• viernes, 29 de marzo de 2024
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Blog / Capital de tercer orden

Una cárcel de 25 millones de personas

Por Eduardo Laporte

La exposición de Nathalie Daoust, ‘Korean Dreams’, en el CBA de Madrid, denuncia con delicadeza artística los desmanes de un régimen que mantiene cautiva a la población entera.

Traffic_lights
"Traffic lights", de Nathalie Daoust.

Decía Dostoievski que para que el preso no quiera escapar de la cárcel hay que evitar que sepa que está en una cárcel. Hay cárceles de oro y también cárceles de barrotes invisibles.

Tu misma ciudad, tu trabajo, tu familia quizá sea una cárcel de cuya existencia no te habías percatado, con lo que las posibilidades de escapar, ya de por sí complicadas, se reducen a cero. El capitalismo. ¿50 horas semanales por mil euros es el peaje de nuestra libertad? ¿Merece la pena?

Me impactaron aquellos carteles cubanos en los que el país se ufanaba de vivir en libertad. En términos geopolíticos, quizá hubiera algo de verdad en cuanto que iban por libre dentro del orden económico mundial. Corea del Norte. ¿Cárcel invisible?

Me encantaría colarme en ese país —si pides unos permisos te dejan entrar, con determinadas condiciones— para comprobar si dentro de la caverna quienes no ven la luz no llegan a echarla de menos. Pero algo me dice que no. Como si hubiera prejuicios válidos. Viajé a Cuba en su día con la posibilidad de que se obrara una willytoledización en mí, pero me bastó que una madre me pedía crema solar, con su hijo en brazos, y se la aplicara en el pelo, para darme cuenta de que ese sistema político hacía agua. Acudí con parecidos prejuicios a la exposición de Nathalie Daoust, Korean Dreams, quizá convertidos más en juicios, y salí con una duda nueva: ¿de cuánto sufrimiento no nos enteramos?

Campos de concentración. En Corea del Norte hay campos de internamiento para los disidentes. Como en cualquier régimen totalitario, cualquier puede ser considerado disidente, enemigo del pueblo, lo que crea un estado de miedo permanente.

Así como ETA impuso su socialización del dolor al extender sus objetivos a prácticamente todos los miembros de la sociedad, excepto los de su particular y mafiosa cuerda, dictaduras como la norcoreana expanden y cultivan esa cultura del terror.

La exposición de Nathalie Daoust nos cautiva tanto por la fuerza de las fotografías, con esa corrosión voluntaria del negativo y ese tono amarilloso, en esos disparos furtivos, pero también por las palabras que completan la imagen. Como el texto que habla de esos campos de concentración —unos 16 por todo el país, con en torno a 200.000 presos— al que mandaron al ciudadano que limpió su bicicleta manchada de aceite con un periódico en el que, horror, aparecía la imagen del líder, no sé si el eterno o el supremo.

Pienso en las dependencias de la Dirección General de Seguridad, en la Casa de Correos de Madrid, en la Brigada Político Social y en las torturas bajo la impunidad. En los bajos de la calle Andrássy 60, en Budapest, mazmorras para el escarmiento durante los años duros del comunismo en la Europa del Este. Cómo escribir poesía después de Auschwitz, se preguntaba Adorno (incurriendo en el perdonable error de equiparar poesía a juegos florales). Cómo no ocuparse de algo que no sea averiguar qué pasa en esos campos de concentración norcoreanos, caldo de cultivo no ya para torturas sino para perrerías de las que ni Josef Mengele sería capaz.

TORTURAS COTIDIANAS

El siglo XX nos curó de espanto de las tentaciones de la ingeniería social. Pero quedó un reducto contumaz al este. Contumaz y agresivo, como demuestran sus bravatas nucleares. En la ingeniería social, mandan unos pocos y el resto pringan. Nathalie Daoust nos muestra un parque de atracciones cuyos precios son desorbitados, en otra forma de tortura que une la propaganda cruel de un régimen que se jacta de haber creado una arcadia feliz y el ponerte la miel en los labios. Los campesinos, que suelen pagar el pato, curiosamente, en los regímenes comunistas, actúan como dummies en las pruebas de montaje de esos circos de la desolación. No sólo no hay diversión, sino que tampoco hay comida, como prueban los años sin pan que generaron algún caso aislado de canibalismo. Su modelo de producción ineficiente, explican aquí, tiene la culpa y genera un hambre «endémica».

¿Qué diversión le queda al coreano medio? Las mujeres no pueden ir en bici porque la mera imagen de una mujer en esa tesitura está prohibida por considerarse un ataque a la moral. El cartel de la exposición nos remite a un karaoke. ¿Qué cantar? Loas a los líderes, al mayor de todos, Kim Il-sung, creador de la ideología juche y, por tanto, del calendario que rige sus días: estamos en el año 106 del calendario juche. ¿Y qué es la ideología juche? Pues una de estas trolas tan propias de los regímenes totalitarios, a saber, que «los propietarios únicos de la revolución y la construcción posterior son las masas».

Ese es el gran mérito de Corea del Norte, conseguir que los presos de esta cárcel con 25 millones de internos —la más grande del mundo— se sientan los creadores de la misma. Habrá quien se lo crea. Porque, como las fotos degradadas de Daoust, la ficción es a menudo más parecida a la realidad que la propia realidad. Y Corea del Norte es una gran ficción. Tristemente real.

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Una cárcel de 25 millones de personas