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Blog / Capital de tercer orden

Cabestros, 'kanpora'

Por Eduardo Laporte

Los bueyes mansos guían tanto a la torada de Fuente Ymbro que acaban tapando su presencia.

GRAF7047. PAMPLONA, 10/07/2018.- Los toros de la ganadería gaditana de Fuente Ymbro suben la cuesta de Santo Domingo hacia el Ayuntamiento junto a mansos y mozos durante el cuarto encierro de los Sanfermines 2018. EFE/Jesús Diges
Los toros de la ganadería gaditana de Fuente Ymbro suben la cuesta de Santo Domingo hacia el Ayuntamiento junto a mansos y mozos durante el cuarto encierro de los Sanfermines 2018. EFE/Jesús Diges

Imaginando debates imposibles, proponemos el de Cabestros sí / Cabestros no. ¿Qué pasaría si los encierros transcurrieran sin las presencia de estos toros-escoba que guían pero también emboscan a los toros? No está claro el origen de su presencia en las carreras pamplonesas, pero ya en 1883 se habla de «toros y cabestros», en esos encierros a las seis de la mañana, con su dosis de nocturnidad y alevosía, que la prensa reseñaba tímidamente y que tenía más de gamberrada tolerada que de monumento culturinstitucional como gozan hoy.

De no ser por las peñas y demás sociedades pro-encierro, las autoridades se lo habrían cargado sin contemplaciones. En 1867, un bando le otorga carta de naturaleza al estipular las normas y precauciones que deberían tener los corredores. Lo espontáneo se va codificando y tornando tradición.

Y la tradición, más que nada por evitar que el encierro sea una carnicería, manda que haya cabestros. También, para impedir que se alargaran ad infinitum, como aquel del 11 de julio de 1886, que duró seis horas ya que no se logró el propósito de todo esto: encerrar al toro en los toriles.

El de hoy, con la ganadería gaditana, fundada en 1996, de Fuente Ymbro, ha sido el más rápido de estas fiestas y puede que de todos los Sanfermines. Dos minutos y quince y una manada que, exceptuando un descuelgue puntual, avanza en bloque, como si llevara anteojeras, evitando todo derrote, toda distracción. En un primer momento, cuesta de Santo Domingo, los toros coparon las primeras posiciones y aquello prometía. ¿Qué sería de un encierro sin peligro?

Mi abuela, de Miranda de Arga, nos llamaba a los nietos, entre cariñosa y peleona, pijoteros. Un insulto piadoso como el del nombre de uno de los toros que en su momento he pensado que podría sembrar de rocanrol el recorrido. Lo dice Solano: qué mejor estampa y qué placer para el corredor que contar con toros solitarios al galope. Porque los cabestros, ha dicho, no dejan de ser «un estorbo para los corredores».

Nadie quiere figurar delante de los cabestros, que son un poco la antítesis del toro, con esa cornamenta trapezoidal, ese color cafeconleche, esa mansedumbre bovina, esa condición de castrati ganaderil.

A veces me pregunto si tengo algo de ese joven y morboso Baroja que acudía a ver al condenado a muerte Toribio Eguía cuando me dejan un sabor un tanto sin más los encierros «rápidos y limpios». André Gide dijo que con buenos sentimientos se hace mala literatura. Yo digo que con carreras descafeinadas de cabestrina en rama, no hay encierro que valga.

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