• martes, 16 de abril de 2024
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Blog / Capital de tercer orden

Asumidlo: este año no habrá Navidades

Por Eduardo Laporte

No hay más vuelta de hoja: nos ha tocado un año oscuro que, como el toro, lo será de cabo a rabo.

El Ayuntamiento de Pamplona inaugura el Belén del Zaguan y las luces navideñas de la ciudad de Pamplona. PABLO LASAOSA
El Ayuntamiento de Pamplona inaugura el Belén del Zaguan y las luces navideñas de la ciudad de Pamplona. PABLO LASAOSA

Escuchando la respuesta que dio el presidente del Gobierno a la pregunta de Sandra Gallardo, de RNE, sobre qué va a pasar con las Navidades, pronto lo vi claro: este año no habrá Navidades. Porque Pedro Sánchez se enfrascó en una de sus respuestas elusivas, retorcidas cual columna salomónica inserta en un caleidoscopio, con escala técnica en los cerros de Úbeda y paradita de repostaje en Babia, en un no decir nada completamente sanchiano, que en realidad decía todo. Que si las comunidades y la responsabilidad, que si hay que estar unidos, ser prudentes, doblegar la ola, cambio de hora, ola k ases, Estado de alarma. Total, que el espectador ‘penetrado’ (o sea, espabilado, por usar jerga de Miranda de Arga) lo pilló.

No habrá Navidades, mes chers compatriotes, porque es lo que toca. Como profeta periodístico vuestro, vuelvo a esta ingrata labor de heraldo de las malas noticias, con un disgusto tan sólo comparable al anterior anuncio de los no-Sanfermines o quizá peor, pues a navideño no me gana nadie.

Toca ahora convertirse en Scrooge forzoso para comenzar a asumir el próximo escenario de belenes en jaque. ¿Indicios? La respuesta evasiva del presidente, el descarrilamiento de una pandemia que, según el criterio de la OMS, se encuentra en fase de «riesgo extremo» y que con una movilidad más extrema aún como la que se produce cada Navidad, todo el trabajo de contención previo podría irse al garete en lo que tardas en decir Pamplona con un polvorón en la boca. Y no olvidemos que en las mesas navideñas se sienta población de riesgo, y no me refiero al riesgo de perder al bingo familiar del día 25.

Porque el espíritu de El Almendro se intensifica cada año, en un país en el que raro es el que vive su lugar de origen. Bien sea por la fuga de cerebros en comunidades que nada pueden hacer por evitar esa héjira a lo Daniel, el Mochuelo (léase El camino, de Delibes), bien por el éxodo rural que sigue vaciando las Españas, los días previos a la Nochebuena son un jaleo de altarias, peleémes, condas, aves, iberias, blablacars y el coche de tu primo, hay sitio para ti, que no deja de ser un hornillo ideal para la transmisión del coronavirus. Esas cuatro horazas de hacinamiento familiar se antojan ahora un pasto fértil para el SARS-CoV-2, entiendo también que para catarillos vulgares y gripes comunes, dolencias estas que por cierto no he padecido en lo que llevamos del año. La idea de adoptar la mascarilla ad infinitum.  

No volveremos a casa por Navidad para evitar ese trasiego comparable a miles de marchas del 8M y cientos de congresos de VOX en Vistalegre, en un momento en que cierras las fronteras regionales, municipales, se cancela cualquier tipo de vida nocturna, pero los metros siguen a pleno rendimiento. Todo es absurdo y acientífico en general, por eso se pone el celo en las medidas que mayor impacto tienen en la opinión pública, para dar la sensación de que se hacen cosas. Aunque sean medidas impopulares, porque la no-acción acaba siendo más impopular y peligrosa. «No es la necesidad de libertad sino la de servidumbre la que siempre predomina en el alma de las masas», dijo el sociólogo Gustave Le Bon hace más de un siglo.

Acataremos la no-Navidad, aunque no esté demostrada su eficiencia contra el virus, como tantas pocas se han demostrado —excepto quizá el uso continuado de mascarillas y geles hidroalcohólicos—, en este ir dando palos de ciego, tarde y mal, que está siendo la gestión de una crisis sanitaria que no sólo está segando vidas en un no parar, sino que ha dejado a la economía española tan maltrecha como justito después de la Guerra Civil, explican en Le Monde.

Se avalen o no estas medidas por los organismos sanitarios competentes, se llevarán a cabo, porque ante lo desconocido —y este virus hasta la fecha es un gran generador de incógnitas cuando no de misterios— la única vía que queda es la normativa. Y, aún a riesgo de hundirnos definitivamente como economía mundial, la tendencia será a curarnos en salud antes que exponer a riesgos innecesarios a la población.

Y, por último y no menos importante, porque este es nuestro annus horribilis y no se puede terminar un año fatídico brindando como si tal cosa, por lo que incluso tiene cierta lógica esta probable succión oficial de las Navidades. Si alguien hubiera escrito el guion de 2020, lo que corresponde es esta abolición navideña que termina por poner patas arriba nuestras rutinas, certidumbres, seguridades, en un ejercicio de descojono existencial que nos ayudará, en el futuro, a valorar lo que antes dábamos por hecho y eterno.

Llegará la luz… pero habrá que esperar. Por todo ello, yo os deseo feliz Navidad y próspero 2023. Y de momento, cantemos lo de 25 de diciembre, zoom, zoom, zooooomm.  

Ay.

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