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Blog / Capital de tercer orden

Cárcel sin techo

Por Eduardo Laporte

Hay mañanas en las que el corredor se arrepiente de haberse metido a esperar el azar de los toros: en la de hoy, los Cebada Gago ofrecieron clemencia.

Tercer encierro de San Fermín 2018 con toros de Cebada Gago en el Ayuntamiento. MIGUEL OSÉS  (1)
Tercer encierro de San Fermín 2018 con toros de Cebada Gago en el Ayuntamiento. MIGUEL OSÉS .

La expresión es de Javier Solano y refleja bien la sensación de asfixia existencial: cárcel sin techo.

Uno está preso en esos largos quince, veinte minutos de condena hasta la liberación del cohete que, por otra parte, puede ser también la sentencia de muerte: esos tres minutos de carrera son el verdadero cautiverio.

Hasta 1892 por cierto no se indicaba el comienzo del encierro como tal, dando ocasión a sustos inesperados a la masa despistada. Cárcel sin techo —de la isla de la Palma se dice que es un manicomio sin techo— para los que han decidido que sean los toros quienes decidan.

En La mujer del aviador, de Rohmer, se dice que son las mujeres quienes deciden en asuntos amatorios. Discutible asunto, pero en los encierros de Pamplona son los toros quienes tienen en el mando y sólo el destino, la providencia, el capotico de San Fermín, el karma, el tao, la casualidad, la causalidad, la teoría de las cuerdas, el teseracto, la cuarta dimensión o los túneles del tiempo de las serpientes multidimensionales invocadas por Carlos Castaneda en un viaje de ayahuasca determinan si habrá heridos o no.

Este 9 de julio de 2018, las fuerzas siempre misteriosas de la realidad han querido que los Cebada Gago dejaran un rastro de limpieza a su paso, jalonado eso sí por multitud de caídas, contusiones, mamporros y coscorrones varios, alguno con pinta de tremendamente serio, como el del mozo atropellado por un cabestro al final de Mercaderes.

Las cifras nos hablan de 56 corneados en las 30 participaciones de estos toros que campan en Medina Sidonia (Cádiz), lo que se traduce en casi dos corneados por carrera. Las estadísticas están para romperse, y Bélgica gana a Brasil y los Cebada Gago llegan al coso con las astas impolutas de sangre humana.

Viendo las imágenes, uno cambiaría la palabra «superstición», que usa Solano, por la de «milagro» al escrutar el movimiento de las astas evitando el campo mórfico de los corredores, como si los toros fueran más santos que el propio obispo de Amiens. Por no hablar de esas caídas de los propios bichos que rara vez dan con cabezas espanzurradas contra el adoquín, ni costillas machacadas ni tibias y peronés convertidas en caldo de pollo.

Volvió el sol en un encierro ya más estival, lejos de ese ambiente distópico de la carrera de ayer, en un lunes festivo con todo los Sanfermines aún por delante. La cárcel sin techo abre ahora sus puertas en una libertad provisional que dura hasta la próxima amanecida. Quizá la verdadera libertad sea esa: la de elegir cuándo perderla. La de elegir cuándo ponerla en manos de los demás. En este caso, en las astas de unos Cebada Gago que eligieron vida.

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