• jueves, 28 de marzo de 2024
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Sabor salado

Por Juan Iribas

El mes pasado vi a un tipo que hacía autostop a la salida de Teruel y decidí que se montara en mi Clio.

El mar
El mar

“¿Estás loco? Si no sabes quién es”, me comentó un amigo. “Ni él quién soy yo”, le contesté.

El muchacho en cuestión, muy amable y sensible, me aseguró haber cumplido veinte años y me explicó que era vendedor ambulante. Sí, de esos que ofrecen gafas de sol, riñoneras y decenas de inutilidades.

Nuestra afinidad llegó a los cuarenta kilómetros de conocernos. Me confesó que era de Mali, que le prometieron todo a cambio de nada, aunque la (cruda) realidad resultó al revés. Me habló de sus padres y de sus seis hermanos.

-Lo peor sucedió en una patera.

Pensé que iba a contarme su viaje hasta España. En un instante imaginé una noche cerrada en esas balsas de asco a la deriva, acompañado decenas de almas, del miedo, de la incertidumbre.

-Cuando me despedí de Mali, mi hermano gemelo me aseguró que nos encontraríamos en un mes. De eso ya ha pasado un año.

-Qué duro, le respondí.

-Lo peor es que, desde entonces, todo me sabe salado.

Yo, distraído e idiota, me acordé de la canción de Los Ronaldos que tarareaba en los 90.

-Me despierto con la boca salada y me duermo con la boca salada. Amigo, sé que mi gemelo está en el fondo del mar.

Y se secó las lágrimas con una riñonera que tenía bordado el rostro de Bob Marley.

Ideación de ‘Sabor salado’

El otro día se montó en mi coche un vendedor ambulante que hacía autostop.

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Sabor salado