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Blog / Capital de tercer orden

Calles y kaleas

Por Eduardo Laporte

La hasta ahora conocida como plaza Conde de Rodezno estrena placa con su nueva denominación, plaza de la Libertad – Askatasuna plaza, que me sirve de excusa para pedalear sobre las calles de Pamplona

calle nueva
Una vista de la calle Nueva de Pamplona.

En Arrecife, capital de Lanzarote, como en toda España, hay varias calles que, ley de la memoria histórica mediante, cambiaron de nombre. Se quitaron a los militronchos del franquismo por artistas y gentes más buenrrolleras. La calle José Antonio Primo de Rivera, una de las principales de esta pequeña ciudad de playa sin turistas, es ahora calle Manolo Millares, artista hiperlocal y universal, pero la gente sigue llamándola calle José Antonio. En los carteles, para evitar la confusión de los mayores, hay una pequeña leyenda explicativa: calle Taltal, antes Taltal.

La memoria histórica tiene sus pequeños olvidos y una de las calles que dan a esta José Antonio conserva el nombre del hermano de Franco, Ramón, pionero de la aviación que llegó hasta estas islas con unos aviones precarios en los años años veinte, para luego atravesar el Atlántico junto al aviador estellés Julio Ruiz de Alda Miqueleiz. Moriría, en 1938, al estrellarse el avión en que viajaba.

Esto nos plantea incómodos interrogantes como si el franquismo del hermano de Franco es suficiente motivo como para borrarlo del mapa, contribuciones a la aviación incluidas, que por supuesto no abordaremos en esta columna.

¿Se seguirá llamando plaza del Conde de Rodezno ahora que se llama, como el barco de Perales, Libertad? No procede mantener los honores de un hombre cuyo deporte favorito era dictar sentencias de muerte, pero me preocupa esta corrección política nacida para no ofender a nadie. Vivimos tiempos en los que todos nos ofendemos todo el rato y a nadie parece bien nada, así que se busca un término medio que tampoco agrada ni a unos ni a otros. La dictadura del dislike. Mientras, los taxistas, que son los que fijan el callejero, seguirán diciendo conderodezno. Y teobaldos, tenis, piodoce, hospitales, clínica universitaria. Son nueve euros, gracias.

Para mí esa plaza, de niño, tenía algo de columnas de Hércules que tras cruzarla te dejaba en el pleno más allá o plus ultra de Ramón Franco y cía. Y un punto muerto, nunca mejor dicho, como de seminario abandonado, que sólo renacía en Navidad con la mítica exposición de belenes. El bar Rex se antojaba un refugio de drogotas discretos y luego estaba el Reta, adonde iban los adolescentes bien de los ochenta a tomar cervezas con limón antes de irse a Reverendos o Bye Bye.

CALLES TRISTES

En ‘Peatón de Madrid’, Miguel Sánchez-Ostiz habla de algunas «calles tristes» de Madrid y elige la calle Churruca, entre la glorieta de Bilbao y Tribunal, como una de ellas. Cada vez que paso por ahí lo pienso y no sabría decir qué tienen las calles tristes para que nos parezcan tristes.

Recuerdo un sábado de mi infancia paseando con mi tío por la avenida Galicia y soltar un comentario que le hizo gracia y después fue celebrado por el resto de la familia: «Menos mal que hoy es sábado porque si fuera domingo me echaría a llorar».

Y es que esa avenida, con sus carros de combate aparcados, su colegio Maristas y sus hospitales aburridos me generaba una melancolía que todavía hoy siento cuando paso por ahí. Creo que tiene que ver con la mansedumbre, con el silencio, con el nadie por la calle y el domingazo como estado de ánimo. Y también es cierto que el sábado tiene algo de preduelo, de vísperas del bajoncete que ya se huele y que llega al paroxismo, o llegaba entonces, el domingo por la tarde, con los acordes de Ry Cooder en ‘Documentos Tv’.

Algo de eso hay en las propias placas de las calles de Pamplona; creo que definen bien cierta esencia pamplonica, o al menos cierta herencia pamplonica, con ese color carne Plastidécor que se eligió como el color menos color de todos. Todo por alcanzar una discreción timorata que yo diría que viene de los tiempos de Franco y aún colea. Hay un vídeo de los Sanfermines de 1928 que transmite una alegría en el cuerpo y un espíritu chisgarabís que intuí extendido en el tiempo más allá de los días de fiesta de rigor. ¿Cualquier tiempo pasado fue mejor? Me atrevería a decir que aún pesa sobre nosotros el mundo creado a partir del año 36, con sus cosas como dios manda, barrios como dios manda con sus placas como dios manda y pensamientos como dios manda. Quizá por eso me deprimiera la avenida de Galicia.

VIAJE INTERIOR

No lo hacía, ni lo hace, la calle Mañueta, que siempre me pareció un injerto feliz e inverosímil del sur de Italia en pleno Pamplona y por la que dicen que Baroja paseaba de adolescente, fumando y haciéndose el malote. Ignoro si una placa menciona que ahí nació el guitarrista Sabicas al que todo el mundo cita pero nadie escucha. Como la placa colocada en la calle Mayor 54, donde tenía su buhardilla repleta de guitarras mágicas el inolvidable Joaquín Zabalza, que prefirió la felicidad al éxito. Tampoco sé si alguna placa recuerda al sacerdote y abogado Santiago Lucus Aramendia, fusilado por los requetés el 3 de septiembre de 1936, por sus ideas socialistas, en las faldas del Perdón. Trabajaba en una tesis contra la pena de muerte.

Dice Justo Serna en ‘La letra pequeña’, donde profundiza en la obra de Muñoz Molina, que el paseante atento, el flâneur moderno, no sólo observa sino que también «se observa». No basta con mirar tal o cual lugar, sino también estar atentos a la «sugestión o el trastorno que nos provoca, a la evocación literaria o personal que ese paraje o esa perspectiva nos producen».

Un simple paseo se convierte entonces poco menos que en un deporte de riesgo; porque aunque no viajemos fuera de la ciudad, surge la posibilidad del viaje interior. Las distintas calles y kaleas, con sus denominaciones añejas o novísimas, nos confrontan con nosotros mismos como un espejo ante el cual no podemos desviar la mirada. Entiendo ahora por qué no me gustaba la avenida Galicia. Una calle sin paseantes es una calle muerta.

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