que en la encuesta, casera, sin pretensiones, que sobre autores navarros fundamentales hice a mi entorno más cercano, no apareciera el nombre de Ramón Irigoyen. Como si preguntas sobre los filósofos griegos más influyentes y no te citan a Platón, lo que viene siendo.

Me autoflagelé y entoné un par de meas culpas de urgencia, por si acaso, pero sabía que no había tal ofensa porque, coño, no tengo nada contra Ramón Irigoyen, más bien todo lo contrario.

«También se nombra a Francisco Javier Irazoki, Manuel Hidalgo, J.J Benítez, Eduardo Gil-Bera y, citados por amigos navarros, Iribarren, Navarro Villoslada, Margarita de Navarra y Patxi Irurzun. Varios afirman no conocer a «ninguno» y nadie cita a Ramón Irigoyen o a Pablo Antoñana, con sus más de veinticinco libros publicados este último».

No sé si se conoce lo suficiente a Irigoyen, y esto lo digo por una cuestión de injusticia poética, nunca mejor dicho, y no porque el autor lo merezca, que era lo que venía yo a decir. Porque merecer merecería, como poco, el Premio Príncipe de Viana. Entre otras cosas, por su última proeza literaria, que en realidad lleva pergeñando medio siglo, desde su retiro griego de tres años, y que aparece ahora en DeBols!llo, dentro del sello Literatura Random House. Los 154 poemas canónicos de C. P. Cavafis por menos de diez euros. Nunca algo tan valioso costó tan poco.

Reluctante como he sido siempre de la poesía, por ser el género literario más plagado de impostores, bardos de todoacién, rapsodas de espumillón y eternizadores del ocaso más fatuo y almizclado, nunca leí a Cavafis, poeta de verdad, griego él, de buena familia y militante maricón, si se me permite, cofrade de las procesiones de la lascivia y el placer por el placer, que es lo que tiene el verdadero placer.

Cavafis (1863-1933), como casi todo el mundo en su época, nos dice Irigoyen en su excelente prólogo, fue educado en el puritanismo y «tuvo sus dudas, como tantos, entre seguir la voz feliz de los instintos o el berrido obtuso del ascetismo». Que la mitad de los poemas que escribió en sus once últimos años de vida sean de temática erótica nos aclara qué camino eligió el autor de ‘Ítaca’.

PLACER

La alegría y perfume de mi vida es la memoria de esas horas

en que encontré y retuve el placer como lo deseaba.

Alegría y perfume de mi vida para mí, que detesté

cualquier goce de amores rutinarios.

(Cavafis, Poemas)

Dice Irigoyen, en ese prólogo fundamental para entender al Cavafis poeta y al Cavafis persona, que su presencia como autor siempre estuvo algo difuminada, por la frialdad de su lenguaje, pero que sin embargo fue clave en la gestación de su ‘Los abanicos del caudillo’. Aparecido en 1982, provocó un «sonoro escándalo». Decía María Zambrano que hay que escribir de lo que no se habla. En la poesía, esta máxima se cumple más si cabe. Y tanto Cavafis como Irigoyen la cumplen. Todo ello, sin desgajarse de los temas esenciales que en el caso de Cavafis, apunta Irigoyen, son nada menos que «el sexo, la religión y el conflicto de civilizaciones».

No le deslumbraron sus poemas en un principio pero, con el paso de los años, confiesa este poeta metido a traductor, cuanto más los lee más le gustan, como le pasa con Machado. Yo acabo de leer unos cuantos, no tengo perdón, por primera vez, gracias a Irigoyen, y me han gustado, así de entrada. Porque Cavafis, y esto lo da la criba del tiempo y de sus apologistas, es un poeta de verdad, de los que no envuelven lo esencial de su mensaje en vaporosas muselinas de confusión estéril. Como también lo es, poeta y de verdad, Ramón Irigoyen, autor de estos versos que nos sirven de cierre:

Un poema si no es una pedrada

—y en la sien—

es un fiambre de palabras muertas.

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